Abril de 1952 y los principios de una revolución real – Por Esther Eunice Calderón Zárate

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Por Esther Eunice Calderón Zárate*

 “La crisis, por tanto, es el movimiento de estas sociedades y quizá de las sociedades en general. De aquí se derivan las cuestiones del momento del conocimiento social, es decir, de la súbita capacitación del sujeto, que es la clase, para conocer lo que antes le estaba vedado (…)”.René Zavaleta Mercado    

Abril, un mes de apertura de posibilidades y horizontes.  La revolución democrática de 1952, nos conduce a evocar tiempos de lucha social y derechos reivindicados. Sin duda, la Revolución del 52 marcó un hito histórico aparentemente insuperable en la historia de Bolivia. Como toda revolución tuvo hechos plausibles que marcaron y replantearon el curso de los acontecimientos, así como momentos críticos en los que se llegó a pensar que todo estaba perdido.

Es necesario retomar una postura crítica, a más de medio siglo de distancia de aquel estallido transformador en el que una nación excluyente de las grandes mayorías obró de manera irreversible haciendo justicia a los trabajadores, a las mujeres y a los pueblos indígenas mediante hechos claves como el voto universal, la nacionalización de las minas, la reforma agraria y la reforma educativa.

¿Por qué asumir una postura crítica? Quizá para evitar el perjuicio de permanecer en el plano aparente de la realidad, pero también para guiar los procesos revolucionarios de nuestros tiempos. La historia enseña, entonces desconocer el pasado nos lleva a vivir un presente irresponsable y a forjar un futuro errático e inseguro.

¿Fue la Revolución de 1952 una verdadera revolución?, ¿qué aspectos nos permiten identificar que una revolución es real?, ¿podemos desmerecer los triunfos de un proceso revolucionario por la decadencia moral de sus bloques políticos impulsores?

He aquí algunas reflexiones respecto a lo que una revolución real debe producir.

Una revolución real debe producir la transición hacia un nuevo tipo de Estado y una nueva forma de ejercicio del poder. Es decir, no es suficiente la transmutación de las élites en el poder, pues una nueva élite que no esté predispuesta a transformar el tipo de Estado ve todas sus aspiraciones de transformaciones políticas, económicas y sociales subsumidas por el sistema estatal anterior. Asimismo, se continúan reproduciendo las mismas estructuras de dominación si la concepción y el ejercicio del poder no son transformados.

El voto universal, gran conquista de la época, podría catalogarse como una transformación democrática de gran apertura. Sin embargo, a pesar del acceso a las urnas de las mayorías excluidas, ahora “con poder de decisión”, no cambió el contenido real del ejercicio del poder. Predominó todavía el poder entendido como dominación y ejercido con verticalidad y autoritarismo, arraigando la relación mando-obediencia. En este sentido, la autodeterminación y el poder de decisión del pueblo se mimetizaron y/o se convirtieron en parte de la estructura estatal (será también importante resaltar lo que Zavaleta entendió como la fase semi-bonapartista del poder).

Ya en este punto es importante advertir que a pesar de que existan hechos concretos de sustancial importancia que magnifiquen el impacto de una revolución, el programa, las categorías y las consignas revolucionarias que antes eran repetidas como horizonte revolucionario, pueden ahora estar vacíos de contenido.

Por eso René Zavaleta Mercado afirmó que la Revolución del 52 fue una revolución democrático burguesa que, como todas las revoluciones democrático burguesas, persiguió objetivos como la integración territorial y la democratización económica y política; pero no resolvió las contradicciones culturales principales (contradicciones “de clase y no de raza”, diría Zavaleta). El Estado del 52 fue un Estado burgués.

Una revolución real debe descubrir aquello que el antiguo poder político encubrió con el fin de perpetuar la dominación. Pero no basta con descubrir, sino que es necesario potenciar aquello. La Revolución del 52 recuperó el pasado indígena y amplió la visión de la cultura, pero todavía estaba muy lejano el horizonte de posibilidad que permitiría a los pueblos indígenas y a las mayorías asumir el poder efectivo y real del Estado más allá de solamente acudir a las urnas.

Una revolución popular real no debe delegar el poder a un partido (burgués). Probablemente el mayor error de la Revolución del 52 fue que los obreros, fabriles y mineros, se liberaron del poder de los barones del estaño para sujetarse al poder de un partido político, minimizando y casi anulando su poder de decisión.

Por último, una revolución no debe condensar la totalidad del potencial transformador en la figura de un líder. El error de Víctor Paz Estenssoro fue creer que la revolución era él. Si no existe un anclaje popular fuerte y compacto que sostenga, otorgue vigor y multiplique el proceso revolucionario, si la continuidad de un proceso revolucionario depende solamente de una persona, al errar ésta el proceso se desmorona.

1952: ¿revolución popular o revolución burguesa? La reflexión histórica ya ha emitido sus juicios. Hoy es menester reconstruir el pasado y respetar sus consejos, y así evitar que las próximas generaciones continúen creyendo que “la historia se repite”.

* Politóloga y representante de la Comunidad Crítica Creativa /

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