Colombia: ¿Del rebelde estallido al conformismo? – Por Carlos Gutiérrez Márquez

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

 Carlos Gutiérrez Márquez*

Entre los años 2019-2021, Colombia fue un hervidero de inconformes en varios sectores urbanos e intermunicipales. Las voces que exigían la renuncia de Duque eran comunes, y también las que demandaban el desmonte del Escuadrón móvil antidisturbios (Esmad), o la renuncia del fiscal Néstor Humberto Martínez. Y no estuvieron ausentes las que demandaban reformas sociales –salud, educativa, pensional, laboral, agraria–, así como el respeto de los Derechos Humanos, entre otras de las reclamaciones.

No llegando de un día para otro, la gestación de este momento crucial de la historia político-social del país comenzó a fraguarse con mayor claridad con el paro nacional estudiantil del 2011, transformado en huelga nacional del sector en el 2013, a la cabeza de la cual actuaba la Mesa Nacional Estudiantil (Mane). Ese año también resplandeció la inconformidad social en el cuerpo de los paperos y otros campesinos y trabajadores del campo, que con dignidad marcharon desde sus regiones sobre Bogotá. Tres años después, en el 2016, su expresión se ampliaría a un paro nacional agrario, año en el que no faltarían tampoco las movilizaciones estudiantiles, como extensión del proceso en marcha desde el quinquenio anterior.

Eran protestas muy variadas, como las vividas en Cartagena en 2015, que echaban leña para no dejar apagar el fuego, o las que se hicieron contra la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. En todas ellas, una y otra vez, se firmaban acuerdos para levantar la protesta, cuyas promesas eran incumplidas sin rubor, como sucedió con gobiernos de Juan Manuel Santos e Iván Duque.

Aquellos eran otros motivos de malestar, inconformidad y argumento para seguir en lucha y movilización. Todo ello con una cocción a fuego lento y en la cual el vapor se acumulaba. Los aromas de un prometedor despertar de la inconformidad social copaban el ambiente nacional. En 2018, los estudiantes universitarios harían sentir sus demandas con el paro nacional universitario.

Así, hasta cuando llegó el momento crucial. La olla estaba a punto: un poco más de fuego haría saltar por los aires la tapa de la rabia acumulada en los cuerpos de quienes se sentían engañados e irrespetados, no solo por la manipulación y la violencia de los gobiernos de turno sino también por las negaciones sufridas en sus cortas o largas vidas. Y ese poco más de fuego llegó, primero con el asesinato de Dilan Cruz Medina (2019) y luego con el de Javier Ordóñez (2021), ambos a manos de la Policía, pero con expresiones de violencia e irrespeto de los Derechos Humanos, claramente diferenciables: el primero, el disparo de un agente del Esmad que impacta el cráneo del joven estudiante; el segundo, con tortura, humillaciones y otros vejámenes que le produjeron una lenta agonía. En medio de todo esto, como novedad dentro de los activismos políticos, una instancia social cuajó en cabeza de la CUT con el nombre de Comité Nacional de Paro, pertinente y adecuada conjunción de cientos de organizaciones sociales y políticas, nacionales y locales, del más variado espectro.

El resto de esta breve memoria es suficientemente conocida: el activismo y la rabia ciudadana que se enfrentó a los CAI de la Policía, la represión sin par y el asesinato mayúsculo a que fue sometida la inconformidad social. Sumada a los efectos del covid-19, rabia traducida de alguna manera en miles de votos juveniles en 2022, que en forma inusitada abrieron el espacio para el triunfo de Gustavo Petro –sin alcanzar la cifra ganadora en la primera vuelta ni significar un cambio o metamorfosis cultural en el amplio tejido social colombiano–, una transformación pendiente y sin visos de estar dándose, incluso ahora, transcurridos casi dos años desde aquella fecha y esos hechos.

Silencio paralizante

La rabia y el desconcierto sociales, extendidos por meses en el año 2021 y prolongados hasta casi su extinción en 2022, recibieron un baldado de agua fría por cuenta del covid-19, que apagó el escaso fuego que aún calentaba la olla de la inconformidad social. El triunfo electoral por parte del Pacto Histórico en las presidenciales de tal año satisface a casi la totalidad de los allí comprometidos, que ya no buscan espacio ni métodos para retomar las demandas reclamadas por años. Ahora, según su decir, corresponde esperar que el “primer gobierno de izquierda que conoce Colombia” las satisfaga. La tarea es, por tanto, protegerlo, y no manifestarse en exigencia de lo pendiente; no reclamar más de lo proyectado por él en sus anunciadas reformas.

De ese modo, el pragmatismo político se impone, sin medir las consecuencias que pueda tener en el conjunto social, en el mediano y el largo plazo, cuyo proceder no guarda autonomía ni distancia constructiva ante el nuevo gobierno. Es un actuar que hipoteca la independencia de lo social y pone en duda el sentido y la razón de existir de los sectores organizados: con cuestionamiento de la actual realidad, plasmar en la conciencia de las mayorías y en los territorios que habitan, los nuevos paisajes para la vida en común, actuando como motores de organización y movilización social en perspectiva de una nueva sociedad. Un proceder que, por demás, debe dar cabida, como propósito central, al impulso y surgimiento de un Sistema Nacional de Comunicaciones Independiente fruto de la conjunción de decenas de iniciativas pequeñas y medianas hoy existentes en el tejido social nacional, tanto en radio, como en video, prensa escrita, redes sociales, etcétera; un proceder sin el cual no es factible ni la disputa de la opinión pública, ni la asunción de la cultura a la tribuna que le compete como factor central de cualquier cambio que haga honor a su nombre. Un proceso que, al mismo tiempo, abre puertas a la necesaria coordinación de esfuerzos entre experiencias y dinámicas políticas en lo planos local, regional, nacional e internacional, si así se pretendiera.

Visto así el panorama socio-político, corresponde preguntar: ¿hay acuerdo con el pretendido del actual gobierno de potenciar el capitalismo? ¿Es posible auspiciar y aupar este propósito oficial a pesar de que el capitalismo no pueda funcionar sin explotación social y ambiental, injusticia, y sin promover la concentración de la riqueza? Contrario al pragmatismo impuesto, ¿acaso exigirle al Gobierno que cumpla con las reformas prometidas y, además, ir más allá de ellas, contribuye a su fortalecimiento o lo debilita?

Este modo actúa en contravía de lo requerido por las mayorías empobrecidas del país y que, para sorpresa de propios y extraños, ha llevado a los actores sociales y políticos de carácter alternativo a brindarles apoyo a medidas que, en manos de otros gobiernos, podrían despertar intensas protestas: reforma tributaria sin afectar en forma notoria al gran capital, a la posesión terrateniente, y asimismo a los contrabandos; alzas recurrentes del precio de la gasolina, visitas de altos oficiales gringos con reclamos y acuerdos no difundidos ni explicados; construcción de un pretendido ‘acuerdo nacional’ por la gobernabilidad, por arriba y con el tufillo de un nuevo ‘frente nacional’ de nefastas consecuencias para las mayorías, prolongación de los asesinatos de líderes sociales, así como de desmovilizados de las Farc.

En esa forma tan sui géneris de proceder, lo social parece sometido a los intereses de las organizaciones políticas, a la vez desnudas ante el cuerpo nacional en su falta de consistencia y consecuencia con los afanes de las mayorías, no importa quien dirija el gobierno. Como corresponde al propósito que le da forma, en todo momento de su actuar debiera primar un sentido de construcción y pedagogía del cambio, un actuar en disputa y por la configuración de un liderazgo popular, plural y activo, con vocación, no solo de gobierno sino incluso de ir mucho más allá del mismo, es decir, con voluntad para construir otras estructuras de organización y regulación social.

En lo inmediato y como reto constante, sería saludable explicar por qué, a pesar de contar con un gobierno amigo, es necesario conservar la autonomía y estar dispuestos a criticarlo, abordando así, en imperativo, una mayor y más propositiva conexión con la ciudadanía, y disponerse a la oposición de las mayorías, sin dar la espalda cuando de medidas antipopulares y antinacionales se trate.

No proceder así, reclamar e imponer por parte de las organizaciones políticas el silencio y la desmovilización de parte de la base organizada de la sociedad, deja en evidencia que en la izquierda colombiana persisten el concepto y la función conocida como “correas de transmisión”, llamando como tales a las organizaciones sociales que actuaban como apéndices de las organizaciones políticas. Tal presupuesto y tal realidad las limita en su cotidianidad y su potencial, y se deben superar, toda vez que la razón de ser de estas no es instrumentalizar a la sociedad sino acompañar, estimular y darles fuelle a los liderazgos de base, como vía propicia para cimentar vivencias y experiencias de otras formas de hacer economía, educación, salud, de convivir, de compartir.

Bajo estas inquietudes, estaríamos eventualmente ante una experiencia viva, sobre todo para hacerla cotidiana y que, ahondada, multiplicada por el tejido de alianzas y ayuda mutua, estaría en capacidad de asumir modelos de organización social alternos al capitalismo. Es este un sentir y una vivencia como caminos para politizar y abrir puertas, dejando atrás un modelo que, a pesar de autocalificarse como democrático, opaca sus esenciales características, hasta el punto de hacer de la democracia una simple expresión formal, electoral cuando no electorera.Este escenario, además, ha quedado centrado en la capacidad financiera de las campañas electorales, asumidas como mercado y marketing, en un juego de espejos en el cual quienes fungen como candidatos terminan embriagados en sus capacidades y supuestas virtudes, y subsumiendo al pueblo, el supuesto sujeto del cambio.

Se vive y se impone así un giro errado entre los actores en cuestión: en el afán de participar y triunfar electoralmente, dejar de tejer en el cuerpo de la población nacional con vocación de otro modelo social necesario y posible, al optar por organizar clientelas sin auspiciar verdaderas autonomías. Ese proceder deja en el olvido los procesos formativos para estimular el más amplio debate “sobre lo divino y lo humano”, así como el surgimiento de nuevos liderazgos, cada vez más colectivos, para evitar el caudillismo y el funcionamiento vertical tanto de las organizaciones políticas como de los movimientos sociales.

Una apuesta así corresponde con cualquier gobierno que pretenda llevar a cabo un cambio real en la heredada estructura económica, política, legal y de otros órdenes. Y así debe ser porque la democracia no es un sujeto sino un propósito, y, como tal, se alcanza cuando las mayorías de un país asumen la organización y el destino de sus vidas como el factor cotidiano de su existencia, un proceder en el cual y para el cual el gobierno debe disponer todo tipo de recursos y apoyos. Se requiere entonces facilitar otros espacios y otras posibilidades, motivando otra modalidad de acciones, para que esa sociedad se autodetermine, haciendo así de la democracia una carne de su carne. Esa democracia radical, participativa, directa, viva, actuante, en su confrontación constante con los poderes que la limitan o la niegan, en manos de los actores sociales, es lo que debe parir un gobierno del cambio, a riesgo de que la nueva realidad gestada lo desplace en su liderazgo, momento en el cual las mayorías ya no serían objeto de nadie y sí sujeto de su propio destino. Tal propósito no presenta asomos de ser una realidad.

He aquí el reto que afrontan los actores políticos y sociales en el momento que vive Colombia. A pesar de reconocer al Gobierno como parte de ellos, se requiere radicalizar sus agendas como condición indispensable para hacer realidad el cambio, para lo cual es condición indispensable garantizar su autonomía. Empeñarla en el silencio y la inacción es contribuir a empedrar el camino al infierno.

*Director de Le Monde Diplomatique, edición Colombia.

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