Tres reflexiones post plebiscito – Por Roberto Ampuero

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Tres reflexiones post plebiscito

Roberto Ampuero*

Tres reflexiones post plebiscito quisiera compartir con mis lectores, tres apuntes o reflexiones contagiadas con destellos esperanzadores en medio de los meses de zozobra en esta tormenta cuyo inicio, hay que reconocerlo, data de antes del actual gobierno, de octubre de 2019, cuando las protestas y la violencia abrieron una caja de Pandora que para algunos encerraba todos los males del anterior gobierno, para otros los de los últimos treinta años y para los maniqueos los que se acumulan desde el día en que el primer conquistador español puso un pie en esta tierra donde todos, todos, han llegado como ellos, vale decir, desde fuera.

Abdicación

La primera reflexión, discúlpenme lo literario de ella, concierne al aspecto y la actitud del presidente a partir de cuando comienzan a circular los primeros cómputos este 4 de setiembre. En rigor, La Moneda tardó poco en desmontar los sistemas de parlantes e iluminación para los festejos preparados, y los muros de Palacio se tornaron  más sombríos que de costumbre, y en su interior cundió la desazón porque las cifras anunciaban la primera gran derrota electoral de Boric.

Esta le dejó huellas y lecciones al parecer profundas, que sintetizó más tarde al anunciar “ya no somos novedad”, lo que en otras palabras significa, a mi juicio, atención que el país nos ve ahora como adultos, tal vez como adultos mayores, prematuramente envejecidos, así que se acabó la etapa de los aficionados que circulan por los pasillos del poder, porque hoy nosotros somos la elite política, la casta, y como tal nos evalúan y juzgarán. Al día siguiente, durante el reajuste ministerial, Boric refrendó su nuevo espíritu reconociendo que el acto constituía el momento más difícil de su vida política.

Escrutando a partir del 4S sus palabras, actitud y decisiones, me vino a la memoria el estremecedor poema Abdicación, del gran poeta portugués Fernando Pessoa. Aquel habla de un rey que, extenuado, triste y solitario, recorre su palacio tras haber perdido el poder: “Tómame, oh noche eterna, entre tus brazos / Y llámame hijo tuyo… Yo soy un rey / que voluntariamente abandoné / mi reino de ensueños y cansancios”, dicen los versos. Y agregan que su espada “a mano fuerte y calma yo entregué”, y avisan que “mi cetro y corona los dejé / rotos en la antecámara, en pedazos”.

El 4S Boric se vio obligado a abandonar derrotado el rol de generalísimo de su campaña para abrazar la alta magistratura para la cual fue elegido. Ahí debe haber sentido que la noche se le vino encima, y el insólito tira y afloja detrás de bambalinas, del lunes, por el nombramiento y “des-nombramiento” en menos de noventa minutos de un comunista como subsecretario del Interior lo debe haber hecho sentir que en Palacio hay ya otras manos con acceso a la espada de la que habla Pessoa, todo lo cual sugiere que el Mandatario debe cuidar con más estilo y formas más adecuadas su “cetro y corona”.

Y es cierto. Más que dedicado a las labores propias de Presidente de la República, Boric apareció en las últimas semanas como el generalísimo del Apruebo, un error  de consecuencias funestas para su persona y que explica que la derrota de esa opción sea hoy interpretada como la derrota de quienes llevaron la voz cantante en la redacción del texto, pero también como una derrota del gobierno y del Presidente mismo. Los ensueños del Mandatario han quedado, como dice Pessoa, “rotos en la antecámara, en pedazos”.

El reajuste del gabinete expresa algo que pronostiqué en este mismo espacio en mayo pasado, a saber, que el gobierno entró a una fase en que comienza a “socialdemocratizarse”, si es que ya de plano no es socialdemócrata, una fase en que pretende moderarse, sintonizar con la ciudadanía y aprovechar la experiencia y los contactos del sector de izquierda moderada que aún le respalda y reducir la influencia de la hasta ahora hegemónica izquierda dura. Ahora el gobierno debiera volverse prolijo, menos contradictorio, menos retórico y más concreto, y al mismo tiempo reconocer que la coexistencia de “dos almas” en La Moneda no da para más.

En suma, y parafraseando al Presidente, su gobierno debe volverse la tumba de propuestas extremas y la cuna de una etapa en que escuche con modestia, sin arrogancia ni superioridad moral a la inmensa mayoría de los chilenos que está hablando claro y cada vez más impaciente con las crisis de migración, delincuencia, narco, etno-terrorismo y la inflación. Supongo que el presidente intuye que el 4S el hybris castigó a su administración, y que ahora se le abre una gran oportunidad para enmendar el rumbo, sintonizar con la mayoría del país y dejar estampada su firma bajo una constitución que una a los chilenos, perdure largo y envejezca bien

Hasta ahora el gobierno ha sido no nato por cuanto parecía aguardar el 4 de septiembre para actuar y dejar simplemente de administrar y comentar. Y da la impresión de que no actuaba porque en el fondo carecía de un programa realizable de gobierno. Bien miradas las cosas, el primer borrador de la propuesta era precisamente su programa. Y en ese sentido Jackson no faltó a la verdad cuando afirmó, y de lo cual luego se desdijo, que sin el triunfo del Apruebo no podrían implementar el programa de gobierno. Por esa razón, supongo, el Presidente puso todas sus fichas en el Apruebo y terminó como generalísimo de la campaña. Sólo el potente desembarco socialdemócrata en el gobierno podía volver a ubicarlo plenamente en La Moneda y proveerlo de personas, contenidos, relaciones y de un GPS programático.

Lo urgente ahora es que ante la crisis múltiple que enfrenta el país, La Moneda hable con una sola voz (curioso que Boric insista afuera en que el continente debe hablar con “una sola voz”, mientras La Moneda mal navega con dos voces) para afrontar efectivamente la tempestad y convocar a los sectores que proponen una suerte de unidad nacional, aplacar los odios y divisiones para superar esta etapa interminable y angustiosa que mina la sustancia y la imagen del país.

La calle vs las urnas

Mi segunda reflexión post post plebiscito se refiere al uso que hace la izquierda dura de la calle para hostigar y clavar dardos en la democracia. El plebiscito demostró que la impactante presencia de las masas que convocó la izquierda a la calle en favor del apruebo con el fin de crear la sensación de que era mayoría no expresaba en realidad a la aplastante mayoría nacional que sí rechazó el texto. Esto es lo usual y así ha sido en nuestra historia: la izquierda radical logra sacar a la calle a multitudes con las cuales el resto de los sectores políticos no logra competir. El cierre de la campaña es otra prueba de esto. El Apruebo reunió a 500.000 adherentes, las del Rechazo a duras penas llegaban a 500 cada una.

El país y en especial los jóvenes deben tomar consciencia de que la mayoría de los chilenos no es amiga de expresar en la calle su parecer, sino que prefiere manifestarlo en las urnas, como corresponde en la democracia representativa. La izquierda extrema ignora esta realidad innegable, y nos trata de hacer creer que veinte mil o cien mil o quinientos mil chilenos en la calle son razón suficiente para desconocer la voluntad popular expresada en elecciones en que participan millones de ciudadanos. Eso explica que los comunistas y otras fuerzas de izquierda consideren democracias a dictaduras indiscutidas; simplemente consideran que las manifestaciones masivas en Cuba, Venezuela o Nicaragua constituyen la prueba del apoyo mayoritario de la población y de la legitimidad de esos regímenes.

Sobre la recurrencia en Chile de esta práctica que a menudo deviene antidemocrática, y que se sintetiza en la consigna “no hay que dejar la calle al enemigo”, debiera debatirse cívicamente a nivel nacional porque hostiga, desvirtúa y erosiona la democracia y sus instituciones, trasladando la voluntad soberana de la ciudadanía de las urnas a la calle, estableciendo que lo que manda en un país no son los millones de votos escrutados sino un par de miles de personas convocadas con frecuencia a la calle.

Es el putcherismo que practicaron los bolcheviques y otros que, una vez instalados en el poder, emplean “turbas divinas” o  al “pueblo organizado espontáneamente” para aplastar a quienes piensan diferente. Muchas de las figuras de nuestro gobierno apostaron desde su más tierna juventud por las marchas multitudinarias, asumiéndolas como legítimos jueces del país y canceladores de autoridades libremente electas. Si esta práctica persiste y se vuelve cotidiana en nuestras ciudades, reinará el caos y se utilizará cada vez que un grupo o partido minoritario estime que debe corregir con los pies lo que los chilenos escogieron con un lápiz, y enviarán una y otra vez a la calle a sus huestes para barrer la voluntad expresada en las urnas.

Ser mayoría en la calle no significa que se es mayoría en el país, y eso parece haber desaparecido hasta desde la educación media y universitaria. No es la calle sino los votos lo que deciden las elecciones.

Un mensaje de aliento regional

Tercera y última reflexión: el resultado del plebiscito chileno constituye un mensaje de esperanza y coraje cívico para el continente que cree en la libertad y la democracia, en la necesidad de contar con una constitución que sea efectivamente “la casa de todos”, que una, ampare al individuo frente al estado y no divida sembrando odios, propiciando grupos elegidos o una refundación del país. Una constitución debe rayar la cancha del quehacer democrático y libre de la polis en un sentido amplio y favoreciendo el sentido común y el bien común. Lanzó Chile un mensaje de aliento regional porque en otros países proyectos constitucionales como el aquí rechazado fueron aprobados. Sobre las consecuencias de esas decisiones, permítanme un parafraseo respetuoso: por sus millones de migrantes los conoceréis.

Este mensaje, que en Chile se articuló sin violencia, como voz prístina y decidida, requiere asimismo ser difundido al extranjero. Recomiendo hojear la información internacional sobre el plebiscito, que en porcentaje considerable parece redactada por partidarios del Apruebo desconcertados o decepcionados, cuando no indignados, con la decisión soberana de los chilenos (ni hablar de las críticas del dictador venezolano o del presidente colombiano).

Algunos sostienen que no hay nada que hacer pues los periodistas serían de por tradición de izquierda; otros piensan que las versiones sesgadas se deben a que la mayoría de los chilenos residentes en el extranjero, como muestran los cómputos, anhelaban que nos rigiera la propuesta constitucional que los que vivimos en la patria rechazamos. Pero más allá de esas discusiones bizantinas, corresponde transmitir más allá de nuestras fronteras las sabias razones que nos llevaron a rechazar el texto en la elección con mayor participación y caudal de votos de nuestra historia. Es algo que no debe ignorar un país que depende en gran medida de su comercio exterior y de las buenas relaciones con los demás países.

*Roberto Ampuero es escritor, excanciller, ex ministro de Cultura y ex embajador de Chile en España y México. Profesor Visitante de la Universidad Finis Terrae.

 

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