Carteles mexicanos: Transnacionales del crimen organizado – Por Miguel Ángel Martinez

Agencia Uno
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Carteles mexicanos: Transnacionales del crimen organizado

Por Miguel Ángel Martinez*

El auge del crimen organizado que se percibe en países como Chile parece tener mucho que ver con el repunte del narcotráfico global, instancia en la que los carteles mexicanos se han convertido en organizaciones punteras.

Durante los últimos años en Chile se ha ido haciendo cada vez más notorio y fehaciente el auge del crimen organizado, particularmente tras el estallido social del que se cumplen ahora tres años y durante los confinamientos propiciados por la pandemia del covid-19 durante los años 2020 y 2021. Es probable que ambos acontecimientos hayan aportado elementos propicios para el desarrollo de este tipo de actividades delictivas.

No obstante, y tal como que se viene constatando en otros países de la región, no se trata de un fenómeno puramente interno o nacional. La presencia de grandes organizaciones criminales de otros países, y en particular de aquellas más vinculadas con el narcotráfico, es un fenómeno que viene afectando a numerosos países en la región. En estos momentos los grandes carteles mexicanos son las principales organizaciones del narco transnacional, y por ende grandes propulsores de graves dinámicas delictivas en numerosos países. Pero vayamos por partes.

Lo primero que cabe tener presente en este tema es que detrás del crimen organizado lo que existe es, fundamentalmente, una nítida ambición económica y una serie de modelos de negocio en ámbitos no permitidos por la ley. Las prohibiciones que impone el orden legal generan mercados negros en los que las tasas de ganancia pueden llegar a ser enormemente lucrativas, al punto que quienes se involucran en estas dinámicas terminan compensando, al menos en principio, los indudables riesgos que acarrean.

Por otro lado, cuando este tipo de delincuentes han sido capaces de establecer una estructura más o menos estable, tampoco es inusual que se atrevan a incursionar en más de una única modalidad de negocio criminal, generando así verdaderos emporios del crimen organizado.

La circunstancia ideal para este tipo de delitos es pasar desapercibidos ante los órganos de seguridad del Estado, lo cual suele requerir la corrupción de algunos de sus funcionarios. Pero dependiendo de cómo se desarrollen las cosas, las organizaciones criminales pueden sentirse en la necesidad de ejercer algún tipo de violencia, bien sea contra las fuerzas del orden público, o contra sus competidores, o contra la población local que se interpone en sus negocios ilícitos o forma parte de ellos. Obviamente, el efecto social y político del crimen organizado es devastador, ya que vulnera los derechos individuales, corroe las instituciones, contamina el funcionamiento de la economía legal y genera importantes problemas de salud pública.

El narcotráfico constituye, hoy en día, una de las principales modalidades del crimen organizado y la que en la cultura pop global más se suele asociar con América Latina. En parte ello se debe a que los Andes bolivianos, peruanos y colombianos ofrecen condiciones inmejorables para la siembra de coca, mientras que la marihuana también prolifera en otras zonas de nuestra región, tales como la sierra de Sinaloa. También el ostentoso estilo de vida de muchos narcos latinoamericanos ha contribuido a forjar un estereotipo bastante definido. Sin embargo, a menudo pasa desapercibido el hecho de que la parte más grande del negocio se desarrolla en los principales países consumidores de estas drogas, donde por lo demás existe una larga tradición de producción de drogas sintéticas.

En todo caso, el narcotráfico aporta unas enormes ganancias que luego tienden a ser reinvertidas por sus beneficiarios en otras modalidades delictivas, tales como la prostitución y el tráfico de migrantes, por no hablar de las actividades de lavado de dinero que le son consustanciales. En este sentido, los famosos carteles colombianos de los años 80 y 90, tales como los de Cali y Medellín, fueron pioneros a la hora de articular grandes organizaciones cuyas actividades se extendieron transnacionalmente. A día de hoy, a pesar de que dichos carteles fueron desarticulados por las fuerzas de seguridad del estado colombiano, Colombia sigue siendo hoy el mayor exportador mundial de cocaína, con unas cifras que se encuentran actualmente en su tope histórico.

No obstante, las organizaciones del narco colombiano, capaces como son de exportar grandes cantidades de cocaína y marihuana a Europa, Estados Unidos, México y Sudamérica, no alcanzan la capacidad descomunal que han llegado a desarrollar los principales carteles mexicanos. Actualmente son el Cartel de Sinaloa y el Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) las dos organizaciones punteras en el manejo integral del narcotráfico global. Otras organizaciones, tales como el Cartel de Guadalajaralos Zetas, el Cartel del Golfo, el de Beltrán Leyva, el del Noreste o la Familia Michoacana, han desaparecido, declinado o se mantienen por ahora operando a una menor escala, si bien también han estado involucradas en operaciones transnacionales.

Los carteles mexicanos cuentan con varias ventajas fundamentales para incidir globalmente del narcotráfico. El hecho de estar afincados en un país de grandes proporciones, dotado de un considerable mercado interno, vecino a su vez de un mercado primordial como son los Estados Unidos y enmarcado dentro de una notable arquitectura de acuerdos de libre comercio, como por ejemplo el T-MEC o la Alianza para el Pacífico. Algunas regiones de México cuentan además con excelentes condiciones para la siembra de marihuana, y más recientemente han desarrollado también laboratorios para la elaboración de metanfetaminas o del peligroso fentanilo, que ha ocasionado ya decenas de miles de muertos por sobredosis en los Estados Unidos.

Por otra parte, buena parte de la cocaína exportada por los carteles mexicanos es comprada a Colombia, desde donde se despacha directamente por vía marítima o bien es reenviada a través de avionetas que parten desde el occidente de Venezuela, y más concretamente desde los estados de Apure, Barinas y Zulia. En Venezuela —desde donde se calcula que se exporta más de un tercio de la cocaína producida en Colombia que termina en Europa o Estados Unidos— se responsabiliza a los propios militares como principales involucrados en el narcotráfico, al punto de hablarse del Cartel de los Soles —conformado por los uniformados venezolanos— para referirse a dicha trama.

Los carteles mexicanos, además, vienen expandiendo sus operaciones en diversos continentes a través de diversas dinámicas. No sólo captan compradores de droga o vendedores de coca, sino que además cooptan organizaciones criminales locales a las que brindan su know how, el cual se extiende desde las técnicas de elaboración y comercialización de los estupefacientes hasta las modalidades de lavado de dinero y empleo de la violencia. Tanto el Cartel de Sinaloa como el CJNG controlan puertos en el Pacífico mexicano desde donde realizan envíos a distintas partes del globo.

En Chile se viene apreciando la presencia combinada de todos estos factores. Los grandes decomisos realizados en los puertos de Valparaíso y San Antonio; la proliferación del microtráfico en todo el país; el auge de la “narcocultura”, y la vinculación del negocio con otras tramas delictivas como el tráfico de migrantes y la toma de tierras en el sur, son todos elementos que apuntan a importantes palancas foráneas como factores que precipitan el auge del narco dentro del país austral.

* Doctor en Conflicto político y Procesos de Pacificación. @martinezmeucci

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