Irán, Trump y la guerra que amenaza al proyecto MAGA y la estabilidad global – Por Sebastián Farfán

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Irán, Trump y la guerra que amenaza al proyecto MAGA y la estabilidad global

Por Sebastián Farfán *

Este lunes, el presidente Donald Trump anunció un alto al fuego a un conflicto que él mismo había comenzado el sábado pasado. Por aquel entonces, el titular del ejecutivo había anunciado la participación directa de Estados Unidos en una nueva guerra en Asia Occidental. En tono triunfalista, había anunciado la supuesta destrucción de tres instalaciones nucleares iraníes y advirtiendo que, si Teherán no negociaba su desnuclearización, enfrentaría ataques aún más devastadores.

Según Trita Parsi, analista del Quincy Institute for Responsible Statecraft, lo ocurrido marca un hecho sin precedentes: dos Estados nucleares —Estados Unidos e Israel— atacaron a otro que no posee armas atómicas, en pleno proceso de negociaciones y sin que existiera ataque previo o una amenaza existencial creíble.

La escalada actual —que apenas hoy parece dar pie a una distensión— comenzó el 13 de junio, cuando Israel bombardeó infraestructura nuclear iraní y eliminó a altos mandos de su ejército y científicos nucleares, en una clara violación del derecho internacional. El ataque coincidió con negociaciones entre Teherán y Washington, y una polémica resolución del Organismo Internacional de Energía Atómica que censuraba a Irán por presuntos incumplimientos por primera vez en 20 años.

El conflicto parecía inevitable. Desde los ataques de Hamás el 7 de octubre de 2023, Tel Aviv venía configurando el escenario para resolver no solo la “cuestión de Gaza”, sino también para acabar con los aliados regionales de Hamás, Irán incluido. Uno a uno, estos enemigos fueron debilitados: Hezbolá descabezado en el Líbano, las milicias chiíes golpeadas en Irak y, finalmente, la caída del régimen sirio de Bashar al-Assad, facilitada también por Turquía. Ese episodio, que para muchos pasó desapercibido, fue clave: con la desmilitarización en tiempo récord de Siria por la aviación israelí, Israel abrió un corredor aéreo hacia Teherán.

Así, el 13 de junio, Israel dio el primer golpe; ahora Trump elevó la apuesta tras días de movilización militar, involucrando a Estados Unidos sin autorización de Naciones Unidas ni de su Congreso. Todo esto mientras el canciller iraní sostenía conversaciones en Ginebra con funcionarios europeos.

Ahora bien, pese al peligro de escalada regional Irán ya respondió a la agresión. Pues no hacerlo habría puesto en riesgo la estabilidad de su régimen. Todo recaía en el cómo. Y aunque al final optó por un ataque limitado y francamente simbólico —pues todo indica que fue previamente anunciado— contra dos bases militares en Qatar e Irak, Irán ya había amenazado con represalias más preocupantes: ataques a tropas y activos estadounidenses en la región, golpes a infraestructura energética de la península arábiga y el cierre del estrecho de Ormuz, arteria estratégica por donde fluye casi un tercio del petróleo mundial.

Este último escenario —que no está del todo descartado, pues oficialmente el conflicto no ha terminado— hubiera tenido graves consecuencias. Los precios del crudo podrían haber superado los 120 dólares por barril, según JP Morgan, encareciendo las cadenas de suministro globales. La amenaza fue real: este domingo, el parlamento iraní aprobó el cierre de Ormuz como represalia, medida que aún espera la ratificación del Consejo de Seguridad Nacional. Washington incluso solicitó la intermediación de China para evitar que se concrete esta acción.

Para Trump, las implicaciones son serias. Su proyecto Make America Great Again (MAGA) no contemplaba un choque energético de esta magnitud. Según Joe Brusuelas, economista jefe de RSM, la inflación, sumada a la política comercial trumpista, podría aumentar rápidamente en los próximos 90 días golpeando el bolsillo del votante estadounidense. A ello se suman otros reveses políticos: la imposibilidad de mantener los aranceles globales y de reequilibrar el comercio con China, el fracaso en detener los conflictos en Ucrania y Gaza y la ruptura con Elon Musk, hasta hace poco uno de sus principales asesores.

También hay que considerar la impopularidad de esta decisión bélica entre sus bases. Incluso republicanos influyentes del movimiento MAGA como Marjorie Taylor Greene han cuestionado, si bien tímidamente, el liderazgo de Trump. Esa crítica sumada a la de voces como Tucker Carlson y Steve Bannon amenaza con producir fracturas en la coalición trumpista, aunque por el momento Trump se mantiene firme en el liderazgo republicano y conserva el respaldo de actores mediáticos clave como Fox News.

Mientras tanto, la oposición demócrata comienza a reagruparse gradualmente. Gavin Newsom, gobernador de California, se perfila como un contrapeso serio, capaz de disputar incluso el terreno donde Trump se sentía más cómodo: la agenda migratoria. Paralelamente, congresistas demócratas ya piden la cabeza de Trump por no convocar al Congreso en su decisión.

Trump apostó alto, quizá demasiado. Ceder ante las presiones de Israel y del ala neoconservadora de su gabinete podría traer serias implicaciones económicas para Estados Unidos y graves implicaciones políticas para su movimiento. El escenario se complicaría aún más si el conflicto se reactiva con mayor intensidad y empiezan a registrarse bajas estadounidenses. Los traumas de Irak y Afganistán siguen muy presentes en la memoria colectiva del país.

Más allá de Washington, las implicaciones de esta crisis serían igual de inquietantes. En México, hidrocarburos caros y una posible desaceleración estadounidense podrían trastocar una frágil economía que apenas ha evitado la recesión. En el mundo, la amenaza de una conflagración regional crece. Este mismo lunes se confirmaba que el ayatolá Alí Jameneí, líder supremo de Irán, habría solicitado formalmente el apoyo del presidente ruso, Vladímir Putin. Moscú respondió con cautela. Pero otros actores con vínculos religiosos y culturales más estrechos con Teherán —como Pakistán, Afganistán y las milicias proiraníes— ya han advertido que podrían no mantenerse al margen.

Además, este ataque por sí mismo podría acelerar en Irán y en otros países la convicción de que sólo un arsenal nuclear propio podría garantizar el pleno respeto a sus soberanías, alimentando el riesgo de una nueva carrera armamentista y de una nueva ola de proliferación nuclear. Queda claro que el golpe en plena negociación también mina la credibilidad diplomática de Occidente y su capacidad para negociar en otros escenarios —como Ucrania o Gaza—, evidenciando la fragilidad de los principios que, en teoría, protegen el orden económico internacional y la estabilidad regional.

Para concluir, una breve reflexión. Es cierto: Trump apostó su futuro político a la prudencia de Irán, y parece que el azar le está favoreciendo. No obstante, pese al cese al fuego, no está claro que este sea el inicio de una paz sostenible y duradera. Más bien, parece el preámbulo de un período de inestabilidad prolongada en las relaciones entre Irán y Occidente. Pues persisten elementos dentro del establishment estadounidense que aún abogan por una aproximación militar a la cuestión iraní. Pero, más importante aún, Israel no ha cumplido ninguna de sus metas: ni ha acabado con el programa nuclear iraní ni ha logrado un cambio de régimen. Por ello, una reanudación de las hostilidades es bastante posible. Este no es el final. Nos esperan meses convulsos.

* Sebastián Farfán es consultor en asuntos públicos, egresado de Relaciones Internacionales por la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (UNAM) especializado en la región de Asia Occidental y en temas de geopolítica y seguridad internacional.

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