Ontología del Espejo Roto: Hartmann y el capitalismo digital – Por Lucas Aguilera

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Ontología del Espejo Roto: Hartmann y el capitalismo digital

Nos piden que elijamos, pero no hay elección: habitamos el interregno, ese lugar donde el cuerpo es un estorbo y el alma un archivo zip

La realidad está ahí, como una imagen, como una foto o, por qué no, como una película. No importa cómo se nos presente o cómo nosotros la representamos, lo que importa es lo que vemos o dejamos de ver. Hartmann diría que son estratos: lo material (el peso del teléfono en la mano), lo síquico (el ansia de likes que nos corroe), lo espiritual (el mito de la conexión eterna). Pero en esta nueva fase, lo espiritual huele a servidor sobrecalentado y a sonrisas filtradas por algoritmos. Hartmann habló de lo espiritual emergiendo de lo físico, pero no imaginó este monstruo: una espiritualidad secuestrada por corporaciones, traducida a datos, empaquetada en streaming.

Lo espiritual no es cosa del individuo como tampoco de la religión. La dimensión espiritual es un ámbito de lo común, una red de juicios y prejuicios, de errores y saberes, valores, intuiciones, sensaciones en permanente movimiento, generalmente, motorizados por fines por las grandes ideas de la humanidad: la historicidad, la historia universal.

Esta espiritualidad, esta historicidad, es lo que une a la humanidad. Podríamos decir que si el espíritu absoluto de Hegel se observara en el espejo en este siglo XXI, el espejo le devolvería una imagen opaca, borrosa, trizada, fragmentada.

Es el capitalismo, es esta nueva fase digital y virtual que, con una velocidad nunca antes vista, logra producir sujetos «sujetados». Tampoco crea usted que éramos libres, en absoluto, solo que hoy colonizaron nuestros ocios y nuestros sueños. Nos han vendido el mito de la ligereza. Dicen que vivimos en las nubes, pero los servidores pesan toneladas, los cables se hunden en océanos de silicio y nuestras manos, siempre nuestras manos, acarician pantallas frías como lápidas.

El capitalismo ya no necesita fábricas humeantes para extraer almas; le bastan pantallas. Nos miramos en ellas y no vemos el hierro de las minas del Congo ni los cuerpos sudorosos que ensamblan nuestros gadgets, tampoco los datos que sangramos sin protesta. Hartmann habló de capas, sí, pero no anticipó que la última sería un espejo opaco: refleja solo lo que el mercado quiere que seamos, ya no extrae solo sudor, sino también existencias enteras. Cada clic es un jadeo, un «me gusta», un gemido ahogado en la matrix. Lo real se ha vuelto incómodo, áspero; lo virtual, en cambio, es suave y adictivo.

Nos piden que elijamos, pero no hay elección: habitamos el interregno, ese lugar donde el cuerpo es un estorbo y el alma un archivo zip.

¿Y qué somos? Mercancías que se consumen a sí mismas. Cada like es un acto fallido de existencia: queremos ser reales en un mundo que convierte hasta el llanto en engagement. La ontología se vuelve tragedia: lo virtual no es una capa más, sino un abismo que devora lo material y escupe espectros.

Somos el último intento de tocar lo real antes de que desaparezca.

¿O tal vez ya desapareció?

* Magíster en Políticas Públicas y Director de Investigación de la agencia argentina Nodal

Granma


 

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