Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Jamal Machrouh, Florent Parmentier *
A lo largo de las costas orientales del océano Atlántico, una «gran vertical» que integra Europa y África podría convertirse en un espacio estratégico para reparar la globalización.
Al organizar conjuntamente la Copa del Mundo de 2030, España, Marruecos y Portugal abrirán el camino a una cooperación regional innovadora y sin precedentes entre Europa y África. Esta «pequeña vertical» merecería inscribirse en una escala mucho más amplia e innovadora que amplíe los vínculos entre los dos continentes para construir lo que podría denominarse una «Comunidad del Atlántico Oriental» (CAO).
En un momento en que se consolidan lógicas de cooperación vertical en otras partes del mundo, en el Atlántico occidental entre Estados Unidos, Canadá y México —al menos hasta hace poco— o en el Pacífico entre China y los países del sudeste asiático, el Atlántico oriental, un espacio con un gran potencial económico y estratégico, sigue estando muy infrautilizado.
Por ello, una «gran vertical», es decir, el establecimiento de un eje geopolítico estructurante entre Europa y África a lo largo de las costas del Atlántico, se impone hoy como una necesidad estratégica. Esta comunidad incluiría, como mínimo, según un criterio geográfico, los Estados ribereños del Atlántico africano y europeo, desde Sudáfrica hasta Marruecos, y desde Portugal hasta el norte de Europa.
En esta pieza de doctrina, queremos subrayar la pertinencia estratégica del proyecto de la Comunidad del Atlántico Oriental, poner de manifiesto su utilidad para los dos continentes socios, pero también más allá, al tiempo que esbozamos su arquitectura institucional y su modus operandi.
En busca de una «gran vertical»: la necesidad estratégica de una nueva comunidad
En un mundo fracturado, la creación de una Comunidad del Atlántico Oriental permitiría a sus miembros afrontar retos y aprovechar oportunidades únicas, organizándose en torno a dinámicas verticales orientadas hacia el océano.
De un mundo fracturado al espectro de un deslizamiento estratégico
El retorno de las guerras de alta intensidad y la rivalidad entre China y Estados Unidos entrañan riesgos de declive y marginación tanto para Europa como para África. Ambos continentes, que se encuentran en una situación de mayor vulnerabilidad estratégica, no solo deben prepararse para hacer frente a las crisis inmediatas, sino también tratar de imponer sus intereses en un orden mundial en transformación en el que su lugar aún está por redefinir.
El auge de China y su ambiciosa iniciativa geoestratégica de las «Nuevas Rutas de la Seda» (Belt and Road Initiative) se encuentran en el centro del enfrentamiento con Estados Unidos, que amenaza con llegar a extremos desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. En esta «segunda guerra fría», Europa deberá lidiar con su condición de antiguo aliado incondicional de Estados Unidos, al tiempo que cuida sus importantes relaciones económicas con Pekín y preserva su autonomía estratégica. África, por su parte, se ve cortejada por las dos grandes potencias: China sigue una estrategia de inversión masiva, mientras que Estados Unidos intenta recuperar su influencia apoyando proyectos de desarrollo y cooperación en el ámbito de la seguridad.
Ante estas tensiones mundiales, el riesgo de degradación estratégica de África y Europa se hace palpable.
Aunque poderosa en el plano económico, la Unión Europea tiene dificultades, como es sabido, para imponerse como actor estratégico. Su incapacidad para prevenir la guerra en Ucrania y sus dificultades para hablar con una sola voz sobre el conflicto palestino-israelí alimentan las dudas sobre su capacidad para influir en un orden mundial reconfigurado por la rivalidad entre China y Estados Unidos. Para África, el riesgo es más bien el de ver aumentar su vulnerabilidad a las grandes crisis externas, como la inestabilidad de los mercados mundiales y la dependencia de las importaciones alimentarias. En muchos aspectos, al no disponer de la misma capacidad de resistencia que las grandes potencias, los intereses de los países africanos podrían verse gravemente afectados por el retorno de la guerra como instrumento de regulación de las relaciones internacionales.1
Una nueva dinámica de cooperación: la «gran vertical»
Así, esta «gran vertical» haría eco de otras dinámicas de cooperación en el mundo, en un momento en que China busca impulsar una amplia integración regional a través de la Asociación Económica Regional Global, mientras que Estados Unidos consolida su zona económica con el T-MEC.
En estas condiciones, el eje transatlántico, antaño central, parece hoy debilitado y los ambiciosos proyectos de asociaciones transpacíficas y transatlánticas han sido abandonados. Junto con las estrategias verticales de integración, la proximidad geográfica se ha convertido en una palanca fundamental en la reconfiguración del comercio mundial: México se ha convertido así en el primer socio económico de Estados Unidos por delante de China desde 2023, y la ASEAN se encuentra ahora en el centro de las prioridades económicas chinas.
Ante la integración regional de los espacios americano y asiático, la escasa cooperación entre los países del Atlántico oriental pone de manifiesto un importante desfase estratégico: en 2024, entre los socios comerciales de la Unión, el primer país africano, Marruecos, solo ocupa el undécimo lugar.
La necesidad de construir una relación más estrecha y mutuamente beneficiosa entre los dos continentes se hace urgente no solo por razones económicas, sino también para hacer frente a múltiples retos comunes: la transición energética, la seguridad alimentaria, la gestión de las migraciones y la adaptación al cambio climático.
Para Europa, se trata de dejar de considerar a África como una periferia vulnerable y empezar a verla como un socio estratégico en el centro de los equilibrios futuros.
Para África y el «nuevo Sur», se trata de afirmar su soberanía en esta dinámica de cooperación definiendo sus prioridades y requisitos previos.
Conectividad y espacios marítimos: cartografiar la transformación global
En un mundo en el que el 90 % del comercio mundial en volumen transita por mar y en el que el Atlántico ocupa un lugar esencial, la conectividad marítima es una palanca clave para el desarrollo económico.
Se basa ante todo en infraestructuras portuarias eficientes: los puertos ya no son simples puntos de tránsito, sino centros logísticos integrados capaces de transformar los flujos marítimos en oportunidades de crecimiento local y regional.
En esta nueva configuración técnica y de infraestructuras, el océano Atlántico podría convertirse en un actor privilegiado.2
En el África atlántica, varios puertos ya desempeñan un papel estratégico en el desarrollo económico de la región, como el de Lagos en Nigeria, el de Abiyán en Costa de Marfil o el de Tema en Ghana, pero desde una perspectiva global, la región sigue enfrentándose a numerosos retos: la inseguridad de las rutas marítimas, la congestión portuaria, la falta de infraestructuras modernas, la piratería y la escasa conectividad terrestre con el interior frenan el potencial de desarrollo de los Estados ribereños y reducen su competitividad en el mercado mundial.
La realización de una «gran vertical» se convierte en un reto estratégico esencial y la Unión Europea, con su experiencia en logística y transporte marítimo, podría desempeñar un papel clave financiando y acompañando proyectos portuarios estratégicos en África. A cambio, una mejor conectividad de los puertos africanos podría ofrecer a Europa nuevas oportunidades comerciales y un acceso privilegiado a recursos estratégicos.
Como complemento de la logística portuaria, la economía azul representa un formidable acelerador del desarrollo.
La explotación sostenible de los recursos marinos puede generar cadenas de valor locales y regionales prometedoras. Implicaría un refuerzo de la conectividad entre los puertos y sus hinterlands mediante el desarrollo de corredores logísticos integrados que conecten los principales puertos con las grandes ciudades y las zonas industriales del interior. Unos puertos modernos y bien conectados podrían reducir la dependencia de las economías africanas de las importaciones de productos transformados, favoreciendo la aparición de industrias locales que generen valor in situ y estimulando al mismo tiempo el comercio intraafricano.
Construir una resiliencia mutua: economía, energía, estrategia
La construcción de una Comunidad del Atlántico Oriental se basaría así en una resiliencia mutua que, a corto plazo, podría apoyarse en tres pilares: la economía, la energía y la estrategia.
Sería beneficioso que se convirtiera en una verdadera asociación estratégica, avanzando hacia la puesta en común de recursos y la agregación de capacidades de ambas regiones.
Economía
El Atlántico Oriental encierra un considerable potencial económico: con una población joven, una clase media en expansión y una ambiciosa Zona de Libre Comercio,3 África representa un mercado prometedor para las empresas europeas. La creciente industrialización, la necesidad de infraestructuras modernas y los proyectos de innovación en tecnologías digitales y verdes ofrecen oportunidades inestimables. El refuerzo de sus relaciones económicas con África permitiría a Europa acceder a mercados en pleno crecimiento y diversificar sus cadenas de suministro gracias al «friendshoring».
Energía
La cuestión energética también sería fundamental para la resiliencia de los Estados del Atlántico oriental.
Con importantes recursos naturales, en particular hidrocarburos, pero también un considerable potencial en energías renovables —solar, eólica, hidrógeno e hidráulica—, el continente africano sería un socio estratégico de primer orden para Europa, que se enfrenta a las limitaciones de la transición energética y a la necesidad de diversificar sus fuentes de suministro.
El desarrollo de una red energética integrada entre ambos continentes, junto con inversiones en infraestructuras y tecnologías verdes, podría crear un círculo virtuoso de crecimiento y seguridad energética, al tiempo que se reduciría la huella de carbono de ambas regiones.
Estrategia
Por último, en el plano estratégico, la construcción de una Comunidad del Atlántico Oriental parece esencial para reforzar la autonomía de ambas regiones frente a las rivalidades de las grandes potencias.
Permitiría poner en común las capacidades en materia de seguridad marítima, lucha contra la piratería y gestión de los flujos migratorios.
La seguridad de las rutas marítimas en el Atlántico oriental, en particular en el Golfo de Guinea, es crucial para garantizar la estabilidad del comercio y la protección de los intereses económicos de ambas orillas. Del mismo modo, la cooperación en materia de defensa y gestión de crisis podría reforzar la soberanía regional frente a las injerencias externas —pensemos, por ejemplo, en las acciones cibernéticas de Rusia— que afectan tanto a África como a Europa.
Evitar la «trampa de la fragmentación estratégica» entre el Norte y el nuevo Sur
En un contexto de deterioro general del entorno estratégico y en un momento en que las relaciones entre el Norte y el Sur global se caracterizan por los malentendidos mutuos y las fracturas históricas, es fundamental evitar la «trampa de la fragmentación estratégica».
Al igual que la «trampa de Tucídides»4 aplicada a las rivalidades entre China y Estados Unidos, las relaciones Norte-Sur podrían entrar en una dinámica en la que la cooperación internacional dé paso a los conflictos, acentuados por intereses divergentes y asimetrías económicas.
El espacio del Atlántico oriental ofrece una oportunidad para superar estas tensiones mediante la creación de una comunidad estratégica basada en la complementariedad y la asociación.
Algunos siguen creyendo en el mito de un Occidente homogéneo y de un «Sur global» unido en sus reivindicaciones.
La realidad es mucho más compleja.
Mientras que la Unión Europea aboga por un enfoque lo más multilateral y cooperativo posible, Estados Unidos corre el riesgo de oscilar entre el aislacionismo y el intervencionismo. En cuanto al nuevo Sur, no se inscribe necesariamente y de forma unánime en un esquema de rechazo de Occidente.
El interés global de la emergencia de una fuerza mediana
La Comunidad del Atlántico Oriental podría encarnar legítimamente un espacio de cooperación intercontinental innovador, que trascienda las divisiones tradicionales y se convierta en un laboratorio de cooperación Norte-Sur frente a los grandes retos globales.
Los avances en IA y tecnologías autónomas, impulsados principalmente por las grandes potencias, plantean importantes cuestiones éticas y estratégicas. Un enfoque común de innovación, regulación y gobernanza tecnológica —que favorezca un uso responsable de las nuevas tecnologías— podría tener más peso en el debate internacional.
Basándose en iniciativas intercontinentales, los Estados miembros podrían poner en marcha soluciones basadas en la IA con el fin de perseguir simultáneamente varios objetivos: mejorar los sistemas sanitarios, optimizar las cadenas logísticas, reforzar la seguridad alimentaria o elaborar normas comunes para regular el uso de las tecnologías autónomas, en particular las armas inteligentes y los sistemas de IA militares.
Dado que los países del Atlántico oriental son especialmente vulnerables a los efectos del cambio climático —subida del nivel del mar, intensificación de las tormentas, erosión costera—, el establecimiento de una gobernanza climática también debería ser una prioridad. La cooperación en el marco de la Comunidad del Atlántico Oriental debería centrarse en la resiliencia medioambiental, la transición energética, el desarrollo de una economía azul sostenible y el refuerzo de la resiliencia costera.
Gracias a su diversidad geográfica y cultural, la Comunidad podría desempeñar un papel de mediador en las grandes crisis internacionales, ofreciendo una plataforma de diálogo neutral, audible y respetada.
Adoptando una postura de cooperación pragmática e innovadora, basada en la complementariedad económica y la puesta en común de recursos, podría ofrecer una respuesta creíble a los grandes retos globales, evitando al mismo tiempo las trampas de la fragmentación estratégica y la confrontación entre bloques.
Instituir una Comunidad del Atlántico Oriental: una gobernanza innovadora y minimalista en torno a una «unión de proyectos»
La Comunidad se beneficiaría de una organización ligera y flexible, diseñada para adaptarse a las necesidades de sus miembros y evitar la pesadez burocrática inherente a las organizaciones complejas.
En el centro de esta gobernanza, los jefes de Estado y de gobierno desempeñarán un papel fundamental, impulsando la visión política y garantizando la coherencia de las acciones emprendidas.
Por último, esta Comunidad debería basarse en una unión multilateral de proyectos en la que participen ampliamente el sector privado y la sociedad civil, dando prioridad a los logros concretos, ya se trate de corredores logísticos, puertos inteligentes o programas comunes de explotación y conservación de los recursos marinos.
Entre el foro y la organización regional: una estructura flexible
Si los objetivos asignados a la Comunidad del Atlántico Oriental son ambiciosos, la organización que se cree para llevarlos a cabo debe ser ligera, ágil y pragmática, ya que, lamentablemente, la falta de eficiencia de las organizaciones internacionales se debe muy a menudo a una burocratización excesiva.
La Comunidad podría evitar estos escollos adoptando un modelo de gobernanza decididamente innovador y minimalista. Lejos de las estructuras rígidas, se organizaría como una «unión de proyectos» en la que se daría prioridad a las acciones concretas y a los resultados medibles. Cada iniciativa estaría impulsada por uno o varios Estados miembros, que se encargarían de su coordinación, con el apoyo puntual de expertos y socios técnicos o financieros, según las necesidades.
Los jefes de Estado y de gobierno en el centro de la gobernanza
Los jefes de Estado y de gobierno estarían en el centro de su gobernanza, reuniéndose en cumbres estratégicas organizadas una o dos veces al año.
El objetivo de estas reuniones sería definir colectivamente las prioridades comunes, identificando los ámbitos clave de intervención —el desarrollo de las infraestructuras, la gestión sostenible de los océanos, la seguridad marítima, los intercambios culturales— y asignar la financiación necesaria a los proyectos en curso, ya se trate de contribuciones nacionales, inversiones privadas o asociaciones internacionales. Además, estas reuniones permitirían reforzar el diálogo político, favoreciendo el entendimiento mutuo y una mayor coordinación entre los Estados miembros ante los grandes retos regionales y mundiales.
Por último, un aspecto esencial se basaría en la evaluación de los resultados: cada iniciativa debería analizarse en términos de impacto concreto, con posibles ajustes en función de los nuevos retos y oportunidades, garantizando así una dinámica de mejora continua.
Una unión de proyectos: dar prioridad a las acciones concretas
Más que una institución pesada, la Comunidad funcionaría como una plataforma flexible, adaptada a las necesidades específicas de proyectos concretos en los que participarían tanto actores públicos como privados, los Estados miembros y la sociedad civil.
La CAO se distinguiría por un enfoque pragmático, centrado principalmente en los tres ámbitos estratégicos siguientes: mares, energía y clima, y espacio.
Conectividad portuaria e integración marítima
Así, un país africano podría liderar un proyecto de desarrollo portuario, beneficiándose de la experiencia técnica y la financiación europeas para modernizar las infraestructuras marítimas y reforzar su capacidad logística y su papel en el comercio internacional. La seguridad marítima en zonas estratégicas como el golfo de Guinea también podría reforzarse gracias a una mayor cooperación entre las marinas nacionales de ambos continentes, con el apoyo de organizaciones regionales como la Unión Europea y la Unión Africana.
Energía y medio ambiente
En materia de energía y clima, la Comunidad podría reforzar no solo las capacidades locales para hacer frente a las emergencias medioambientales, sino también crear puentes entre los investigadores, las empresas y los gobiernos de ambos continentes para apoyar la transición energética y las prácticas sostenibles. Al mismo tiempo, ambas partes podrían aunar esfuerzos para promover su soberanía energética mediante el desarrollo de corredores energéticos que conecten las zonas de producción con los consumidores. Las iniciativas de formación en tecnologías verdes podrían asociar a universidades africanas y europeas para desarrollar programas conjuntos, favoreciendo la transferencia de competencias y la aparición de soluciones innovadoras adaptadas a los retos locales.
Estas ambiciones podrían incluir la puesta en marcha de una estrategia de explotación razonada de los metales raros para hacer frente a la transición energética y digital, en una lógica de asociación y colocalización de las actividades económicas.
Cooperación espacial
Europa y África podrían finalmente establecer un programa de cooperación espacial global y mutuamente beneficioso que responda a retos clave mediante aplicaciones en los ámbitos de la seguridad alimentaria, la sostenibilidad medioambiental y el desarrollo regional.
En este sentido, la puesta en marcha del Consejo Espacial Africano de la Unión Africana en abril de 2025 podría allanar el camino para estructurar un diálogo sobre soluciones espaciales al servicio de todas las partes interesadas.
Inspirados en una visión holística —conectividad digital, espacio, comercio sostenible, financiación verde e inclusión social—, estos ejemplos ilustran la capacidad de la Comunidad del Atlántico Oriental en ciernes para catalizar sinergias y producir resultados concretos, respondiendo a las necesidades de las poblaciones y consolidando al mismo tiempo una asociación estratégica entre África y Europa.
En este esquema, la Comunidad representaría a la vez un nexo de unión, un espacio de prosperidad compartida y una palanca de autonomía estratégica para ambas partes del Atlántico Oriental.
*Machrouh es Senior Fellow en el Policy Center for the New South. Profesor en la Facultad de Gob ierno, Econom`´ia y Ciencias Sociales de la Universidad Mohammed VI de la Universidad Politècnica (UM6P). Parmentier es secretario general del Centro de Investigación Política de Ciencias Polìticas (CEVIPOF)