Infodemia – Por David Brooks

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

David Brooks*

El gran avance tecnológico de la era en que vivimos nos permite ser atropellados, arrollados y ahogados en noticias todo el tiempo. Debo confesar que hay ocasiones en que este periodista ya no quiere abrir un periódico u otros medios en estos días, en los que imperan las noticias casi inaguantables por varias razones, sobre todo las apocalípticas que roban la esperanza. Y eso que se supone que mi chamba es agregar aún más a ese torrente de información.

No es un fenómeno tan nuevo. La agencia Ap realizó una investigación en 2007 en la cual descubrió que con la multiplicación de información disponible, el público estaba leyendo menos noticias y al tratar de descubrir por qué, detectó lo que llamó “fatiga de noticias”. Más recientemente, el Instituto Reuters reportó que este fenómeno continúa hoy día con los consumidores selectivamente evitando noticias o padeciendo de “fatiga de noticias” (https://reutersinstitute.politics.ox.ac.uk/ es/digital-news-report/2023).

En 2006, el mundo produjo el equivalente a 3 millones de veces más información que el contenido en todos los libros jamás escritos por la humanidad; ese número hoy, según algunos cálculos, se ha multiplicado 60 veces más. Ahora con la muy tontamente llamada inteligencia artificial, se multiplicará aún más la disponibilidad de información, incluyendo el enorme potencial para fabricar información.

En Estados Unidos, la multiplicación de fuentes y formas de información no han llevado a una población más consciente o crítica, Casi todo lo opuesto. El país con más acceso a información en el mundo está en medio de uno de los debates públicos menos informados.

Por ejemplo, la desigualdad económica sin precedente en un siglo en este país está documentada hasta el último detalle. En el New York Times Nicholas Kristof recordó esta semana que durante estos últimos años se registró por primera vez una reducción de la expectativa de vida de trabajadores estadunidenses y que, entre otros indicadores de una crisis para millones de personas en este país, los sueldos semanales promedio reales para trabajadores de cuello azul en 2023 estaban por debajo de los de 1969. Al mismo tiempo se ha informado ampliamente cómo los más ricos son cada vez mucho más ricos (inequality.org).

Igualmente, no falta información constante sobre toda la gama de asuntos centrales del debate público actual, incluyendo la información que llega desde Gaza, donde las bombas y municiones estadunidenses han matado a más de 25 mil civiles, gran parte de ellos niños. No hay nadie que no tenga acceso casi instantáneo a toda esta información.

Eso sí, esa información es frecuentemente distorsionada por la propaganda oficial o por una derecha que está preparando lo que algunos advierten podría ser el fin de la democracia estadunidense. El fenómeno de un Trump se promueve a través de campañas de desinformación bien diseñadas con el propósito de erosionar la realidad compartida y transmitida, como habían señalado Hannah Arendt y otros al explicar ese mismo fenómeno en el siglo pasado. Y esto también está ampliamente documentado.

A pesar de un exceso de información escrita, visual y audio, todo esto sigue igual o peor. ¿Será que demasiada información abruma hasta tal punto que acaba provocando ignorancia (tal vez voluntaria), o que sencillamente aplasta? ¿Es esa la característica de lo que parece ser una pandemia de información, una infodemia pues?

Obviamente la información no es algo neutral y sólo tiene valor si permite distinguir entre lo verdadero y lo falso. Para eso, en esta era donde impera la inmediatez, la historia, sobre todo de las rebeliones, resistencias y disidencias como insistía Howard Zinn, es un antídoto vital contra la propaganda oficial y las ofensivas de la derecha. Pero para los que informan y/o comparten información, tal vez debemos empezar con un objetivo aún más modesto: Pete Hamill recomendaba que los periodistas, mínimo, “deben jurar no agregar más estupidez al mundo”.

Aunque esa es una tarea más compleja de lo que parece.

* Periodista estadounidense, corresponsal del diario mexicano La Jornada en EEUU

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