Chile, el gran laboratorio de las luchas del continente – Por Noelia Naranjo

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Noelia Naranjo*, especial para NODAL

Ya pasaron más de 2 años desde que estudiantes y jóvenes irrumpieron de manera coordinada y masiva en las estaciones del subterráneo de Santiago, para evadir el pasaje, luego del aumento sostenido de la tarifa. Octubre de 2019 pareciera quedar lejos luego de una Pandemia, un Plebiscito y unas elecciones Presidenciales. Esa acción de desobediencia, en una sociedad disciplinada en el neoliberalismo más feroz, golpeó como una onda expansiva.

La rebeldía de jóvenes y mujeres fue masificando la furia de un Pueblo que soportó por años el peso de una de las economías más desiguales de la región: El país trasandino tiene el  costo de vida y los niveles de endeudamiento sobre el salario más alto de Latinoamérica, y las restricciones de una democracia maltrecha, aún regida por la Constitución escrita durante la dictadura de Augusto Pinochet, en 1980.

Si una nueva fase del modo de acumulación capitalista emerge visiblemente ante nuestros ojos, asentada en la digitalización de los procesos productivos y de la vida, la insurrección que llevó adelante el pueblo chileno nos ha mostrado el acumulado histórico y las nuevas formas de resistencia y de lucha que, a la par de estas transformaciones, se han ido moldeando. Chile es el gran laboratorio regional de la protesta social.

La onda expansiva continúa y da la vuelta al globo, con capacidades inéditas de universalizar el mensaje de una lucha que, hay que decirlo sin titubeos, tiene a las mujeres y diversidades en la vanguardia. ¿Qué hay de Hong kong, de los Chalecos Amarillos y de Black Lives Matters en Chile?¿Qué hay de Chile en Colombia, en India y en Brasil?

Las luchas sociales de Chile han interpretado muy bien la serie de transformaciones que han revolucionado todas las esferas de la vida, donde  las armas para garantizar la extracción de plustrabajo, en el marco de las señaladas transformaciones en el proceso productivo del capital, son hoy cada vez más sofisticadas.

La descorporativización del ciudadano

Luego de la evasión masiva en los subterráneos, el 8 de octubre de 2019, la  protesta escaló en Chile. La furia contenida dio como resultado acciones que consistieron en rotura de vidrios y molinetes, lanzamiento de escombros a las líneas electrificadas por parte de  manifestantes. La policía elevó su  presencia en las estaciones y reprimió, con chorros de agua y gases.

Bajo la consigna “nos cansamos, nos unimos”, día a día se fueron sumando sectores sociales que pedían por educación pública gratuita, salud digna, reconocimiento del trabajo no remunerado, jornada laboral de 40 horas, entre otras. El proceso construyó la “marcha más grande de la historia”, con más de un millón de personas en las calles.

El pueblo chileno  perdió, por esos días, la inmovilidad y el miedo ante la constante represión de las fuerzas policiales. Logró descorporativizarse, rompiendo todos los límites de la conducta ciudadana, para conquistar masivamente las plazas y las calles, construyendo nuevos símbolos para la historia de esa lucha, como fue el renombramiento de la Plaza Italia, como Plaza de la Dignidad, epicentro de las protestas más masivas.

Igual que sucedió con los Chalecos Amarillos en Francia, o con las protestas organizadas en 2021, utilizaron las redes sociales para el intercambio y la coordinación para la efectivización de las acciones en el territorio. Las mujeres chilenas, a través del colectivo Las Tesis, con la performance “Un violador en tu camino” universalizaron un mensaje que recorrió Latinoamérica, pasó por Estados Unidos, llegó a Europa e incluso a países como la India y Turquía .

Así, entre viejas y nuevas tácticas de lucha, millones de chilenas y chilenos gritaron “sin justicia no hay paz” y juraron luchar hasta “que la dignidad sea costumbre”.

En ese marco, la llamada “Primera Línea” blindó las protestas que día a día fueron convocando cada vez a sectores sociales más amplios.  La “Primera Línea”, compuesta en su mayoría por jóvenes pobres y marginados, estudiantes universitarios, secundarios y tribus urbanas organizados por fuera  de las estructuras tradicionales fue uno de los emergentes que reflejó el espíritu de la masa y sus nuevos procesos de germen organizativo. Se constituyó en el escudo humano, encargado de enfrentar de forma directa a las fuerzas del orden y  permitir que el  resto de los manifestantes pudieran permanecer en las plazas.

Las redes organizativas en las barriadas y las ollas populares en las esquinas, se convirtieron en sostén y cadena de suministro de estas “Primeras Líneas”.  La respuesta a la  pregunta sobre quiénes fueron los presos procesados y torturados por el régimen, es un indicador del papel fundamental que tuvieron en la revuelta. Allanaron sus casas, las y los desaparecieron e, incluso, asesinaron. Aún hoy, en la previa de un cambio de gobierno, miles de presas y presos siguen pagando las consecuencias de su desobediencia.

Los métodos represivos, se fueron sofisticando. Gases lacrimógenos, camiones hidrantes con ácido, disparos a la línea de los ojos. En noviembre de 2019 se contabilizaban al menos 217 personas heridas por la policía en los ojos con perdigones o balines de goma.

La escalada de movilizaciones logró romper el cerco mediático e instalarse en la agenda pública, tanto a nivel nacional como internacional. La misma desató una disputa en torno a la legitimidad de los reclamos. El presidente Sebastián Piñera utilizó como marco la ley de seguridad, para  instaurar un clima de guerra contra un enemigo interno. En cadena nacional, expresó: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso,  implacable, que no respeta a nada ni a nadie, que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún  límite”, dijo.

Con esa maniobra, Piñera quiso dividir a la sociedad entre el “partido de los violentistas” y los “partidarios de la paz”.

Este era un llamado a la sociedad chilena a la defensa de la conciencia burguesa y a tomar posición en defensa de los “partidarios de la paz”. El régimen instalado en septiembre de 1973 era cada vez más consciente de la fractura de su hegemonía. El llamado “orden social” estaba roto, y las superestructuras sufrieron lo que Álvaro García Linera denomina una “crisis de estatalidad”.

Los números que arrojaron los primeros 100 días de lucha son contundentes. Dejan ver el grado del enfrentamiento social. En términos represivos, se contabilizaron 26 muertos, 11.562 heridos, 15  mil personas detenidas, 442 torturas y abusos. A su vez, se denunciaron 1.383 vulneraciones cometidas, siendo la más recurrente el uso excesivo de la fuerza en detención, con 787 casos, las torturas y otros tratos crueles, en 405 ocasiones, y violencia sexual, en 192. La gestión del presidente Piñera, alcanzó, hacia fines de 2019, apenas el 13% de aprobación, frente a una imagen negativa del 79%.

La respuesta del movimiento de masas, no amainó. En la plaza de la Dignidad, a la tercera noche del toque de queda, uno de sus edificios más emblemáticos se iluminó con el mensaje: “No estamos en guerra”. La frase se  volvió viral inmediatamente y, a través de las redes sociales, se trasladó al resto del país. Esta consigna se convirtió en una de las más usadas en las protestas que se adueñaron de las calles chilenas. Nos encontramos así, ante “la marcha más grande de la historia”.

En este proceso de descorporativización ciudadana, chilenos y chilenas perdieron el miedo, la inmovilidad y el respeto ante lo instituido, y no cedieron ante la invitación del gobierno a tomar posición a favor de la aparente comodidad que brinda el régimen.

Las consignas que se multiplicaron en las calles y en las redes golpearon a la política de gobierno, pero también pidieron un cambio de sistema. Cuando el presidente intentó dar marcha atrás con el aumento de la tarifa, dijeron “No son 30 pesos, son 30 años”. Las demandas escalaron: “Somos  los de abajo y vamos por los de arriba”, “Chile será la tumba del neoliberalismo”. Entre las demandas por  “Salario  mínimo de 500.000 pesos”, “Pensión mínima equivalente al salario mínimo”, “Canasta de servicios básicos protegida”; “Transporte de pasajeros estatal y gratuidad para personas de la tercera edad y estudiantes”, aparecieron también los pedidos por una “Nueva Constitución”.

En síntesis, el mundo entero reprodujo: “Chile despertó” y chilenos y chilenas se propusieron a dar batalla  “Hasta que la dignidad sea costumbre”.

El movimiento estudiantil, que hizo de la elaboración de un discurso crítico respecto al sistema educativo todo un recorrido político e histórico, también se constituyó como un actor clave. No sólo en la consolidación de una oposición al régimen financiero liberal, responsable del embargo de muchas vidas chilenas, sino que se constituyó en la chispa que dió paso al incendio en el marco de una sociedad que se proyectaba como “modelo” a nivel regional.

La causa mapuche, históricamente vapuleada, cobró relevancia. La misma, se  convirtió en un eje aglutinador del descontento general. La bandera y la consigna de lucha mapuche se convirtieron en referencia para todos los sectores subalternos, resignificadas como elemento simbólico de unidad y conciencia de clase, como estandarte de descolonización, como síntesis de años de lucha contra la explotación.

Años de desigualdad económica fueron, paradójicamente, igualando a las  distintas fracciones de una misma clase, que se  proletarizó, producto de la homogeneización de sus condiciones de  vida. Todo esto frente a un sistema económico cada vez más revolucionario en sus formas de concentración y expoliación.

Las mayorías chilenas demostraron capacidad para sostener la movilización callejera, ejercitando día a día el músculo de la lucha y la organización popular. La práctica cotidiana borró los límites entre los hombres de traje y las mujeres con ropa de oficina, y las y los jóvenes de la primera línea. Fue formando la conciencia común de pertenecer a las clases subalternas.

¿Protestas sin formas o nuevas formas de organización?

El Financial Times, medio periodístico británico de capitales transnacionalizados, usina intelectual del proyecto estratégico globalista, echó un vistazo a la región y comparó los hechos que sucedieron en Chile con los acontecimientos que se desarrollan al otro lado del Atlántico y del Pacífico. Afirmó que las protestas masivas que estallaron durante el 2018 en Asia, Europa, África, América Latina y Medio Oriente comparten ciertas características importantes:

“Se trata de rebeliones sin líderes, cuya organización y principios no se exponen en un pequeño libro rojo o se eliminan en las reuniones del partido, sino que emergen en las redes sociales. Estas son revueltas convocadas por teléfonos inteligentes e inspiradas en hashtags, en lugar de guiarse por los líderes del partido y los eslóganes redactados por los comités centrales”, señaló.

El territorio virtual se convirtió en una mediación para la producción de poder y, gracias a las redes sociales, las luchas no sólo lograron tomar escala global, sino que, además, permitieron -y permiten- intercambiar las banderas, grandes consignas o incluso movimientos tácticos para trabajar en el territorio local.

El pueblo chileno logró saltar el cerco mediático a través de las redes sociales, mostrando en videos y testimonios la magnitud de las movilizaciones y las acciones represivas que las Fuerzas de Seguridad instrumentaron contra los manifestantes, ante los ojos de toda la comunidad internacional. Algo que impulsó de manera muy efectiva el movimiento Black Lives Matters y que ocurrió en Colombia, meses después.

Las acciones en la calle, sumadas a esta red comunicativa en el escenario virtual (que permitió romper el silencio) tuvo efectos reales. La producción de poder se materializó en la cancelación de la Cumbre del Clima (Cop25), que se trasladó a Madrid, y del Foro de la APEC (Cooperación Económica Asia Pacífico), que iba a desarrollarse en noviembre, con Chile como anfitrión. Incluso se debió mudar a Lima la final de la Copa Libertadores de América.

También utilizaron, como en Hong Kong, rayos lásers para disuadir, bloquear y hasta derribar los drones y los aparatos de vilgilancia y reconocimiento facial utilizados por la policía. Los métodos de camuflaje, con ropa negra, paraguas y trapos en la cara. La interrupción de eventos públicos y de visibilidad internacional, como el Festival de Viña del Mar. El uso de redes privadas virtuales para evadir los bloqueos de internet y aplicaciones para el seguimiento de los movimientos de la policía. El Pueblo de Chile mostraba una enorme decisión y creatividad para luchar contra un “modelo” que sólo le cierra a una elite económica y política.

Las luchas, la Pandemia y el Estado

El 3 de marzo de 2020 se dió el primer caso de COVID-19 en el país. Allí, las manifestaciones sociales sufrieron una “reordenamiento” debido a las condiciones de aislamiento sanitario. Esto reconfiguró los escenarios de lucha para los diversos sectores sociales que venían manifestándose luego de la revuelta de Octubre de 2019, los núcleos más activos redireccionaron su táctica, desde las movilizaciones masivas hacia la protesta y organización territorial en las localidades.

El enfrentamiento cuerpo a cuerpo con las fuerzas del orden quedó repentinamente subordinado a la situación sanitaria. El proceso organizativo, nunca interrumpido, fue quedando descentralizado, y el debate fue progresivamente codificado bajo las reglas que impone la vía institucional.

¿Qué sucedió con la efervensencia? Los movimientos populares no son un bloque homogéneo sino, más bien, objeto de una disputa  entre fracciones afluentes por imponer una mirada e imprimir una direccionalidad. La revuelta chilena fue ingresando a un cauce que la condujo hacia un debate institucional, donde las reglas del enfrentamiento son otras, escritas, en general, pero no únicamente, por las fracciones dominantes.

La dirección que vaya tomando el gobierno de Boric, nos permitirá medir cuánto de la fuerza y el poder construido y realizado a pedradas en la calle, arrastra o representa este gobierno. Esto, la mayoría de las veces, no es un problema de voluntades, sino de correlaciones de fuerzas económicas, sociales y políticas.

De hecho, el gabinete del nuevo gobierno exhibe las tensiones entre las distintas formas que las revueltas han ido cobrando. Comprender la lucha chilena, en el marco de una guerra multidimensional, híbrida, irrestricta, no convencional, desde la cual los grandes poderes transnacionales se disputan el reparto del globo, es fundamental. El error sería caer en lecturas idealizantes.

La historia de los pueblos ha demostrado que la insurrección es un arte, donde es necesario ir conquistando triunfos cotidianos y seguir avanzando de uno en otro, sin interrumpir la ofensiva contra el enemigo. Los procesos que avanzan se apoyan siempre en los sectores sociales (las fracciones de clase) más decididos por la transformación social, aquellos con capacidad de arrastrar tras de sí a las mayorías, y sostenerse en el ascenso de las luchas populares. Gabriel Boric, el nuevo Presidente, se encuentra en el desafío de ser un intérprete de ese Chile que finalmente despertó.

*Naranjo es Lic. en Ciencia Política y Administración Pública; Docente UNCuyo; Diplomada en Educación Superior; Secretaria General del Sindicato de Docentes de la Universidad Nacional de Cuyo y Secretaria de Relaciones Institucionales de la Federación de Docentes Universitarios (CONADU)

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