Radiografía del MAS boliviano: liderazgos, corrientes y horizontes – Por José Galindo

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por José Galindo*

La oposición parece incapaz de formular un proyecto alternativo al del Movimiento Al Socialismo – Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP), por lo que apuesta a su implosión como única alternativa imaginable para recuperar el poder. Esto, que puede parecer una ilusión esperanzadora en principio, es en realidad parte de la última estrategia de la derecha y el imperialismo en América Latina, por lo que debe tomarse en serio, a solo tres años de las próximas elecciones generales.

La unidad del MAS-IPSP ha sido el tema central en la agenda mediática de las últimas semanas, a partir de una serie de hechos que a juicio de la oposición política señalarían una inminente desarticulación del bloque de organizaciones populares más grande en la historia del país, tanto republicana como plurinacional. Concretamente, la expulsión no consumada del diputado Rolando Cuéllar después de que este cuestionara la legitimidad de ciertos liderazgos dentro de su partido, así como la expresión de algunas señales de rivalidad entre estos últimos, parecen ser indicios suficientes, para algunos, de que el instrumento de las organizaciones sociales se encuentra irremediablemente encaminado hacia el mismo destino que selló el final del otro gran partido de masas que marcó la segunda mitad del siglo XX en Bolivia: el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).

Sin embargo, este tipo de interpretaciones pasan por alto el dato fundamental de que dentro del MAS operan estructuras de toma de decisiones inherentemente democráticas y autoreguladoras que, aunque no son a prueba de balas, sí pueden garantizar grados mínimos de cohesión social y acción colectiva organizada que son prácticamente impensables en la oposición; a lo que debe sumarse la existencia de un proyecto político orientado a la redistribución de la riqueza, la inclusión política y la reafirmación de la soberanía nacional con inclinaciones antiimperialistas que puntean la agenda para todos los miembros de esta organización política. Es decir, existe un proyecto de país en el sentido común de todos sus miembros, evidentemente ausente entre toda aquella masa amorfa que el oficialismo se limita a identificar como “la derecha”, todavía huérfana del póstumo proyecto neoliberal.

Con todo, sería un error desestimar las malintencionadas advertencias que se vierten desde los medios de comunicación, en los hechos la única oposición relevante al Gobierno, sobre todo cuando se toma en cuenta la principal lección del golpe de Estado de noviembre de 2019: la única forma de derribar al gobierno de las organizaciones sociales es si estas dejan de defender su proceso político y se dividen, como efectivamente ocurrió en tal ocasión, en la cual la principal dirigencia del partido quedó prácticamente a la merced de una movilización organizada de las clases medias y altas del país, libres de actuar como les plazca ante la ausencia de un sujeto popular que frenara su avance por las principales ciudades. El MAS-IPSP puede ser derrotado, pero solo a condición de que sus bases sean divididas y neutralizadas.

Diversidad o fractura

Esto significa que cualquier estrategia de acción seriamente planteada por la oposición debe, necesariamente, considerar formas de dividir al movimiento popular, organizado en torno al MAS-IPSP. Instigar el conflicto entre sus principales liderazgos sería una forma de aproximarse a este objetivo, aprovechando rivalidades innegablemente existentes, aunque para muchos circunstanciales. En la actualidad, dichas divisiones se darían entre una dirigencia “renovadora”, representada por los miembros del actual Gobierno, y una dirigencia “anquilosada”, que incluiría prácticamente a todas las exautoridades que trabajaron en la larga gestión de Evo Morales. Distinción evidentemente artificial, toda vez que incluso los miembros más jóvenes del actual Gobierno hicieron sus armas durante los 14 años previos al golpe de Estado. Aunque esto no impide que los detractores del MAS esperen un debilitamiento de su rival a través de un proceso de “renovación” que elimine políticamente a un actor que ha sido prácticamente fetichizado por ellos: Evo Morales.

El MAS no es un partido en el sentido clásico del término, ni mucho menos una organización monolítica sin discrepancias internas o, por lo menos, con un alto grado de diversidad, que inevitablemente se traduce en niveles de complejidad cada vez más mayores. Y tal como se puede hablar de una convivencia entre variados tipos de organizaciones sociales, desde rurales hasta urbanas, también queda patente la existencia de liderazgos provenientes de contextos diferenciados, aunque posiblemente complementarios. En este sentido, destacan las figuras del expresidente Evo Morales, el actual vicepresidente, David Choquehuanca, y el presidente, Luis Arce Catacora, provenientes del mundo sindical, indígena y urbano, respectivamente. Liderazgos que hasta ahora han actuado de forma complementaria, aunque con cierto grado de competencia entre los dos primeros. La pregunta es: ¿son antagónicos?

Responder tal interrogante debe ir más allá del obvio hecho de que existe una discrepancia entre la militancia rural y la militancia urbana del MAS-IPSP. Esta verdad de Perogrullo es solo la base para comprender que incluso dentro del propio masisimo rural existe una diferencia entre organizaciones cuyo modelo de estructura parte de la experiencia propiamente sindical heredada del anterior sujeto histórico representado por el proletariado minero, y otras cuya lógica estructurante está más relacionada con la perpetuación de la identidad indígena y la comunidad en torno a bienes simbólicos y prácticas culturales. Nos referimos, con esto, por ejemplo, a la distinción que debe hacerse entre organizaciones pertenecientes a la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb) y la Confederación de Ayllus y Marqas del Qollasuyo (Conamaq), y dentro de la primera distinguir a las Seis Federaciones de Productores de Hoja de Coca del Chapare del Cofecay del Norte de La Paz, esto sin tomar en cuenta a productores campesinos del Norte y el Oriente de Bolivia.

El MAS “urbano”, al mismo tiempo, debe distinguir a las clases medias profesionales y, de algún modo, “intelectuales”, de las clases medias agrupadas alrededor de gremios corporativos cuya lealtad al proyecto político del masisimo no es incuestionable, aunque ciertamente tienen más en común con este partido que con los que representan a la oposición provenientes de las clases medias y altas de las principales urbes. En este MAS podemos incluir a federaciones de transportistas, juntas vecinales, asociaciones de comerciantes y transportistas y, sobre todo, a una parte de la urbe más aymara de todo el país: la ciudad El Alto, un hecho sociológico por derecho propio, y cuyo nacimiento se dio, y no por coincidencia, al mismo tiempo que el proyecto del MAS se iba perfilando en el horizonte. La diversidad de este MAS no es tan alta como la de su par rural, pero sí tiene un grado de diferenciación interna importante: no son lo mismo los grupos de tradición marxista que los grupos intelectuales influidos por el indianismo y el indigenismo, entre los cuales hay agregados que les gustaría considerarse a sí mismos como “tecnocráticos”, inocultablemente pragmáticos, pero, por ahora, alineados aunque sea con el progresismo.

Recordemos, por otra parte, la centralidad que siempre tuvo en este sentido el movimiento cocalero, y particularmente el proveniente del Chapare, en la organización del Instrumento Político que ya se perfilaba desde 1994, con la declaración de la necesidad de contar con un instrumento político propio desde la Csutcb, que se tradujo al año siguiente en la fundación de la Asamblea por la Soberanía de los Pueblos (ASP), y a principios de este siglo en la adopción de la sigla del MAS, que hizo su debut en las elecciones de 2002, al mismo tiempo que la sigla del Mallku, el MIP, también se mostraba como una fuerza emergente ante la descomposición indetenible del viejo sistema de partidos, encabezado por el MNR, ADN y el MIR, principalmente. Entre todas las fuerzas emergentes, fue el movimiento de las Seis Federaciones de Productores de Hoja de Coca del Chapare cochabambino el más determinante en fijar el horizonte político del MAS-IPSP, que se nutriría de otras corrientes igual de contestatarias, como la que demandó la realización de una Asamblea Constituyente desde el Oriente: la IV Marcha Indígena por la Asamblea Constituyente.

¿Distribución de oportunidades, poder o riqueza?

Esta multiplicidad de actores, esta diversidad de perspectivas y este heterogeneidad de intereses, en suma, pluralidad, necesariamente producen roces internos, competencia de visiones, e incluso contraposición de perspectivas a futuro, por lo que cierto grado de tensión interna es inevitable, tal como se ha podido evidenciar a lo largo de toda la historia del MAS-IPSP y del movimiento indígena originario campesino en general. Solo basta recordar, en el caso de este último sujeto, la rivalidad existente en los años 90, en los que nació propiamente el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP), entre los liderazgos de Evo Morales, Alejo Véliz y Felipe Quispe, provenientes del mundo aymara sindical, quechua campesino e indígena altiplánico, respectivamente. Todos ellos posicionados en contra de la democracia pactada y el modelo neoliberal, pero, aun así, en competencia. De todos estos, sabemos cuál se constituiría en la alternativa más viable.

Hoy el MAS-IPSP parece lejos de haber llegado a una situación similar como la que se dio a finales de los 90. En aquel entonces hablábamos de tres liderazgos que se disputaban la dirección del movimiento indígena originario campesino; hoy hablamos de tres liderazgos que representan a tres corrientes no antagónicas al interior del mismo movimiento. La “homeostasis” o el equilibrio entre estas fuerzas, sin embargo, puede que no se defina en el terreno ideológico y programático, sino en la distribución de las oportunidades y los bienes asociados a la administración del poder.

Y con ello queremos decir algo más que empleos y oportunidades de ascenso político, sino la propia distribución de la riqueza en el plano social. Es decir, la necesidad de modificar la estructura de clases de la sociedad boliviana a partir de una reconfiguración de su matriz fiscal. Se trata de distribuir democráticamente los recursos disponibles que el modelo económico del Gobierno puso en práctica para recuperar la economía de casi un año de desfalcos generalizados encabezados por el gobierno de Jeanine Áñez y las clases medias urbanas conservadoras cuya única oportunidad de enriquecimiento consistía justamente en un asalto.

Ante esta situación, que los medios amplifican con la doble intención de desmoralizar a su contrincante y esperanzar a los suyos, el gobierno del presidente Luis Arce emitió un comunicado titulado “La unidad del pueblo es la garantía de la democracia intercultural”, que puede interpretarse tanto como un llamado a disciplinar a su militancia como una denuncia contra la estrategia opositora y de la derecha regional en contra de los gobiernos y las corrientes de izquierda que comienzan a multiplicarse en el continente. Entre los puntos más relevantes del documento, y quizás uno de los que más irritó a la oposición, se halla la reafirmación del liderazgo de Evo Morales en la conducción del MAS-IPSP.

El documento pone de relieve que la derecha internacional está activamente interesada en la división y la fractura del MAS-IPSP, debido al mal ejemplo que constituye para el resto de los pueblos del continente. Mucho más cuando la derecha boliviana carece de un proyecto de país, que contrasta con el modelo económico que el Gobierno ha implementado desde que se recuperó la democracia en octubre de 2020, para dar continuidad a los cambios económicos, sociales y políticos experimentados antes del golpe de Estado de 2019, motivado por esas transformaciones.

Seguidamente se hace una revisión acerca de la situación interna del MAS, que se define por la complejidad señalada, y que naturalmente produce ciertos niveles de discusión y desacuerdo interno, que solo pueden resolverse con mayores niveles de democracia, debate e intercambio de ideas. Se recuerda, además, que si algo enseña la experiencia del MAS-IPSP es que la unidad del pueblo organizado es su gran fortaleza, a lo que pretendió atacar la derecha cuando tomó el poder por la fuerza. Superar y vencer al gobierno de facto no hubiera sido posible sin esa unidad de las organizaciones sociales y sin la determinación de cada uno de sus miembros. En esto es clave anteponer los intereses colectivos a los individuales.

*Cientista político boliviano, analista de La Ëpoca.

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