El “Acuerdo por Chile” y la bancarrota de la dignidad – Por Marcos Uribe Andrade

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El “Acuerdo por Chile” y la bancarrota de la dignidad

Marcos Uribe Andrade*

En un estudio actual sobre la indignidad humana, no podría faltar la referencia a la condición presente de la sociedad chilena.

¿Qué se puede condenar moralmente de un pueblo que se levanta en protesta por el quiebre de la representatividad de sus instituciones, que respalda en un 80% dichas demandas, que despliega un movimiento de descontento activo, durante más de dos meses; que consigue provocar un proceso de refundación constitucional; que, como hayan sido los pormenores, determina libremente que para dicha refundación se debe constituir una Convención de ciudadanos 100% electos, que no ejerzan en las instituciones legislativas.

Que elige, de hecho, a los integrantes de dicha Convención y que finalmente decide rechazar la propuesta emergente. Que elige un programa de gobierno, al mismo tiempo que elige un poder legislativo contra-programático? ¿Qué se puede decir de un pueblo que manifiesta esta y otras contradicciones? Poco o nada. No se puede decir nada más allá de reconocer sus contradicciones. Sin embargo sí hay una patética indignidad que nos cruza.

Tras el rechazo al texto constitucional propuesto, el 4 de septiembre de 2022, hoy esa misma institucionalidad reprobada (los poderes del Estado: el gobierno, las cámaras legislativas, los partidos políticos y el aparato jurídico) se vuelven a confirmar como inquilinos del poder, morosos y con orden de desalojo, pero aumentan con desparpajo sus deudas con la sociedad. Ese lote de burócratas “ocupas” secuestran la soberanía de un pueblo y deciden desconocer el mandato que nunca ha estado en cuestión: el nuevo organo constitucional debe ser una propuesta realizada por una convención 100% electa.

Esta superestructura del poder político determina meterse en el bolsillo la voluntad de los ciudadanos, a fin de salvar el monopolio del poder y, haciendo abuso de sus facultades legales, decide actuar con total inmoralidad diseñando un proceso constituyente a través de un mecanismo expresamente reprobado en un referéndum de absoluta validez democrática. Y lo increíble: van a salir jugando, a pesar de que el pueblo, hace solo un par de años, tuvo en las cuerdas dicha institucionalidad.

No puede ser digna una sociedad que se deja atropellar, se deja manosear, maltratar, humillar, ningunear, insultar, solo porque el marco de las leyes permite la acción abusiva de una casta. No puede ser digna si es incapaz de resolver y poner fin con altura moral, a este inquilinato moroso que ha impuesto condiciones de iniquidad a las grandes mayorías ciudadanas.

Resulta también impresionantemente indigno que los partidos de esta izquierda en quiebra, repten por caminos laterales, mendigando cuotas de poder inconducentes, que solo le hacen parte penosa de éxitos ajenos, solapando las propias derrotas. Sobre todo cuando han sido aniquilados como cuerpos orgánicos capaces de proyectar caminos unitarios de cambio; cuando las viejas vanguardias no son más que orgánicas quebradas ideológicamente, que se equilibran en sus recuerdos y erosionan día a día su capacidad de resiliencia ante los cambios de la historia.

Pampea el abandono, pampea la soledad y la degradación…Esta sociedad no tiene un futuro esplendor si no somos capaces de tomar conciencia que estamos en la disyuntiva de dejarnos conducir como una masa maleable, al antojo de intereses ajenos y abusivos, o retomamos la responsabilidad sobre la construcción de la sociedad que soñamos: esa sociedad solidaria, que es capaz de equilibrar los beneficios del crecimiento económico con el desarrollo integral.

La sociedad chilena está en la bancarrota moral y está en la orfandad política. Los referentes políticos del siglo XX ya no tienen sueños que mostrar para cambiar en profundidad la realidad. Las viejas orgánicas que alguna vez representaron a los intereses ciudadanos, no están ya comprometidas con dichos intereses y se deben a sus simples y miserables propósitos de camarilla parasitaria del orden vigente.

Y este es un problema estratégico, porque todas las acciones de aquellos -hoy ya falsos representantes del pueblo- no son capaces de imponer escenarios de lucha que le sean favorables, porque han abandonado totalmente dicho propósito y solo conciertan fuerzas para ocupar los espacios de movilidad que quien otrora fuera el enemigo fundamental, le otorga en las arenas del quehacer político instituido.

Lamento informarles que el pueblo está solo; que estamos solos en una soledad cósmica. Estamos en la misma soledad que los viejos esclavos de centurias y milenios del pasado, seguramente sintieron cuando despertaban cada mañana.

La izquierda Chilena no existe, porque ha sido fagocitada por la fuerza de la contra-revolución. Somos hoy la negación de la negación, negada, y esa es la piedra angular de la nueva conciencia necesaria: ¿quiénes somos ahora? ¿Cuál es nuestra sustancia histórica? ¿Qué nos constituye como sujetos colectivos? ¿Qué nos constituye sujeto histórico?

Estamos -después de este rodar dando tumbos por los despeñaderos- en el momento en que podemos aclarar la mirada y asumir el divorcio con separación de bienes (en donde no tenemos mayor potestad sobre ellos), o nos quedamos en el statu quo, sonriendo a regañadientes el infortunio de no tener gobierno sobre nuestro destino.

Lo bueno: la historia no se detiene y nos invita a reconstruirnos. La decisión no es fácil. NO siempre la restauración es posible. A veces la demolición es necesaria.

*Profesor de Filosofía. Vive en Chiloé y es analista de El Desconcierto y El Clarin entre otras publicaciones

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