Para comprender el pentecostalismo – Por Carlos Martínez García

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Carlos Martínez García*

El pentecostalismo es un mundo y su comprensión es compleja. La presencia del movimiento en tierras latinoamericanas se inició hacia finales de la primera década del siglo XX. Por distintos factores se mantuvo invisibilizado fuera de sus adeptos, y hasta medio siglo después comenzó a concitar interés de algunos investigadores de las transformaciones religiosas/sociales en América Latina.

Eldin Villafañe hace una valiosa síntesis histórica y teológica del pentecostalismo latino en su libro Manda fuego, Señor: introducción al pentecostalismo (Abingdon Press, 2012). Él es puertorriqueño, doctor por la Universidad de Boston, profesor de ética social cristiana en el seminario teológico Gordon-Conwell y ministro ordenado por las Asambleas de Dios, la mayor denominación pentecostal del mundo.

Ha sido presidente de la Society for Pentecostal Studies. Villafañe dice que son pentecostales aquellos cristianos que ponen el acento en el poder y la presencia del Espíritu Santo, y los dones del Espíritu, orientados hacia la proclamación de que Cristo Jesús es Señor para la gloria de Dios Padre, por esto el contraste principal entre los pentecostales y otros cristianos es el distintivo énfasis pentecostal en la persona, la obra y los dones del Espíritu.

La clasificación tipológica de los pentecostalismos desarrollada por Vinson Synan –su obra The Holiness/Pentecostal Tradition. Charismatic Movements in the Twentieth Century es central para conocer las raíces históricas y teológicas del pentecostalismo– la condensa Villafañe, y describe cinco grandes familias:

1) movimientos pentecostales clásicos, cuyos orígenes se remontan a las enseñanzas de Charles F. Parham (Topeka, 1901) y William J. Seymour (Azusa Street, Los Ángeles, 1906); aquí se deben incluir otras iglesias que son producto del comienzo policéntrico del pentecostalismo global;

2) protestantes históricos carismáticos (neopentecostales), este grupo representa al movimiento carismático dentro de las denominaciones tradicionales que comenzó alrededor de 1960;

3) los católicos carismáticos, son los de la renovación carismática que se han apropiado de buena parte de expresiones cúlticas pentecostales;

4) los grupos independientes, iniciados por personajes carismáticos que no se articulan con el pentecostalismo clásico, sino que dan origen a lo que tiempo después será una nueva denominación, y

5) grupos autóctonos del llamado Tercer Mundo, son los movimientos pentecostales de mayor crecimiento en el mundo, sin relación con juntas misioneras occidentales, y practican formas de teología y adoración pentecostales no ortodoxas.

 

Un punto a destacar es que el movimiento pentecostal tiene, prácticamente desde sus inicios, un fuerte componente de participación endógena en su enraizamiento y difusión. Aunque en el protestantismo histórico que se asentó en la geografía latinoamericana hubo también el componente endógeno, en el origen de las iglesias pentecostales el activismo autóctono fue notablemente mayor.

 

Tal vez la corriente dominante en la familia pentecostal sea el neopentecostalismo. Entre el primero hay rasgos comunes, pero también énfasis distintos que identifican Miguel Ángel Mansillas y Mariela Mosquera en la introducción del volumen que coordinaron ( Sociología del pentecostalismo en América Latina, RIL Editores, 2020, p. 49): A diferencia de los pentecostalismos clásicos que se asemejan más a los modelos culturales tradicionales (pescadores artesanales, comunidades indígenas, comunidades de artesanos, campesinos, sindicatos, etcétera), el modelo neopentecostal es empresarial y massmediático.

Se trata de una variante destinada a los sectores medios y altos y por eso incorpora sus códigos, estilos y prácticas. A diferencia del pentecostalismo clásico que se autoidentificaba con el apoliticismo, el neopentecostalismo brega por participar en política y transformar todas las esferas sociales y culturales. Sus discursos se relacionan con el evangelio de poder y la prosperidad.

Los mismos autores señalan un acercamiento prejuiciado que estigmatizó a los pentecostales, y prestó escasa atención tanto a las condiciones en que fue incubándose como a las razones de los conversos para adoptar una nueva identidad religiosa. Mansilla y Mosquera le llaman pentecosfobia, caracterizada por la generalización que los cientistas sociales han construido y reproducido sobre los pentecostales como sujetos dóciles, pasivos e indiferentes a la realidad social y política del país. Podríamos agregar el señalamiento, por parte de los guardianes del deber ser identitario, de que son ajenos a la idiosincrasia ­nacional.

Comprender no es lo mismo que hacer a un lado la capacidad crítica, tampoco incluye estar de acuerdo con el corpus de propuestas del movimiento pentecostal. Comprender es, me parece, intentar entender la lógica y dinámica de una expresión religiosa a la que se han convertido millones de ­latinoamericanos.

Consistentemente desde sus inicios el pentecostalismo creció en los sectores populares. Pocos estudiosos del cambio religioso latinoamericano vieron en el movimiento pentecostal un reto para la confesión religiosa tradicional y mayoritaria. Menos pudieron visualizar que dentro de dicha confesión tendría lugar muy importante una versión del pentecostalismo: el catolicismo carismático.

José Míguez Bonino ha destacado la observación de José Carlos Mariátegui ( Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, 1928) acerca del crecimiento logrado por los protestantes: El protestantismo no consigue penetrar en América Latina por obra de su poder espiritual y religioso, sino por sus servicios sociales (YMCA, misiones metodistas de la sierra, etcétera). Este y otros signos indican que sus posibilidades de expansión se encuentran agotadas. Cuando lo anterior fue escrito, de manera subrepticia y en los márgenes de la sociedad, el pentecostalismo tenía dos décadas de haber irrumpido en tierras ­latinoamericanas.

En 1930 la población mexicana que se identificaba como protestante era menos de un punto porcentual (.75), mientras que se reconocieron católicos romanos 98 por ciento y 1.4 manifestó tener otra adscripción religiosa o ninguna. Con altibajos, porcentajes similares existían por entonces en los países de América Latina. Actualmente las cifras de identidad confesional son muy distintas a las de hace nueve décadas. La media de población católica latinoamericana es de 69 por ciento, con variaciones hacia arriba y hacia abajo en los 19 países incluidos en la investigación de 2014 efectuada por el Centro de Investigación Pew. La mayoría de quienes en América Latina se reconocen protestantes/evangélicos pertenecen a denominaciones pentecostales.

La emergencia del pentecostalismo, en términos generales, fue duramente criticada por liderazgos de iglesias protestantes históricas cuya presencia en Latinoamérica se inició en la segunda mitad del siglo XIX. En Chile la reacción de la Iglesia metodista contra el movimiento pentecostal, que comenzó en su seno en 1908, tuvo como resultado la separación de los renovadores y el inicio de trabajos que fructificaron en la creación de la denominación de raíz protestante más grande del país: la Iglesia metodista pentecostal de Chile. El desafecto del protestantismo histórico latinoamericano hacia los pentecostales que notoriamente estaban creciendo tuvo distintas expresiones, desde un franco rechazo hasta cierta tolerancia por tener un poderoso adversario común: el catolicismo romano que consideraba indeseables advenedizos a los dos.

En México –lo ha documentado bien Jael de la Luz García– la jerarquía católica hizo llamados a la población para que, como sentenció el arzobispo Luis María Martínez en 1944, se mantuviese alejada de la serpiente infernal del protestantismo. Además, “en una carta pastoral, el jerarca denunció ante el pueblo mexicano al protestantismo como una creencia extranjera y extraña que tenía por objetivo ‘arrebatar a los mexicanos su más rico tesoro, la fe católica, que hace cuatro siglos nos trajo la Santísima Virgen de Guadalupe’”. Por tanto, decía, tenía que ser erradicado de raíz bajo los medios que fueran necesarios y aconsejaba una serie de ejercicios para lograr tal fin ( El movimiento pentecostal en México. La Iglesia de Dios, 1926-1948, La Letra Ausente-La Editorial Manda, 2010, p. 195).

El ambiente y las acciones persecutorias eran más cruentas contra los pentecostales. Como apuntó Carlos Monsiváis, en México el Estado es laico, “pero bastante distraído, y no se fija en los métodos que suprimen las herejías. […] Los más pobres son los más vejados, y los pentecostales la pasan especialmente mal, por su condición de ‘aleluyas’, gritones del falso Señor, saltarines del extravío. El respeto a lo diferente es inconcebible y si a los herejes se les persigue es porque se lo buscaron” (De las variedades de la experiencia protestante, en Roberto Blancarte, coordinador, Culturas e identidades, El Colegio de México, 2010, p. 77). Los más perseguidos, simbólica y físicamente, son quienes más atraen a los sectores populares.

En los conversos al pentecostalismo hay rupturas culturales y religiosas, pero también continuidades, que incluso alcanzan mayor intensidad en la nueva identidad elegida. Mientras la experiencia de socialización de los sectores populares ha sido de marginación, en las comunidades pentecostales no solamente son aceptados, también mujeres y hombres excluidos hallan espacios de realización y liderazgo para poner en práctica sus capacidades. El fuerte sentido de pertenencia grupal se potencia, la oralidad es la principal vía de comunicación de la experiencia espiritual, expresividad festiva corporal mediante cantos y danzas, intenso sentido de esperanza y acción cotidiana divina en la vida de los creyentes les provee la seguridad que no encuentran en ninguna otra parte.

(*) Periodista y sociólogo, es miembro fundador del Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano(Cenpromex).

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