La despedida del “pueblo”: el cortejo de Mujica, el hombre que “trascendió” la política
Militantes, admiradores, dirigentes, jerarcas y Topolansky acompañaron los restos del Pepe en caravana hasta el Palacio Legislativo.
Las calles del centro de Montevideo y sus alrededores están cortadas. Las personas lloran, las banderas del Frente Amplio (FA) abundan. También las del Movimiento de Participación Popular (MPP) y del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Hay vallas, hay niños, adultos y ancianos. Caminan, miran, esperan, reflexionan. Se despiden, como pueden, de José Mujica, el expresidente uruguayo que fue reconocido en el mundo entero y que —para muchos— trascendió lo político partidario.
El sabio. El filósofo. El compañero de Lucía Topolansky. El guerrillero. El que se mostró arrepentido de usar las armas, pero que también afirmó que “es la cosa más linda entrar a un banco con una pistola calibre 45”. El “presidente más pobre del mundo”. El que legalizó el cannabis, el aborto legal y el matrimonio igualitario. El que acogió a presos de Guantánamo y luego se arrepintió. El austero. El polémico. El que decía lo que pensaba. El genuino. El quinto mandatario que asumió la Presidencia desde el regreso de la democracia. El viejo. El Pepe “por la gente”.
Eugenio, un hombre mayor de ojos claros que lagrimea apenas nombra al fallecido líder del MPP, dice que vive cerca de la chacra de Rincón del Cerro, un escenario conocido para la mayoría de los uruguayos. Para él, este 14 de mayo es un “día inolvidable”. “No voy a ver a otro como él, otro Pepe no hay”, expresa a Montevideo Portal.
La primera vez que escuchó hablar de Mujica, recuerda Eugenio, fue en 1969, cuando tenía 17 años. Él, militante del Partido Comunista, dice que el expresidente “trascendió” cualquier tipo de diferencias político-partidarias, que es un “fenómeno”, al igual que Topolansky.
Otro hombre de tercera edad está recostado sobre una de las vallas que ocupan la avenida Libertador. Solo lo acompaña su bandera del MPP. Se queda observando cómo ensaya el cuerpo blandengue, cómo forman los militares. Al igual que él, varios aguardan para dar su saludo final.
María José, de 35 años, está acompañada por sus amigos. Mientras, espera a que la cureña que traslada los restos de Mujica llegue al Palacio Legislativo, donde Topolansky, Yamandú Orsi, dirigentes políticos, exjerarcas, militantes y ciudadanos darán su último adiós.
La mujer dice que no es militante partidaria, pero que igual decidió arrimarse al homenaje al exmandatario. “Me parece que es una persona histórica del Uruguay, más allá de su rol como político, también como filósofo. Pero no por su figura de presidente, sino por el rol que tuvo dentro de la política uruguaya en general. Es como el cierre de una generación también, como un hito histórico”, sostiene.
“Siempre dijo que los jóvenes éramos el futuro”, dice Amery, una chica de 19 años. Lleva la bandera del MPP puesta como una capa. Con una del FA sobre los hombros, la acompaña Lucía. Ambas concuerdan en el impacto mundial que tuvo el exmandatario, en lo “importante” que eso fue para nuestro país. En este momento, para ellas, lo emocional prima ante lo racional, y más que tristeza, viven esto como un desafío para su generación, que es la que debe “mantener la lucha” que libró Mujica.
Gerónimo Sena, vocero de los estudiantes del Liceo IAVA, es uno de los jóvenes que aguardan en avenida Libertador. Reconoce que es parte de la “generación Ceibalita” y “todo lo que eso representa”. Además, recuerda que en 2023 tuvo la oportunidad de visitarlo en su casa, cuando el gremio estudiantil estuvo en conflicto con el director de la institución. “Fue como un abrazo a la juventud, mostró su apoyo”, sostiene.
Si bien no concuerda con las últimas declaraciones de Mujica sobre los desaparecidos en dictadura, afirma que “hay que quedarse con las cosas buenas que hizo”.
Para Eugenio, el legado de Pepe será su escuela: Orsi, el secretario de Presidencia, Alejandro Pacha Sánchez o la senadora Blanca Rodríguez. Mary, de 69 años, que también llora, apenas recuerda a Mujica, dice que no está claro.
“Espero que continúe, aunque no veo realmente otra persona que se mueva, evidentemente no hay, es único. Pero el que lo puede seguir es el Pacha. Espero que continúen esa línea de ser lo más sinceros posible”, dice la mujer.
Frente a la sede del MPP, en Mercedes y Ejido, Sánchez tomó la palabra emocionado y homenajeó a su líder. “No podemos hacer un discurso político, hablamos desde el corazón. Lo cierto es que la siembra del viejo ahora se transformó en miles. Ahora hay miles de Pepe Mujica. Gracias, viejo”, dijo el exsenador.
Las calles siguen con carteles que muestran gestos de agradecimiento y cariño. “Soy el primer universitario de mi familia. Gracias”, “Te vamos a extrañar”. Un niño alcanzó a darle a Lucía Topolansky, que siguió el cortejo desde un auto, su mensaje: “¡Gracias, Pepe! ¡Te amamos por siempre!”.
“Si la patria me llama, aquí estoy yo”, se escucha desde un altoparlante envuelto en la bandera del Espacio 609 que un militante maneja. El momento se vuelve solemne: el silencio se apodera de las personas, como si el único sonido posible fuera esa canción de Los Olimareños, la misma que Mujica cantó junto con Pepe Guerra el 1° de marzo de 2010, cuando asumió la Presidencia.
De a poco la música se mezcla con la orquesta de los blandengues y los aplausos. Las personas comienzan a amontonarse en la calle y un miembro de la organización pide que se mantengan sobre la vereda, sin resultado. Los voluntarios del cortejo, que llevan camiseta negra, encargados de generar el pulmón que permite que transite, piden calma. Algunos no pueden evitar llorar mientras cumplen con su trabajo. Los blandengues se mantienen en su puesto, sin importar que la congestión de gente esté al borde de pasarlos por encima.
Mientras, los restos de Mujica se acercan al Palacio Legislativo, un lugar en que los uruguayos lo vieron como diputado, senador, presidente —y también como ex—; las calles vuelven a llenarse. Los militantes caminan a la par del presidente Orsi y de su gabinete, de los dirigentes, del intendente electo de Montevideo, Mario Bergara, del presidente del FA, Fernando Pereira.
Una mujer llora desconsoladamente mientras sostiene una rosa blanca en su mano izquierda. Con la otra, se tapa la boca. Se mueve. Se abraza con una amiga. Lagrimean mientras sus caras se chocan.
“Pepe, amigo, el pueblo está contigo”, corean los presentes mientras termina el cortejo que comenzó horas antes desde la Torre Ejecutiva. Aplauden. “El pueblo unido, jamás será vencido”, vuelven a entonar.
Las banderas siguen flameando y se multiplican. Las calles, lúgubres, se tiñen de rojo. El auto fúnebre entra al predio del Parlamento y con eso llega la señal: el fin de una de las primeras despedidas. La que permitió el primer adiós del pueblo.