Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Rafael Cuevas Molina *
En Centroamérica hay amplios grupos sociales que, desencantados de la política y los políticos que gobernaron en el pasado, le están brindando su apoyo a políticos populistas de derecha. Los casos más característicos son El Salvador y Costa Rica.
Ambos responden a una escuela de liderazgo político que tiene como modelo a Donald Trump. Eso significa que son personajes que tienen como estrategias políticas, entre otras, incentivar la polarización ideológica de la población; denostar a sus contrincantes con los peores epítetos; utilizar la falsedad y la mentira sin el menor rubor y cuestionar la institucionalidad estatal.
Su respaldo popular es alto. Muchos se preguntan cómo los políticos que insultan y mienten abiertamente pueden agradar a la gente. La respuesta podría estar en que lo que la población ve en ellos es un altavoz de sus frustraciones. Lo que dicen en público es de lo que la mayoría se queja en privado. Se atreven a decir lo que los demás expresan en voz baja.
Habría que reconocer más. Los políticos populistas de derecha de Centroamérica han identificado con precisión en dónde le aprieta el zapato a la gente: el enojo ante la creciente desigualdad; la cleptocracia de ciertos grupos sociales que se han enriquecido a costas de saquear al estado; los círculos de protección mutua en los que se encubren negociados públicos y privados; inoperancia burocrática del aparato del Estado, etc.
Los resultados de las políticas son magros. El Salvador podría ser traído a colación como ejemplo contrario. Su política de seguridad parece haber sido exitosa, al punto que es tomado como modelo por otros gobiernos latinoamericanos. Tal política ha dado resultados en la medida en que, muchas veces, ha pasado sobre la legalidad y ha violado sin escrúpulos los derechos humanos. Pero a la gente eso no parece importarle en tanto sus intereses se preserven. En este caso, el descenso espectacular de la violencia que ha traído beneficios en otros aspectos de la vida social. El turismo, por ejemplo, ha empezado a desarrollarse, con la consiguiente creación de empleo directo e indirecto que genera.
Aún no sabemos cuán sostenibles sean esos resultados exhibidos por El Salvador. Lo que sí se puede apreciar ya es que se hacen a costas de la institucionalidad en la que se sustenta el Estado de derecho. La endeble democracia centroamericana en la cual se pusieron tantas esperanzas después de la guerra, se debilita aún más. A largo plazo, los daños son inmensos. Se toma un rumbo que apunta a la consolidación de gobiernos autoritarios de los que, precisamente, la región estaba intentando desembarazarse.
En Costa Rica, por el contrario, los resultados del Gobierno populista actual no pueden exhibir logros similares a los de El Salvador. Tal vez lo más exacto sea decir que no puede exhibir logros. Pero para todo hay excusa y justificación. La principal, que no los dejan gobernar. Para eso, se necesitaría un gobierno como el de Bukele, que tiene a su entera disposición al Poder Legislativo y al Judicial. Es decir, se pide un gobierno fuerte de manos libres que permita actuar sin las cortapisas del Estado de derecho.
Independientemente de que se tengan logros o no, los gobiernos en cuestión siguen la estrategia trumpiana: calificar lo que hacen como maravilloso, extraordinario y bello, y al resto del mundo como obstáculo para alcanzar el mundo feliz que prometen. Por fin se va en la dirección correcta, el mundo del futuro será extraordinario.
Los populismos de derechas no nacieron por generación espontánea. Si para algo debería servirnos la historia es para sacar lecciones para el presente. Ya hemos visto cómo la frustración y el hartazgo popular puede desembocar en el apoyo a regímenes como el nazi en la Alemania de los años 30 y 40 del siglo XX. Después de la debacle del fascismo a finales de la primera mitad del siglo XX, dejó de ser una alternativa política, pero está de vuelta. Hitler también llegó al poder por la vía electoral, igual que los actuales presidentes de Costa Rica y El Salvador. Pero las consecuencias posibles están a la vista. Sería bueno poner las barbas en remojo, aunque sabemos todos que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces (y más) con la misma piedra.
* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.