Tecnopolítica de las redes sociales – Por Asma Mhalla

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Asma Mhalla *

La militarización de las redes sociales y la guerra de la información eran ya un hecho. La invasión rusa de Ucrania y los métodos puestos en marcha por el gobierno de Vladimir Putin han confirmado esta tendencia y la han amplificado. A nivel de la capa inferior de las redes sociales, la guerra en Ucrania ha acelerado la balcanización tanto política como técnica del internet global.

Pronto surgirán nuevos espacios híbridos de influencia y manipulación, que combinan la neurociencia y la inteligencia artificial, como el metaverso. Estos nuevos lugares presagian el advenimiento de la próxima generación de guerras híbridas, guerras cognitivas que enfrentarán conocimientos e ideologías y cuya gravedad será probablemente mucho más aguda que la que se desarrolla actualmente en las redes sociales, que no son más que el comienzo de dichas guerras.

En el ámbito de la tecnopolítica, las redes sociales han dominado la actualidad internacional reciente. Los Facebook Files, la guerra de la información digital y la desinformación, el anuncio de la adquisición de Twitter por parte de Elon Musk, la aprobación en curso de la Ley de Servicios Digitales, etc.

El ritmo frenético de los últimos acontecimientos ha tenido la nada despreciable ventaja de sacar las cuestiones de la gobernanza de las redes sociales del círculo restringido de unos pocos expertos y periodistas iniciados y situarlas en el centro del debate público.

Pero más allá del simple comentario de esta o aquella noticia, la comprensión de la dimensión política y geopolítica subyacente no debe detenerse en la dialéctica binaria demasiado simplista de «a favor o en contra de la libertad de expresión» que vemos con tanta frecuencia.

La reflexión sobre la política de las redes sociales se articula en tres niveles distintos pero interdependientes. En primer lugar, desde el punto de vista geopolítico, se han convertido rápidamente en un campo de conflicto por derecho propio en la ciberguerra, especialmente en el aspecto informativo, y están participando en la actual balcanización del internet global en distintos bloques informativos, geoestratégicos e ideológicos. Frente a bloques coherentes en su doctrina tecnológica, el campo occidental debe determinar ahora el corpus ideológico que debe llevar la tecnología.

Por el momento, las políticas relacionadas con las nuevas tecnologías, que son por naturaleza duales, siguen oscilando entre la realpolitik cínica y la utopía fantasmal. En segundo lugar, en el plano político, las redes sociales materializan una tensión existencial para las democracias occidentales en cuanto a su aceptación del principio de «libertad de expresión».

La aclaración es urgente, especialmente en Estados Unidos, que está en un momento crucial de su historia en el que se enfrentan dos visiones, una maximalista, liderada por Elon Musk, y otra reguladora, dirigida por Barack Obama. Como consecuencia de los dos primeros puntos, reunir las visiones estadounidense y europea y encontrar las modalidades para una cogobernanza transatlántica de las plataformas transfronterizas es una condición sine qua non para la supervivencia del modelo democrático liberal occidental a ambos lados del Atlántico en un ciberespacio cada vez más fragmentado.

El reposicionamiento en curso está redefiniendo los atributos tradicionales del poder y la soberanía en torno a la cuestión tecnológica. Al ser la información la principal fuente de poder, tener el control de uno de sus principales vehículos, las redes sociales, es vital en las nuevas relaciones de poder e influencia.

Desde este punto de vista, ¿qué papel puede desempeñar Europa a corto y largo plazo para servir a su ambición de una Europa potencia? En concreto, ¿cómo puede transformarse este punto de inflexión histórico del papel político y geopolítico de las redes sociales en una oportunidad para repensar su relación con Estados Unidos y gobernar unas redes sociales que son transfronterizas por naturaleza y tienen un estatus híbrido de plataformas privadas y de espacios públicos, y que ahora actúan como campos de influencia militar?

El reposicionamiento en curso está redefiniendo los atributos tradicionales del poder y la soberanía en torno a la cuestión tecnológica.

Balcanización de los bloques informativos y reconfiguración geopolítica
La propaganda, las guerras narrativas y las percepciones colectivas no son nuevas. De hecho, la opinión pública es un elemento central en la toma de decisiones de las políticas públicas y, por necesidad, su orientación y manipulación son altamente políticas e incluso, en algunos casos, militares. Sin embargo, la sobreabundancia de información a través de las redes sociales hoy en día está alterando los canales y las técnicas preexistentes de la guerra de la información.

En el ámbito de la información, «el cambio de escala es en realidad un cambio de naturaleza», por citar las palabras de Jean-Yves Le Drian en 20181. En consecuencia, la información y su corolario, la desinformación, representan una materia prima estratégica que participa activamente en la hibridación de las modalidades de la guerra convencional (guerra híbrida) mediante la militarización del campo de la información en el ciberespacio.

En este contexto, la guerra de Ucrania y la batalla franco-rusa por la influencia en el Sahel ponen de manifiesto el creciente papel geopolítico de las redes sociales, principalmente Facebook, Twitter y Tiktok.

Esas redes se han convertido rápidamente en uno de los principales escenarios de la guerra de la información y de las estrategias de ciberdesestabilización en países en conflicto abierto o latente. La infowar florece en esos espacios públicos digitales, impulsada por los mecanismos económicos de la viralidad y de los algoritmos de recomendación.

Los primeros ejemplos de operaciones de ciberdesestabilización y desinformación a gran escala datan de 2016. Rusia, que ha industrializado sus métodos de guerra de la información, ocupa un lugar destacado, aunque no es exclusivo de ella. Las operaciones más famosas se han atribuido a agencias rusas cercanas al Kremlin, como durante las elecciones presidenciales estadounidenses, los referendos del Brexit y las elecciones presidenciales francesas de 2017.

Ante la creciente amenaza, Francia lanzó en octubre de 2021 el servicio de vigilancia y protección contra las interferencias digitales extranjeras (Viginum). A finales de abril de 2022, Estados Unidos siguió su ejemplo y anunció la creación de un equipo dedicado a contrarrestar la desinformación rusa, ubicado en el Departamento de Seguridad Nacional\“Department Of Homeland Security Announces New Disinformation Governance Board\”, Huffington Post, abril de 2022.» >2.

En contextos de guerra (fría, caliente, híbrida o cibernética), las redes sociales se convierten en zonas de conflicto y confrontación en toda regla. La guerra de Ucrania es un punto de inflexión clave. Mientras que las estrategias de influencia rusas seguían siendo relativamente clásicas, pero perfectamente preparadas, coordinadas e industrializadas, basadas en campañas masivas de desinformación potenciadas por modalidades de viralidad no auténticas3, el gobierno ucraniano optó por poner en escena una forma de «marketing de guerra» sin precedentes.

Esta comunicación pública fue ampliamente retransmitida por la profusión de vídeos publicados que dan testimonio de los daños materiales y psicológicos de la guerra, subidos por influencers que antes hablaban de belleza o deporte, y que ahora se han convertido en soldados de la influencia, es decir, en «influencers de la guerra», como Marta Vasyuta o Valeria Shashenok, portavoces de la causa ucraniana en todo el mundo. La participación en este esfuerzo bélico se coordinó desde el principio a través de los canales oficiales de Telegram, tanto en contenido como en formato. La viralidad hizo el resto.

TikTok desempeñó un papel fundamental en esta influencia. En pocas semanas, la plataforma china se convirtió en uno de los principales canales de información para los más jóvenes. Hasta el punto de que la Casa Blanca tuvo que convocar a los influencers estadounidenses para informarlos y que transmitieran los mensajes «correctos». Este ejército cívico de la influencia bélica a través de las redes sociales desempeñó un papel importante en la adhesión inmediata de la opinión pública occidental a la causa ucraniana.

También es interesante observar que, desde el comienzo de la guerra en Ucrania, los dirigentes de Facebook y Twitter fueron interpelados directamente en Twitter por Mikhailo Fedorov, viceprimer ministro y ministro de Transformación Digital de Ucrania, y luego por el gobierno ruso sobre su política de moderación, lo que los sitúa en pie de igualdad, considerados desde el principio como interlocutores tan legítimos como los Estados. De hecho, este enfoque ya estaba latente.

El concepto de «Techplomacy», lanzado en 2017 por Dinamarca, ya existía, pero había permanecido relativamente inoperante hasta entonces. Este enfoque, que acaba con los rangos protocolarios e hibrida el perímetro de la diplomacia pública tradicional, acaba de ser adoptado por la propia UE. El 28 de abril de 2022, supimos que Bruselas estaba preparando la apertura de una embajada con sede en San Francisco dedicada a las relaciones bilaterales con las BigTech.

Hasta ahora, el concepto no se había probado, pero se vuelve particularmente interesante desde el punto de vista de la teoría política si consideramos las redes sociales dominantes como entidades geopolíticas y oficinas ideológicas por derecho propio, a veces con su propia agenda política. En el caso de Meta, por ejemplo, los Facebook Files destacaron una política de moderación arbitraria.

En 2020, el gobierno vietnamita supuestamente pidió a Facebook que aplicara una ley represiva sobre la libertad de expresión que castigara las posturas críticas con el gobierno de turno. Se dice que Mark Zuckerberg ha arbitrado personalmente a favor de la petición del gobierno. Más recientemente, fue el gobierno ucraniano el que pidió directamente a Zuckerberg que censurara activamente ciertas cuentas rusas. También en ese caso, Meta obedeció.

Otro ejemplo emblemático: en pleno conflicto ruso-ucraniano, Facebook decidió, a sabiendas, aplicar una moderación muy ligera a las publicaciones ucranianas que incitaban al asesinato de soldados rusos, y luego decidió unilateralmente, a finales de abril de 2022, restringir el papel de su Consejo de Supervisión, un órgano que la empresa creó para ayudarle a gestionar su política de moderación en los casos considerados complicados. Meta rechazó una solicitud del Consejo de una opinión consultiva sobre las acciones de moderación relacionadas con la invasión de Ucrania debido a «las preocupaciones constantes en materia de seguridad».

Infowar

La infowar florece en esos espacios públicos digitales, impulsada por los mecanismos económicos de la viralidad y de los algoritmos de recomendación.

Ante estas nuevas formas de poder no estatal y en un afán por mantener el control, la Comisión Europea, en su última versión de la Ley de Servicios Digitales, añadió un artículo de última hora que prevé el establecimiento de mecanismos de respuesta de emergencia para las plataformas sociales en caso de crisis, conocido como «Mecanismo de Respuesta a la Crisis»: las plataformas estarán obligadas a aplicar las instrucciones de la Comisión en casos de extrema urgencia en los que la seguridad de los países miembros pueda verse amenazada. Estos mecanismos se activarán por decisión de la Comisión Europea.

Pero la militarización de las redes sociales y la guerra de la información no se detienen en la capa superior del ciberespacio, es decir, en las interfaces directamente visibles para los usuarios. El bloqueo de las redes occidentales y el control total o parcial de las infraestructuras físicas de conectividad por parte de ciertos Estados tecno-autoritarios están conduciendo a una fractura gradual, pero segura, del internet global en varios bloques informativos distintos y perfectamente impermeables, lo que conduce a una balcanización del ciberespacio.

A nivel de la capa inferior de las redes sociales, la guerra de Ucrania ha acelerado esta balcanización, tanto política como técnica, del internet global, que se denomina comúnmente «splinternet». Si del lado ofensivo el objetivo ruso es desestabilizar a la opinión pública occidental, sobre todo mediante la desinformación en las redes sociales, su lado defensivo no utiliza los mismos medios.

Para controlar su esfera informativa interna, Moscú ha podido contar tanto con su arsenal legal —incluida la ley del 4 de marzo de 2022 contra las «fake news» que «prohíbe la difusión de información falsa sobre las fuerzas armadas rusas» y la llamada «operación militar especial en Ucrania»— como con sus servicios digitales soberanos agrupados bajo el nombre de «Runet» (redes sociales y motores de búsqueda rusos como Vkontakte o Yandex, que son propiedad directa o indirecta de personas cercanas al Kremlin).

Finalmente, y a pesar de las dificultades técnicas, Moscú pretende aislar progresivamente las capas inferiores de su espacio digital controlando todas las infraestructuras de red en una visión autoritaria de su soberanía tecnológica, y ello con fines perfectamente asumidos de seguridad nacional y «seguridad de la información».

La fractura del ciberespacio, ya sea en su denominada capa superior cognitiva (todos los contenidos que circulan por las redes sociales) o en su capa inferior (las infraestructuras físicas de la red) sigue, en una simetría casi perfecta, la reconfiguración geopolítica del mundo físico, dando lugar a un internet global reestructurado entre cuatro polos: Estados Unidos, Rusia, China (de paso, con un refuerzo del eje Moscú-Pekín) -cada uno de los cuales tiene una autonomía digital estratégica-, y el resto del mundo, incluida Europa, que se encuentra en situación de dependencia.

Esta recomposición redefine el equilibrio de poder y los atributos del poder tecnológico a principios del siglo XXI.

Para las democracias occidentales, el reposicionamiento geopolítico por las distintas capas del ciberespacio plantea una cuestión principalmente ideológica. Ante el auge del autoritarismo digital, con el pretexto de diversas estrategias de soberanía tecnológica, Estados Unidos anunció el 28 de abril de 2022 el lanzamiento de una iniciativa para defender un «internet libre, democrático y abierto».

En resumen, volvemos al principio. Más allá del efecto del anuncio y sea cual sea la autenticidad de la intención, es innegable que el campo occidental debe ahora fijar su doctrina en términos de valores, de modelo político y, en consecuencia, de gobernanza tecnológica. El tema no es nuevo, pero se está volviendo urgente. Frente a ciertos Estados que son perfectamente coherentes en su aprehensión de internet en general y de las redes sociales en particular como herramientas políticas de censura, coerción y ciberdesestabilización, ¿cuál es nuestra identidad, cuál es nuestra respuesta, cuál es nuestro contramodelo?

Relaciones con las BigTech

El 28 de abril de 2022, supimos que Bruselas estaba preparando la apertura de una embajada con sede en San Francisco dedicada a las relaciones bilaterales con las BigTech. En este caso, la batalla ideológica que se libra en el ámbito tecnológico nos obliga a aclarar rápidamente nuestra visión de la democracia en el siglo XXI.

Sobre todo porque los posibles abusos de las tecnologías, que son por naturaleza duales, nunca están lejos: tecnovigilancia masiva, explotación comercial o política de datos personales sensibles como las opiniones políticas, la religión o la orientación sexual, microfocalización política, fichaje y vigilancia masiva, etc. El bloque occidental debe apresurarse a avanzar.

En primer lugar, porque la visión tecno-autoritaria de países como Irán, China y Rusia es mucho menos proclive a la dilación. En segundo lugar, porque pronto surgirán nuevos espacios híbridos de influencia y manipulación, que combinan la neurociencia y la inteligencia artificial, como el metaverso.

Esos nuevos lugares presagian el advenimiento de la próxima generación de guerras híbridas, guerras cognitivas que enfrentarán conocimientos e ideologías y que serán probablemente mucho más agudas que la que se desarrolla actualmente en las redes sociales, que no son más que los primeros signos de dichas guerras.

*Especialista en política tecnológica. Es profesora en SciencesPo París y en la École Polytechnique; es experta asociada en la Agencia Ejecutiva de Investigación de la Comisión Europea e investigadora visitante en el Institut Mines-Télécom (IMT).

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