Nayib Bukele: seis años de autoritarismo exportable
Por Daniela Pacheco *
El presidente de El Salvador, ese mismo que dijo que no le gustaba la reelección, cumple seis años como presidente el próximo 1 de junio. Ese día marca el inicio de su segundo mandato, tras haber sido reelecto en 2024 en medio de un proceso ampliamente cuestionado —pero no lo suficiente— por su opacidad, pues la Constitución salvadoreña prohíbe la reelección inmediata. Sin embargo, la Sala de lo Constitucional, impuesta por su Asamblea, “reinterpretó” esa prohibición para permitirle postularse nuevamente. En El Salvador de Bukele las reglas se tuercen, se reinterpretan o simplemente se eliminan, siempre que le incomoden.
Desde su llegada al poder en 2019, Bukele ha desmontado sistemáticamente a los contrapesos institucionales. Su control sobre la Asamblea Legislativa le permitió, en 2021, destituir ilegalmente a los magistrados de la Sala de lo Constitucional y al Fiscal General. Con ello, eliminó la principal barrera jurídica que le impedía la reelección presidencial inmediata. Bastó una nueva sala, nombrada a su medida, para ignorar la Constitución y allanar el camino a un segundo mandato.
La reciente captura de Ruth López, abogada de Cristosal, una de las organizaciones de derechos humanos más reconocidas de ese país, no es un hecho aislado, sino que confirma que Bukele concentra el poder y lo usa para castigar a quienes se atreven a cuestionarlo; periodistas perseguidos, organizaciones hostigadas, voces críticas convertidas en enemigas del Estado. En su lógica, quien no aplaude, estorba; quien se opone al régimen es enemigo del pueblo. Así opera: “invocando” al pueblo, pero temiéndole a su diversidad.
Su popularidad se ha sostenido, en buena parte, por una estrategia de seguridad de “mano dura” extrema, que ha logrado reducir los homicidios de forma drástica, pero a un altísimo y doloroso costo de violaciones masivas a los derechos humanos. Desde la instauración de los regímenes de excepción en marzo de 2022, se cuentan por miles las detenciones arbitrarias, las desapariciones forzadas y las muertes bajo custodia estatal. La justicia se ha subordinado a la venganza, y la seguridad se ha convertido en un espectáculo que varias y varios desubicados e ineficientes gobernantes quieren imitar.
Pero mientras se construyen megacárceles y se invierte en militarización, se desatienden problemas estructurales como la pobreza, el desempleo, y la precariedad en salud y educación. Bukele ofrece un país en silencio, pero no en paz. Orden sin derechos, control sin justicia, y propaganda sin bienestar.
A seis años de su llegada al poder, y en el inicio de un segundo mandato plagado de ilegalidades, queda claro que Nayib Bukele no quiere gobernar un país diverso, sino dominar un país obediente. Ha hecho del poder su único proyecto, y de la eliminación de toda disidencia, su método principal. Ni qué decir del enriquecimiento de su círculo familiar: familiares del presidente han sido señalados por tráfico de influencias, contratos opacos y negocios que florecen al amparo del poder. O de su servilismo al Gobierno de Donald Trump, mientras se presta a los más viles atropellos contra los derechos de su propia gente.
El Salvador está dejando de ser una democracia, y lo más preocupante es que lo está haciendo con aplausos, no solo de sus propios connacionales, sino con la venia, el silencio o incluso la admiración de actores internacionales que prefieren mirar hacia otro lado. En ciertas circunstancias, el autoritarismo se vuelve exportable, y Bukele lo sabe bien.
*Comunicadora social y periodista. Latinoamericanista. Asesora de gobiernos progresistas. Analista política. Colaboradora del Instituto para la Democracia Eloy Alfaro (IDEAL).