Elecciones | Entre crisis y sueños que no caben en una urna – Por NODAL y CLAE

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Elecciones. Entre crisis y sueños que no caben en una urna

Por NODAL y CLAE*

Durante 2023 un conjunto de hechos políticos significativos y de procesos electorales impactaron en la configuración del mapa latinoamericano, que aproximadamente desde 2015, se encuentra en tensión entre la ola de restauración neoliberal, la institución de gobiernos de derecha y ultraderecha y un conjunto de gobiernos que, a contramano, intentan virar los destinos de su país a través de la reposición del progresismo en el poder o, como en el caso de Colombia, el primer gobierno popular en su historia.

A juzgar por los resultados de los procesos electorales que ocurrieron en 2023 en Paraguay, Ecuador, Guatemala y Argentina, con el triunfo de Santiago Peña, Daniel Noboa, Bernardo Arévalo y Javier Milei, las opciones de derecha y ultraderecha retuvieron gobiernos y avanzaron en la región. No hay que olvidar que la significativa victoria de Ignacio Lula da Silva en Brasil en 2022, estuvo marcada al inicio de este año, por la performática señal de las radicalizadas fuerzas bolsonaristas, que, tal como los seguidores trumpistas en Estados Unidos, asaltaron el Palacio del Planalto y otras instituciones públicas, para dar muestras de su vitalidad y permanencia.

En Guatemala, luego de un pedregoso proceso electoral, el Ministerio Público propuso anular los resultados electorales, con el argumento de supuestas irregularidades cometidas por el Tribunal Supremo Electoral, en lo que el presidente electo, Bernardo Arévalo, denunció como un intento de Golpe de Estado. El representante del Movimiento Semilla logró imponerse en la segunda vuelta electoral en junio, no sin conflictos previos y posteriores. Aún no ha logrado cruzarse la banda presidencial y ya afronta maniobras del poder judicial que cuestionan la legitimidad de su mandato. El dato, no menor, es la resistencia popular, que en las calles denuncia a las y los representantes de un sistema institucional viciado.

En Perú, donde los olvidados segmentos populares campesinos del sur, habían logrado instituir un representante propio en el gobierno en 2021, no se logró doblegar los vicios de una institucio- nalidad históricamente controlada por las élites. Una combinación de procesos conspirativos se valió de mecanismos institucionales para expulsar del gobierno a Pedro Castillo quien, antes de ser destituido, afrontó alrededor de 70 cambios en su gabinete ministerial, en menos de un año. Su compañera de fórmula, Dina Boluarte, como otro capítulo de la ya conocida historia de las coali- ciones electorales latinoamericanas, desconoció al partido que la llevó a la vicepresidencia a poco tiempo de la victoria electoral y aún se mantiene en el poder, desoyendo los llamados de atención internacionales por las brutales represiones de las movilizaciones que piden su renuncia y la del Congreso.

En total, 49 personas fallecieron en el contexto de operaciones policiales y militares por hechos represivos llevados a cabo durante los meses de diciembre de 2022, enero y febrero de 2023. De acuerdo con un informe de Amnistía Internacional, publicado en noviembre de 2023, Perú ha obtenido armamento militar y anti disturbios principalmente desde la Unión Europea, siendo España su principal proveedor, según observa la publicación titulada: “Tres claves sobre los procesos electorales en Perú: ¿Qué países contribuyeron al suministro de armas?”. Pese a la respuesta violenta del Estado peruano los reclamos populares continúan ocurriendo en las calles. La respuesta conservadora, ha sido coronada hace escasos días con la liberación del dictador Alberto Fujimori, quien cumplía una condena de 25 años por crímenes de lesa humanidad.

México, gobernado por Andrés Manuel Lopez Obrador desde 2018, se encuentra próximo a las elecciones nacionales en el año 2024. Los comicios para elegir gobernaciones en Estado México y Coahuila este año, mostraron el creciente dominio territorial de AMLO, pero, si se analizan en términos globales el total de votos obtenidos por el oficialismo y la oposición, la disputa en 2024, será cerrada.

En Colombia, luego de un sostenido proceso de luchas populares que abonaron el terreno para la llegada del Pacto Histórico al gobierno en 2022, las elecciones regionales de este año, donde se eligieron cargos de gobernadores, diputados, alcaldes y concejales municipales entre otros, arrojaron victorias a los partidos de la derecha colombiana.

En Chile, el gobierno de “izquierda”, hijo de un estallido social en 2019, no logró la aprobación de un texto constitucional que correspondiera a las demandas populares. Y recientemente, en el plebiscito del 17 de diciembre, el pueblo chileno rechazó una propuesta de nueva constitución, esta vez redactada y promovido por la derecha.

En la asediada Venezuela, un histórico bastión de resistencia popular, la ultraderecha enfrenta batallas legales por poder instituir a Maria Corina Machado, una candidata presidencial golpista, mientras el gobierno negocia con la oposición las condiciones para un proceso electoral sin condicionamientos externos en 2024.

El proceso electoral boliviano tendrá turno en 2025. La interna desatada hacia el interior del MAS, el disputado partido que instituyó a Evo Morales como el primer presidente indígena de la historia boliviana, deberá resolverse antes para ordenar la fuerza en contra de un enemigo robusto y golpista, que goza ahora de mejores condiciones para avanzar.

En Argentina, la victoria de Javier Milei, y un arrasador discurso de odio en ascenso ofrecen dolorosos datos de las fracturas previas en un movimiento político, que no logró interpretar y responder a las necesidades populares. Antes de su asunción el 10 de diciembre, el presidente electo, cuya plataforma electoral fue construida con estrategias tomadas del trumpismo y el bolsonarismo, ya había mantenido reuniones en Estados Unidos con actores como Bill Clinton, Jake Sullivan, el FMI y Fondos Globales de Inversión. En el acto de su asunción, se observó gente festejando en las calles y se oyeron ovaciones cuando el mandatario anunció que “No hay plata”, para gasto público y su única opción es el ajuste. Los seguidores del nuevo presidente argentino, también pidieron “policía” a gritos, cuando el mandatario habló de la justicia y anunció su actitud implacable frente a los delitos.

Crisis estructurales

El nuevo mapa latinoamericano pone en tensión nuestra forma de ver y analizar los procesos sociales.

¿Acaso es el mismo pueblo que dijo basta en 2019 en Chile y que rechazó luego una constitución que buscaba abandonar el legado de la dictadura y recoger en el texto madre varias de las demandas que expresaron aquél octubre? ¿Son los mismos colombianos y colombianas las/os que llevaron adelante el paro en 2021, eligieron al primer gobierno de izquierda y luego optaron por candidatos de otras fuerzas en las elecciones de medio término? ¿Realmente sueña el pueblo argentino con suprimir los derechos históricos que promovieron durante años un movimiento social ascendente de millones de personas?

¿De qué manera hay avales para que el Estado y el sistema democrático que ayer regulaba, daba de comer, educaba e intentaba representar, hoy descontrole, se contraiga y reprima?

Evidentemente ni para los propios movimientos políticos que hace escasos 10 o 15 años en- cabezaron procesos dignificantes e igualadores en sus países está siendo posible hoy explicar qué sucede sin avanzar en una lectura más profunda sobre las transformaciones estructurales que la Pandemia de Covid-19 aceleró de manera brutal.

En el marco de un cambio de fase el polo del capital se encuentra en una disputa feroz por controlar los tiempos sociales de producción e imponer las reglas del juego de una nueva gobernanza global.

La batalla entre fracciones de capitales se libra entre dos polos que llamamos G2. Dos entramados de capitales financieros y digitales GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft) y BAT (Badú, Alibaba y Tencent) que se enfrentan más como redes que como Estados, pero que se expresan en las tensiones y los enfrentamientos entre China y Estados Unidos. Esto sucede en medio de una carrera por controlar los tiempos en el tránsito hacia la financiarización y la digitalización, que abre paso a la emergencia de una Nueva Aristocracia Financiera y Tecnológica frente a la que los Estados Nación van quedando subsumidos hacia un nuevo esquema de la distribución del poder. Así, cada vez estamos más habituados y dispuestos a escuchar lo que opinan mil millonarios como Bill Gates o Ellon Musk, sobre el futuro de la humanidad, la pandemia, la nacionalización del litio en Chile, el golpe de estado en Bolivia o las elecciones en Argentina.

La revolución del capital

En este contexto, emerge el facismo, tal y como explica Lucas Aguilera (1), como “una forma de radicalización de los grupos más atrasados en la lucha intercapitalista”.

De un lado del polo de la contradicción, aquellos capitales que no logran aún dar el salto hacia las nuevas formas y necesitan conservar un orden que acompañe su existencia y su reproducción. En el otro polo, la fracción más revolucionaria del capital se convierte en “progresista”, ya que en el cambio de fase es necesario estallar por los aires las viejas estructuras conocidas para garantizar la reproducción sistémica. Aunque aún se expresa la resistencia por parte de sectores retrasados, ya no sorprende la puesta en cuestión de instituciones como la familia, la escuela, el estado y el propio sistema democrático.

Quizás esto ayude a comprender de qué manera, en un retroceso de 500 años en el pensamiento científico se haya puesto en cuestión hasta la redondez de la tierra.

Estos procesos encuentran en la virtualidad un nuevo territorio para crear y reproducir sentidos. Las redes sociales y las plataformas digitales como nuevos mediadores de la comunicación y la interacción social, aparecen como una herramienta para moldear el sentido común. “Estamos viviendo un momento de inmediatez qué no permite la reflexión y la razón.Todo es ya, ahora. Y la insatisfacción social tiene qué ver con eso”, observa Aguilera.

Así la guerra, más allá de las formas y los territorios convencionales se libra y se expresa en múl- tiples dimensiones (económica, militar, política, legal) y tiene un objetivo privilegiado: la conquista de las mentes. ¿Para qué? Amasar los nuevos consensos sociales. ¿De qué manera una sociedad naturaliza la aniquilación violenta del adversario político en el marco de la disputa política, como ocurrió en Argentina, con el intento de magnifecmicidio de la vicepresidenta en funciones, Cristina Fernández o como en Brasil y Ecuador, con el asesinato de candidatos?

No es casual que sobre esta coyuntura, sea cada vez más difícil leer los procesos políticos en clave de categorías que referencian corrientes ideológicas y que las opciones de ultraderecha emer- gente se asuman como abanderados de la crítica al sistema, apropiándose de los conceptos de Re- volución, libertad e incluso la esperanza, históricamente pertenecientes a los símbolos de izquierda.

En este mar de confusiones el dato más certero y objetivo, viene de los focos de lucha en todo el territorio latinoamericano, de los pueblos que continúan levantando banderas por el derecho a la vida y a la reproducción digna de la misma, en un contexto en el que desde la Pandemia de Covid-19 en adelante, un conjunto de pensadores orgánicos del capital nos anuncia la emergencia de una “clase inútil”, una porción de la población sin las habilidades necesarias para el mercado laboral que le sobra a los sistemas de salud y previsionales y que no podrá obtener los medios necesarios para sobrevivir, en un esquema que tiende a concentrar, más que a distribuir. Pero ¿de dónde está obteniendo la fracción más avanzada del capital los medios para dar su salto?

El 2024 continuará siendo para América Latina escenario de reconfiguración y disputa en términos electorales. Seis son los países que se enfrentarán a elecciones presidenciales: en febrero es el turno de El Salvador, en mayo será Panamá y República Dominicana, México en el mes de junio, Uruguay y Venezuela en el mes de octubre.

La ya mencionada crisis estructural marcará la cancha para el juego, que seguirá reconfigurando el mapa y definirá hacia dónde se resolverán las contradicciones. En ese marco, y con los resultados observados en este 2023, resulta urgente profundizar nuestras reflexiones en torno a cuál es el grado real de participación de los pueblos en la definición de sus destinos. ¿Alcanza solo con votar? Aguilera (2), en su artículo “La democracia: tortuga analógica tras la liebre digital”, reflexiona en torno a la democracia y plantea: “Cuando la democracia se reduce al voto y “el pueblo” descansa en él como único acto de participación ciudadana, se ocultan los mecanismos de construcción del poder real o legítimo, subsumido a la mera formalidad. El debate entre democracia formal versus la democracia real o participativa, claramente no es nuevo, pero amerita el ensayo de nuevas respuestas frente a los acontecimientos del siglo”.

En la medida en que aumenten los grados de conciencia respecto de la profundidad de la crisis y los niveles de concentración, opresión y despojo que implica su resolución, aumentará la necesidad de transformar las formas de organización, alianzas y luchas, con la misma vertiginosidad en que se transforma el capitalismo y sus formas de dominación.

  1. Aguilera, Lucas. 2023. Omitir Intro- Programa de Streaming que se emite por La Neurona Rebelde.
  2. Aguilera, Lucas, “La democracia: tortuga analógica tras la liebre digital”, 2023.

*Artículo publicado en el Anuario 2023 de América Latina y el Caribe de NODAL Y CLAE

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