Colombia y “una nueva y arrasadora utopía de la vida” – Por Gerardo Szalkowicz

Foto: Prensa Francia Márquez
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Por Gerardo Szalkowicz, editor de NODAL

Desde Bogotá

Tuvieron que pasar 214 años de gobiernos antipopulares, más de 70 de guerra y 30 de neoliberalismo para que logre abrirse paso un proyecto alternativo en este territorio amplio y diverso, encantador y violento, anclado en el corazón del continente; por primera vez, en las urnas colombianas la esperanza le ganó al miedo y germina una nueva era en esta parcela bañada de realismo mágico, por donde más sangran las venas siempre abiertas de América Latina.

“Este día indudablemente es histórico para Colombia, para Latinoamérica, para el mundo, una historia nueva porque lo que ha ocurrido hoy es un cambio, un cambio real”, arrancó arengando Gustavo Petro ante un estadio desbordado de fervor y emoción, una hora y media después de confirmarse su triunfo con el 50,4% de los votos, 3 puntos arriba del veterano empresario Rodolfo Hernández y todo el poder del establishment. Petro se convirtió en el mandatario más votado de la historia colombiana en una elección con una participación del 58%, la más alta desde 1998.

La palabra que más repitió en su discurso fue paz; “paz integral” prometió a un país que se desangra hace décadas por la sistemática violencia estatal y paraestatal. También mencionó como ejes centrales la justicia social y la justicia ambiental, y convocó a la región a avanzar en la “transición energética” y a revertir la matriz productiva: “A los progresismos de América Latina les propongo dejar de pensar que es posible un futuro sustentado sobre el petróleo, el carbono, el gas, porque es insostenible para la existencia humana. América Latina puede construirse alrededor de la agricultura y las reformas agrarias, de la industrialización bajo nuevas tecnologías; una América Latina productiva y no extractivista”.

En la misma línea, criticó a Estados Unidos por “emitir gases de efecto invernadero como en casi ningún otro país y que aquí los absorbemos en nuestra selva amazónica”. Y propuso “un diálogo en las Américas sin exclusión de ninguna nación”, en clara alusión a la reciente cumbre en Los Ángeles.

A su lado, la sonrisa ancha y el puño izquierdo en alto de Francia Márquez, primera vicepresidenta afro. Y en su espalda, los anhelos de las comunidades campesinas, indígenas y negras excluidas y racializadas, de la juventud reprimida y descreída de la política, de las mujeres y disidencias menospreciadas y violentadas.

Después de recordar a las y los líderes sociales asesinados a diario (sólo este año ya van 89), Francia dedicó el triunfo a ese mundo plebeyo del cual proviene: “Después de 214 años logramos un gobierno popular, un gobierno de la gente de a pie, de la gente de las manos callosas, de los nadies y las nadies”. Y marcó el pulso de su agenda programática: “Vamos las mujeres a erradicar el patriarcado, vamos por los derechos de la comunidad LGBT+, vamos contra el racismo y por los derechos de nuestra Madre Tierra”.

“Soy porque somos”

La devoción que despierta Francia y el protagonismo que tuvo en la campaña dan cuenta del elemento más disruptivo y simbólico de este nuevo tiempo colombiano. Madre soltera a los 16 años, trabajadora minera desde niña, empleada doméstica, desplazada y víctima de un atentado, con sólo 40 años ya lleva un largo derrotero como referente social anti-racista, ambientalista y feminista. “Soy porque somos” se llama su movimiento, explicitando la importancia del sentido colectivo.

“Esta lucha empezó con nuestros ancestros, somos parte de un acumulado y una resistencia que lleva más de cinco siglos”, sintetizó con su tono claro y pausado. Y luego destacó la valentía de los jóvenes reprimidos en las protestas, tejiendo un puente entre la memoria larga y la reciente: nada de este hito colombiano se explica sin dimensionar los procesos de lucha de los últimos años y el punto de inflexión que significó el estallido social del 2021.

En ese sentido, fue muy significativa la presencia en el escenario de la mamá de Dilan Cruz, asesinado por la policía en las movilizaciones de 2019, y las palabras de Petro pidiéndole a la Fiscalía “que libere a los jóvenes” en referencia a los más de 300 detenidos por manifestarse, al menos 40 sólo en la última semana.

Como en Chile, la Primera Línea es salvajemente reprimida y criminalizada. También como en Chile, un estallido social empalma con el arribo de un gobierno progresista y una nueva época.

Después del acto oficial en el estadio Movistar Arena en Bogotá, las miles de personas se fueron desparramando en múltiples focos de festejo, caravanas improvisadas, celebraciones en esquinas, bares y plazas, sin importar la llovizna que irrumpía de a ratos. Predominaba una composición juvenil y femenina, los cantos contra el uribismo “paraco”, los interminables abrazos y las lágrimas en tantos rostros: emociones a flor de piel que reflejaban el carácter histórico de la jornada. Los mensajes y posteos daban cuenta de una escena que se repetía en todo el país, sobre todo en las barriadas populares y en los poblados rurales tan afectados por los grupos armados.

Para vivir sabroso

Las elecciones marcaron el agotamiento de un modelo de dominación sostenido con una maquinaria de violencia crónica. La derecha, derrotada en primera vuelta y obligada a apelar a una figura bizarra como la de Hernández, perdió el control político pero sigue conservando el poder mediático, empresarial, militar y judicial, y sobre todo, el suprapoder del narco-paramilitarismo. ¿Cómo serán las reacciones de estos sectores por primera vez afuera de la Casa de Nariño?

Se abren gigantescos desafíos para el nuevo gobierno. En primer lugar, construir esa nueva hegemonía que le dispute el sentido al “uribismo cultural”, tan arraigado en muchas regiones del país, y avanzar en un proceso democratizador que desmonte este sistema de injusticias sostenido con hambre y balas. En síntesis, animarse a transformar el modelo neoliberal y narco-paraestatal.

No habrá soluciones rápidas ni mágicas. Pero se abren nuevas condiciones para empezar a construir una Colombia donde haya lugar para “vivir sabroso”, esa consigna que Francia tan bien traduce: “Vivir sabroso es vivir sin miedo, es vivir con dignidad”.

En el plano internacional, será una gran noticia que Colombia se acople al creciente polo progresista latinoamericano, que restablezca sus relaciones con Venezuela, que por primera vez sume esfuerzos a un proceso de integración y, sobre todo, que deje de ser el principal punto de apoyo de EE.UU. en la región.

Con una diferencia de 30 años, Petro y Gabriel García Márquez estudiaron en el mismo colegio, el La Salle de Zipaquirá, un pueblito vecino a Bogotá. Cuando recibió el Premio Nobel en 1982, Gabo ofreció un emblemático discurso que tan bien le calza a este nuevo ciclo histórico que nace en Colombia y que tiene como protagonista al presidente electo: “Todavía no es demasiado tarde para emprender una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.

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