Chile: 50 años de neoliberalismo – Por Felipe Portales

1.418

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Chile: 50 años de neoliberalismo

Por Felipe Portales *

Notablemente, se ha pasado por alto en la conmemoración del medio siglo de la desgraciada destrucción de nuestra democracia que, no sólo se instauró una dictadura terrorista de 17 años, sino que también su diseño a largo plazo ha tenido pleno éxito hasta el día de hoy.

En efecto, se olvida que el modelo de sociedad extremadamente neoliberal que impuso violentamente la dictadura, fue luego legitimado, consolidado y profundizado pacíficamente en los “30 años”.

Un modelo concentrador de la riqueza en grandes grupos económicos fundamentalmente financieros, extractivistas y controladores de los sistemas de educación, salud y previsión; apoyados por el Estado; y con sectores populares y medios atomizados y sin ningún poder real.

Como muy bien lo recordó muchos años atrás el destacado líder de RN, Andrés Allamand, Pinochet le aportó a la derecha neoliberal: “el ejercicio sin restricciones del poder político necesario para materializar las transformaciones. Más de una vez en el frío penetrante de Chicago los laboriosos _
estudiantes que soñaban con cambiarle la cara a Chile deben haberse devanado los sesos con una sola pregunta: ¿Ganará alguna vez la presidencia alguien que haga suyo este proyecto? Ahora no tenían ese problema”_ (La travesía del desierto; Edit. Aguilar, 1999; p. 156).

Y como lo reconoció crudamente el máximo ideólogo de la “transición”, Edgardo Boeninger, el liderazgo de la Concertación de Partidos por la Democracia llegó a fines de los 80 a una “convergencia” con el pensamiento económico de la derecha, “convergencia que políticamente el conglomerado opositor no estaba en condiciones de reconocer” (Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, 1997; p. 369).

Este viraje ideológico copernicano y solapado del liderazgo de la Concertación nos permite comprender conductas políticas que de otra forma veríamos como locuras auto-destructivas. Especialmente, el virtual regalo que le hizo la Concertación a la derecha de la mayoría parlamentaria que le auguraba al futuro gobierno de Aylwin la Constitución original del 80; y las políticas de asfixia económica con que los gobiernos de la Concertación exterminaron a partir de 1990 los numerosos medios escritos de centroizquierda que habían surgido en la década de los 80.

En efecto, la primera de ellas se hizo a través de la Reforma Constitucional concordada en 1989 entre Pinochet, la Concertación y la derecha, en la que solapadamente en una de ellas (fueron 54 reformas) se modificaron los quórums para la aprobación de las leyes ordinarias de tal forma de impedir que el futuro gobierno (de la Concertación) pudiese contar con aquella.

La segunda se llevó a cabo fundamentalmente a través de una silenciosa discriminación del avisaje estatal en contra de los medios escritos de centroizquierda que habían surgido en la lucha contra la dictadura.

Denuncias históricas (no desmentidas) de esta sistemática discriminación, las han hecho numerosos periodistas, académicos y directores de medios afectados, entre ellos los Premios Nacionales de Periodismo Juan Pablo Cárdenas, Patricia Verdugo y Faride Zerán.

Con la primera, los gobiernos concertacionistas quedaron facultados para sostener plausiblemente que no cumplían sus programas de reformas porque no contaban con las mayorías parlamentarias para ello. Y con la segunda, se aseguraban que la opinión pública nunca se enterase del fondo de todo ello y que no surgiese desde una real centro-izquierda una oposición a los gobiernos
concertacionistas.

Esto redundó, además, en que todas las decisiones políticas y económicas claves
de la post-dictadura se adoptaran consensualmente entre la derecha y la Concertación sin mayor escándalo, partiendo por el ominoso y desconocido acuerdo constitucional de 1989…

La llamada transición

Desde el punto de vista político, ya en agosto de 1991 el propio presidente Aylwin “notificó” al país que “la transición ya está hecha” y que “en Chile vivimos en democracia” (El Mercurio; 8-8-1991), en circunstancia de que a esa fecha ninguno de los requisitos planteados en 1984 por la Alianza Democrática (antecesora de la Concertación) para acceder a una Constitución realmente democrática se habían cumplido (Ver Patricio Aylwin.- El Reencuentro de los demócratas. Del golpe al triunfo del NO; Edic. Grupo Zeta, 1998; p. 259). 

Así, lo que en 1984 se planteaban como requisitos para la existencia de una efectiva democracia, en 1991 pasaron a concebirse como simples factores de “perfeccionamiento” de una democracia ya existente. Todo esto culminó en 2005, cuando luego de algunos cambios importantes en la Constitución -consensuados obviamente entre la derecha y la Concertación, pero que no alteraron su esencia autoritaria y neoliberal, ¡como hoy todos lo reconocen!- ¡Ricardo Lagos y todos sus ministros suscribieron fervorosamente el texto actual, dejando afuera de aquel la firma de Pinochet!…

A su vez, en el ámbito de los derechos humanos se abandonó también desde un comienzo el compromiso programático de buscar la justicia derogando el decreto-ley de amnistía de 1978; como lo reconoció el máximo ideólogo de la transición, Edgardo Boeninger (Ver Democracia en Chile. Lecciones para la Gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, 1997; p. 400). Es más, se buscaron en numerosas ocasiones -en conjunto con la derecha- aprobaciones de leyes que extendieran la amnistía hasta 1990 o que permitieran cerrar los casos de detenidos-desaparecidos sin justicia. 

Ello fracasó gracias a la fuerte reacción moral de las agrupaciones de familiares de víctimas y de las ONG de derechos humanos. Aquellos intentos -felizmente frustrados- pueden comprenderse por la valoración positiva que el liderazgo de la Concertación adquirió de la obra económico-social de la dictadura. Una concordancia en los fines hace siempre menos problemática una discordancia en los medios, por profunda que esta haya sido.

En el mismo sentido, los gobiernos de Aylwin y Frei Ruiz-Tagle defendieron siempre a Pinochet en sus numerosos viajes al exterior como comandante en jefe del Ejército, cuando éste era duramente criticado por políticos, periodistas u organizaciones de derechos humanos. Lo propio hizo el gobierno de Frei cuando parlamentarios disidentes de la Concertación acusaron constitucionalmente al exdictador en 1998 como una forma de impedir su vergonzoso acceso al Senado como miembro vitalicio. Intento que fue derrotado por el propio gobierno al aplicar toda su presión sobre los parlamentarios concertacionistas. 

Todo ello culminó cuando en agosto de ese año el presidente del Senado, Andrés Zaldívar(DC), invitó a Pinochet a la testera para presentar en conjunto un proyecto de ley que sustituyó el feriado del 11 de septiembre por un “Día de la Unidad Nacional” a celebrarse el primer lunes de septiembre; proyecto que fue aprobado por unanimidad. Algo que nadie, en su sano juicio, podría achacar ya a un “temor” hacia las Fuerzas Armadas… Además, Patricio Aylwin consideró positivo para el país ¡la permanencia de Pinochet como comandante en jefe del Ejército (virtualmente autónomo) hasta 1998! (Ver El Mercurio, 28-9-1993; El Mercurio, 30-4-1994; La Epoca, 9-7-1994; Caras, 18-8-2000; El Mercurio, 26-9-2003; y El País, España, 27-5-2012).

Y como es sabido, los gobiernos de Frei y Lagos defendieron fervorosamente a Pinochet frente al mundo cuando aquel fue detenido en el Reino Unido en octubre de 1998, a petición de la Justicia española. Y ejercieron presiones públicas y privadas al juez Juan Guzmán -y a los tribunales de justicia nacionales en general- para obtener la impunidad final del exdictador, durante y particularmente después que lograran la liberación de Pinochet del Reino Unido.

Por otro lado, pese a que en general el liderazgo de la Concertación ha guardado cierto pudor en confesar su “convergencia” con la derecha, a lo largo de los años ha sido inevitable que en diversas instancias su “neoliberalización” haya sido públicamente reconocida, particularmente por Alejandro Foxley y Eugenio Tironi. El primero fue crucial –como ministro de Hacienda de Aylwin- en la conducción económica (continuada después) de los gobiernos de la Concertación. Y el segundo –que fue Director de Comunicaciones de Aylwin- ha sido un intelectual clave en la “renovación” del socialismo chileno.

Así, Foxley, ya como senador DC en 2000, afirmó con total desparpajo que “Pinochet realizó una transformación, sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una década después, al cual están tratando de encaramarse todos los países del mundo. 

Hay que reconocer su capacidad visionaria y la del equipo de economistas que entró en ese gobierno el año 73, con Sergio de Castro a la cabeza, en forma modesta y en cargos secundarios, pero que fueron capaces de persuadir a un gobierno militar –que creía en la planificación, en el control estatal y en la verticalidad de las decisiones- de que había que abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es una contribución histórica que va perdurar por muchas décadas en Chile, que ha terminado siendo aceptada prácticamente por todos los sectores. Además, ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. 

Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar. Su drama personal (sic) es que por las crueldades que se cometieron en materia de derechos humanos en ese período, esa contribución a la historia ha estado permanentemente ensombrecida” (Cosas; 5-5-2000).

A su vez, el destacado intelectual de la “renovación socialista”, Eugenio Tironi, ha sostenido (¡como virtual epígono de Adam Smith!): “la sociedad de individuos, donde las personas entienden que el interés colectivo no es más que la resultante de la maximización de los intereses individuales, ya ha tomado cuerpo en las conductas cotidianas de los chilenos de todas las clases sociales y de todas las ideologías. Nada de esto lo va a revertir en el corto plazo ningún gobierno, líder o partido (…)”

“ Las transformaciones que han tenido lugar en la sociedad chilena de los 90 no podrían explicarse sin las reformas de corte liberalizador de los años 70 y 80 (…) Chile aprendió hace pocas décadas que no podía seguir intentando remedar un modelo económico que lo dejaba al margen de las tendencias mundiales. El cambio fue doloroso, pero era inevitable. Quienes lo diseñaron y emprendieron mostraron visión y liderazgo” (La irrupción de las masas y el malestar de las elites. Chile en el cambio de siglo; Edit. Grijalbo, 1999; pp. 36, 60 y 162).

Comprensiblemente, los elogiosos reconocimientos que la derecha ha hecho al giro copernicano de la Concertación han sido mucho más numerosos. Así tenemos las famosas “declaraciones de amor” hechas a Ricardo Lagos por el entonces presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, Hernán Somerville (Ver La Segunda; 14-10-2005); o la calificación del economista y empresario César Barros, al mismo Lagos, de haber sido “el mejor presidente de derecha de todos los tiempos” (La Tercera; 11-3-2006).

O las expresiones del político de la UDI, Herman Chadwick, de que “el Presidente Lagos nos devolvió el orgullo de ser chilenos” (Ver El Mercurio; 21-3-2006); o las del empresario pinochetista, Ricardo Claro, quien en 2008 dijo que “Lagos es el único político en Chile con visión internacional, y está muy al día. No encuentro ningún otro en la derecha ni en la DC” (El Mercurio; 12-10-2008).

Y en términos más generales, el destacado cientista político de RN, Oscar Godoy, al ser consultado si observaba un desconcierto en la derecha por “la capacidad que tuvo la Concertación de apropiarse del modelo económico”, respondió: “Sí. Y creo que eso debería ser un motivo de gran alegría, porque es la satisfacción que le produce a un creyente la conversión del otro. Por eso tengo tantos amigos en la Concertación; en mi tiempo éramos antagonistas y verlos ahora pensar como liberales, comprometidos en un proyecto de desarrollo de una construcción económica liberal, a mí me satisface mucho” (La Nación; 16-4-2006).

Asimismo, a nivel internacional tenemos las declaraciones de Arnold Harberger, adláter de Milton Friedman en la famosa Escuela de Economía de la Universidad de Chicago. Luego de escuchar en Colombia a Ricardo Lagos en un seminario, señaló:

“su discurso podría haber sido presentado por un profesor de economía del gran período de la Universidad de Chicago. Él es economista y explicó las cosas con nuestras mismas palabras. El hecho de que partidos políticos de izquierda finalmente hayan abrazado las lecciones de la buena ciencia económica es una bendición para el mundo” (El País, España; 14-3 2007).

Y en términos más generales, cuando afirmó que el objetivo de la Universidad de Chicago respecto de Chile “fue traer la buena ciencia económica” y “que tuvimos éxito en eso” gracias a los convenios con las universidades Católica y de Chile. Así, “yo creo que ha habido una gran evolución de política económica en Chile durante el período del gobierno militar, y una vez que se formó el equipo de Patricio Aylwin con Alejandro Foxley y otros, ellos siguieron el mismo rumbo y eso ha seguido hasta hoy día que yo sepa (…) Uno ve a los diferentes partidos políticos en Chile, sus plataformas económicas, y difieren en milímetros, en centímetros, no en kilómetros” (El Mercurio; 19-12-2010).

La derecha económica fue también muy generosa con el liderazgo de la Concertación en términos concretos. Así, decenas de ex parlamentarios y de ex ministros, subsecretarios y superintendentes de sus gobiernos han llegado a ocupar directorios o altos cargos ejecutivos de empresas, bancos, AFP (previsión), Isapres (salud), fundaciones y medios de comunicación de los grandes grupos económicos. Y también estos contribuyeron sustancialmente al financiamiento de las campañas electorales (por vías regulares e irregulares) de candidatos presidenciales y a parlamentarios concertacionistas.

Las expectativas de sustitución del modelo neoliberal que surgieron con la “revuelta” o “estallido social” de octubre de 2019 se vieron neutralizadas con los maquiavélicos acuerdos establecidos entre la derecha y la ex Concertación (a los que se subordinaron el Frente Amplio y el PC…) para generar sucedáneos de asambleas constituyentes.

Ya sea por estipular en ellas quórums antidemocráticos de dos tercios; hacer que la implementación legislativa de sus acuerdos fuera eventualmente resuelta ¡por el Congreso constituido!; o, como sucede actualmente, que el texto de una “nueva” Constitución sea redactado por “expertos” designados por el Congreso constituido, sobre bases definidas por éste y que sólo pueda ser
revisado por un “Consejo” electo de solo 50 miembros y por un quórum de un 60% de aquellos. Algo que, por cierto, no ha sucedido en ninguna otra sociedad del mundo pretendidamente democrática.

Naturalmente el objetivo político de todo esto es que el futuro del país –más allá de las estridentes querellas verbales existentes entre gobierno y oposición; entre derechas e “izquierdas”– siga siendo definido por el “bloque consensual” (Derecha-ex Concertación) y de manera tal de mantener esencialmente el mismo modelo de “los 30 años”, de la post-dictadura; modelo ampliamente reivindicado en el último tiempo por sus artífices y –notablemente- también, en cierta medida, por el Frente Amplio y por Gabriel Boric que hasta hace poco lo habían criticado acremente…

*Sociólogo titulado en la Universidad Católica de Chile. Ha sido Visiting Scholar de la Universidad de Columbia (1984-1985); asesor de Derechos Humanos del Ministerio de Relaciones Exteriores (1994-1996); profesor de la Universidad de Chile en el Instituto de la Comunicación e Imagen (ICEI) y en el Área de Humanidades de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas. Autor de varios libros.

Diario Chile

Más notas sobre el tema