La crisis peruana: mucho ruido y pocas nueces – Por Alberto Adrianzén M.

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Alberto Adrianzén M.*

No nos debe extrañar que, en medio de esta crisis, los jefes militares hayan acompañado públicamente a la presidenta Dina Boluarte al cambio de guardia. Tampoco que este gesto haya sido calificado por el exministro de defensa como un “hecho político”. Además, no es la primera vez que esto sucede.  Este hecho nos recuerda cuando el expresidente Martín Vizcarra, años atrás, luego de clausurar el parlamento se tomó aquella noche una foto en la sala Grau de Palacio de Gobierno con los jefes militares de ese entonces. Martin Vizcarra fue el «inventor» de la idea, equivocada, por cierto, de que bastaba con cerrar el Congreso, y convocar a nuevas elecciones parlamentarias para que este vuelva funcionar.

Fue un intento, como decimos ahora, de “resetear” el “sistema de partidos” creyendo que con ello el futuro político sería distinto. Hoy sabemos que no fue así sino más bien todo lo contrario. Incluso, el propio Vizcarra fue una de las “víctimas” de este nuevo modelo de “solucionar democráticamente” los problemas país.

Hoy seguimos en crisis. Sin embargo, considero que la profundidad de la misma es mayor que en el pasado. Una de las cualidades de la democracia es reducir las incertidumbres de la política, hoy eso no existe. Caminamos hacia un furo que no sabemos cómo será. Una de las razones de esta situación es que no hay actores políticos y sociales con fuerza suficiente para proponer e “imponer” una solución a la crisis que vivimos. El agobio que vive la mayoría de peruanos es porque la historia se repite.

La poca o escasa fuerza que tienen los actores políticos y sociales por su fragmentación, por la falta de propuestas que le interesen a la población, por la ausencia de nuevos liderazgos y porque no hay un sistema de partidos legitimado sino más bien todo lo contrario, ha generado un vacío político en el país.

Curiosamente, vivimos un momento “bonapartista” pero sin posibilidades de que surja un «Bonaparte» y que ocupe, como diría Claude Lefort, un “sillón” que hoy está más vacío que nunca. Esta dificultad se debe a que no es posible, reorganizar las lealtades dispersas de los votantes para permitir una solución compartida y al mismo tiempo hegemónica.

Privados de esta posibilidad, los partidos, los políticos, las élites y la propia sociedad (plebeya) están condenados a trabajar dentro de un sistema político-social-económico y una precaria democracia que se han convertido en una reliquia disfuncional que incrementa la crisis y nos conduce, por un lado, a la reiteración, y por otro a la destrucción o desmantelamiento de las instituciones del régimen democrático. No pretendo ser pesimista, pero si miramos qué pasa con las instituciones más importantes el balance es negativo, por no decir desolador.

Se ha destruido o han perdido legitimidad, no importa quién, quiénes y cómo fue este proceso, el Congreso, el Poder Judicial, la Fiscalía de la Nación, el Tribunal Constitucional, la Junta Nacional de Justicia, la Defensoría del Pueblo y ahora último la Presidencia. El derribo de la puerta de la casa de la presidenta mediante una comba simbólicamente es el fin de un viejo presidencialismo. La conclusión es que vivimos en un país rodeado de «ruinas institucionales” que sobreviven penosamente.

En el Congreso el principal interés de los que tienen un poco más de fuerza (Fuerza Popular, APP, RP, SP, Podemos), además de impedir una posible vacancia presidencial y hacer negocios, son las modificaciones a la constitución para beneficio propio con el apoyo de congresistas oportunistas y tránsfugas como lo muestra claramente la aprobación de la bicameralidad y la vergonzoso e ilegal reelección de algunos parlamentarios. Es decir, mantener poder que solo los beneficia a ellos. Y a los que tienen escasa fuerza solo les queda hacer cada cierto tiempo una suerte de rito o actos de protesta para «justificar» su presencia en el Congreso. En realidad, la mayoría de las y los congresistas tienen más ganas de quedarse que de irse del parlamento.

En ese contexto me atrevería a decir que en esta crisis si bien hay mucho ruido lo más probable es que tengamos pocas nueces. Podrán cambiar uno o varios ministros, como acabamos de ver, pero eso es más de lo mismo y acaso peor. En ese sentido la crisis va a continuar y no debemos esperar grandes cambios.

No hay situación más agotadora para una sociedad que la reiteración; es decir, vivir repetidamente lo mismo; esta suerte de agobio y molestia que sentimos porque no encontramos una solución y donde cualquier cosa puede pasar.

Walter Benjamín decía que el apocalipsis no es el fin sino la reiteración. Hoy estamos en ese momento apocalíptico, es decir, en esta suerte de crisis perpetua y sin solución, ausente de horizontes de vida y con un escasa o mínima predictibilidad sobre el futuro de nuestro país.

Datos recientes nos muestran el hartazgo de lo que llamamos la reiteración y al mismo tiempo su solución en nuestro país. Un artículo de Will Freeman titulado “La tormenta migratoria que se avecina en el Perú” afirma que “en 2022, más de 400.000 abandonaron el país sin regresar; más que en cualquier año desde 1990. Solo en el primer semestre de 2023 otros 400.000 lo hicieron”. Es la huida o fuga silenciosa que protagonizan miles de peruanas y peruanos que viven en un país sin horizonte y que, como se dice, protestan con los pies.

*Sociólogo de la Universidad Católica.. Estudió Ciencias Políticas en el Colegio de México. Fue asesor del presidente Valentín Paniagua y de la Secretaría General de la CAN. Columnista, entre otros medios, de La Otra Mirada

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