Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Pablo Najarro *
A propósito de la muerte del papa Francisco, me surge la fortísima enseñanza desde su gestión en la silla petrina. Recibió una iglesia infecta, corrompida a punto de reventar. Desde el concilio, llamado Vaticano II, ya la iglesia entendió, siguiendo el evangelio, que debía de estar en el mundo, sin ser en el mundo y eso suponía, lo que se llamó, un “aggiornamento”, traducido desde el italiano como un “ponerse al día”. Antes del concilio vaticano II, hubo uno que concluyó en 1870. Llamase Vaticano I. Casi cien años.
Un papa pastor, como Juan XXIII, no podía ser otro, un pastor, entendió que la iglesia debía ponerse al día. Con paso firme, no sin oposiciones, este concilio produjo documentos que ponían a la iglesia católica en la línea del siglo venidero. Fueron muchos los documentos que salieron, habría que decirlo, por obra del Espíritu Santo, que mueve a la iglesia.
Muchos obispos, sobre todo en América Latina, acogieron con entusiasmo y necesidad esos urgentes caminos para vivir una iglesia más humana y menos litúrgica.
La verdad es que, hasta doce años atrás, andaba desesperanzado de la iglesia. Y llegó Francisco.
Comenzaba el titulo diciendo, a grandes males, grandes remedios. Y resumo, para ir a lo que quiero. La iglesia, las puertas de la iglesia fueron penetradas por el mal. Francisco, que recibió una iglesia muy comprometida con el mal, tomó, para ejemplo un botón, la dura, difícil decisión de arrancar de raíz los abrojos que habían nacido en la misma tierra de la iglesia. La pederastia. En muchos lugares, sobre todo de América, ha suprimido lo que durante mucho tiempo se calló, siguiendo el consejo evangélico, “para no escandalizar a los pequeños”, en otras palabras, que el pueblo de Dios no pierda la fe. Se prefería “echar tierra de por medio” – alejar al pederasta de la parroquia y enviarlo a otra parroquia o país lejano – y acallar así, las reclamaciones de los afectados. Francisco con firmeza decidió suprimirlos, extirparlos, eliminarlos, “arrancarlos” de tierra buena. Para ejemplo cercano, disolvió al Sodalitium Christianorum Vitae. Se consideraban “soldados” de la vida cristiana y por ello consideraban que debían llevar, al estilo del Opus Dei, una vida espartana, más que cristiana. Suprimió en Chile, sacando a todos los obispos de canto. En México.
A grandes males, grandes remedios, con lo que ello pueda significar de revés para ella misma.
Aquí en el Perú, hemos llegado a constatar que todo ya está infectado. Lo dijo Gonzáles Prada en 1888. Bueno, lo estamos desde hace 137 años. ¿Cómo no nos hemos muerto?
En nuestro Perú, todo está corrompido. Donde se pone el dedo salta el pus. Ni la iglesia peruana se ha salvado. Uno se puede preguntar ¿Qué institución no tiene rastros de corrupción? ¿Los poderes del estado? Tanto la presidencia, el congreso y la justicia están manchadas. ¿La policía, las fuerzas armadas? Las instituciones privadas de los llamados empresarios, para nadie es noticia, también. ¿La defensoría del Pueblo? ¿El Tribunal Constitucional? ¿La prensa? Donde pones el dedo, salta el pus.
Desde los gobiernos del siglo pasado, se ha ido incubando la corrupción, que curiosamente, favorece a los descendientes de los dueños de Perú . Pero nadie ha querido ponerle el cascabel al gato. Solo el general Velasco – provinciano, piurano para más señas – en 1968 lo hizo. Hasta que, en agosto del 75, Morales Bermúdez le hizo golpe de estado. Por si acaso no le fuera bien, irse a Chile.
Aquí la solución es simple y difícil a la vez, ¡Qué paradoja! Como lo hizo Francisco, cortar de raíz. ¿Qué significa eso? ¿Cómo se hace eso? Sabemos cuál y quién es la raíz del mal. Sabemos quiénes más han hecho simbiosis con el virus. Sabemos dónde están, sabemos cómo se muestran. Parece fácil.
Lo difícil es, que ya se ha incubado más de 35 años en el alma nacional. Han mentido tanto, que su mentira se ha hecho verdad. Han hecho ya metástasis en todo el cuerpo nacional, que parece difícil desterrarlos. Muchas de sus mentiras se han fusionado, peor aún, se han mimetizado en cada estrato social y – seguimos en peor – muchos se sienten parte de ellos.
No pueden reconocer el daño que le hacen a sí mismos. ¡Es increíble! Les hacen daño y son felices.
La única salida es que todo el espectro de la izquierda, la más centrada, se una, deponiendo posesiones y posiciones políticas, en aras de un solo norte. El fiel debe apuntar al Perú. Si no lo hacen, habrán traicionado al Perú. Creo que la experiencia de Mujica en Uruguay es una lección. No querer hacerlo, sólo demostrará, que sólo buscaron un beneficio económico, antes que político y honesto.
Se tiene que buscar, si o si, un programa único – ya lo han dicho unos pocos – con principios claros de trabajo democrático y socialista.
Es urgente, desde llegar al gobierno, cambiar la constitución elaborada por asaltantes políticos que veneran a un dictador. Hablamos de un nuevo contrato social como lo dijo en su momento Rousseau, hoy la llamamos constitución. Si no se da esto, seremos culpables, sobre todo, aquellos que se llaman herederos de Mariátegui. Y habrá que decirlo con nombres y apellidos. Hoy tienen partidos, tienen un feudo y creen que desde allí pueden negociar un pedazo de la torta llamada Perú. Una pena.
Nota
[1] Carlos Alberto Malpica Silva-Santisteban (Chota, 26 de octubre de 1929 – Lima, 15 de noviembre de 1993) fue un ingeniero agrónomo, escritor y político peruano. Fue senador de la república durante 3 periodos y diputado en 2 ocasiones.
*Teólogo y docente peruano