Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Jorge Majfud *
La propuesta de un salario universal tiene siglos y un antecedente paradójico. Durante la Segunda Guerra, Juliet Rhys-Williams, del Partido Liberal (por entonces la izquierda en Inglaterra), propuso un “impuesto negativo”: todos aquellos quienes tuviesen un ingreso por debajo de una línea de subsistencia deberían recibir un subsidio en relación inversa a su ingreso.
En su libro Where Do We Go from Here: Chaos or Community? (1967), Martin Luther King había entrevisto la solución: “Debemos crear pleno empleo o crear ingresos… El enfoque más simple es el más efectivo: la solución a la pobreza es abolirla directamente mediante una medida ahora ampliamente discutida: el ingreso garantizado”.
En Estados Unidos, el programa “Guerra contra la pobreza” de 1964 incluyó experimentos sociales muy similares al ingreso universal. Milton Friedman lo apoyó, proponiendo un “impuesto negativo”. Los resultados fueron positivos. Hubo un nueve por ciento menos de trabajo asalariado, pero los investigadores encontraron que aún ese nueve por ciento estaba inflado―debido al miedo de las personas a perder el beneficio, a diversos trabajos en sus propias casas y, más probablemente, a que muchos jóvenes habían optado por continuar estudiando. Entre madres jóvenes y jóvenes pobres, la tasa de graduación de la secundaria aumentó un 30 por ciento. La idea de eliminar la pobreza a través de programas del gobierno alcanzó un apoyo popular superior a la idea de poner un hombre en la Luna.
En 1978 ocurrió el milagro que esperaban los de arriba. Uno de los casos de estudio, Seattle, registró un incremento del 50 por ciento de divorcios. Las mujeres estaban abusando de la libertad. Solo esta posibilidad cambió el curso del experimento, y esto no se corrigió cuando se descubrió que el 50 por ciento se había debido a un error de cálculo estadístico.
El experimento más sistemático fue realizado en 1973 en la pequeña ciudad de Dauphin, Canadá. Recientemente, el historiador Rutger Bregman (defensor del capitalismo amable, por ahora) lo popularizó en su libro Utopía forrealists. Desde 1974 a 1978, mil familias de Dauphin recibieron un salario equivalente a 20 mil dólares anuales de hoy, sin condición. Cuatro años después, los conservadores ganaron las elecciones y el proyecto fue abandonado. No hubo presupuesto ni para analizar la masa de datos recogida. Los políticos concluyeron, por su cuenta, que el experimento había fracasado, así que los investigadores pusieron todos los datos en dos mil cajas y el proyecto se olvidó.
Treinta años después fue descubierto en un ático. La investigadora y economista Evelyn Forget comparó los datos recogidos con otras realidades y concluyó que el experimento había sido un rotundo éxito. Contradiciendo los argumentos en contra, las familias no se dedicaron a tener más hijos (hace unas décadas no existía el miedo decimonónico de los blancos sin hijos sino de los pobres con hijos) y los hijos aumentaron su rendimiento escolar. La violencia doméstica cayó y las hospitalizaciones por otras razones se redujeron en 8,5 por ciento.
Los experimentos se multiplicaron con los mismos resultados. En el año 2009, la ciudad de Londres concluyó que había gastado, entre policías y trabajadores sociales, más de medio millón de libras en trece personas en situación de calle. Cuando se le ofreció tres mil libras a cada uno de forma incondicional, la ciudad pasó a gastar solo 50.000 libras en los mismos indigentes. Más de la mitad de ellos salieron del círculo de miseria. De forma voluntaria, invirtieron en sus propias necesidades, como higiene, casa y clases de oficios. Experimentos similares ocurrieron en Namibia, Ruanda, Kenia y Uganda. Hombres y mujeres en condiciones de extrema pobreza recibieron dinero, la mayoría de las veces de forma incondicional, con resultados positivos: muchos lo invirtieron en pequeños negocios, como comprarse una moto para dar un servicio de taxi, lo cual, a su vez, facilitó la comunicación y el transporte a otros habitantes de las aldeas, multiplicando el ingreso de sus vecinos.
Según la Universidad de Manchester, en otros casos la reducción de la malnutrición en los niños se tradujo en un incremento en la estatura física y en el coeficiente intelectual; aumentó el rendimiento escolar y se redujo el crimen en decenas porcentuales. Naturalmente, también redujo el trabajo infantil y la esclavitud moderna que siempre benefició a los más ricos de esas sociedades y del mundo, como es el caso, por ejemplo, de la actual esclavitud practicada en las minas de cobalto. Experiencias ocurrieron en Asia y América Latina―con la misma resistencia. Este extenso estudio fue dirigido por Joseph Hanlon y se publicó con el título Just Give Money tothe Poor. Conocí y viajé por Mozambique con Hanlon en 1996. Compartí con él y su esposa Therese noches de conversación sobre apartheid y colonialismo en distintas islas sin electricidad, en antiguas casas rodeadas de campos de marihuana.
Estos experimentos me resuenan en la memoria de mi propia experiencia en Mozambique. Los pobres no recibieron un plan de vida por parte de cooperantes, nacionales o extranjeros (blancos), quienes suelen hacer un trabajo similar al de los misioneros, sino que recibieron dinero que ellos mismos administraron según susdeseos y necesidades. En otras palabras, el problema de los pobres no es cultural, como popularizó Thatcher; es económico―es político.
Lo mismo hemos insistido sobre las posibilidades de desarrollo de cualquier país: primero debe dejar de ser colonia y luego debe ser independiente: a más independencia más desarrollo. La misma lógica aplica a la vampirización para el desarrollo. El capitalismo nace con el descubrimiento de América y el masivo saqueo de capitales que hicieron posible la existencia de las nuevas clases sociales en Europa ―comerciantes primero en los Países Bajos y proletarios después en Inglaterra. Fue este mismo saqueo, que no sin ironía fue impuesto por los ideólogos del “libre mercado” que hizo posible otro nacimiento: la Revolución Industrial inglesa, un siglo después de destruir las naciones más prósperas de su tiempo (India, Bangladesh, más tarde China y gran parte de Medio Oriente) a fuerza de cañón, droga y cipayaje. La Revolución industrial europea nace generaciones después de abortar el nacimiento de las revoluciones industriales en Asia.
Lo mismo podemos decir de la libertad de expresión: permítanles seguridad económica a los ciudadanos del mundo y verán cuántas verdades salen a la luz, desplazando los mitos de los países y de las clases parasitarias. Gran parte de la crítica a la renta básica se basan en el miedo a que la gente deje de trabajar en masa. Este miedo procede de una corrupción propia del capitalismo: nadie se mueve si no es por dinero.
El salario universal es una propuesta tan modesta que ni siquiera propone la abolición del dinero ni de la pasión capitalista por hacer más dinero. Esto debería ocurrir en una etapa superior de la humanidad, si es que somos capaces de algo mejor. Diferente a los planes sociales que los beneficiarios pierden si mejoran sus condiciones de vida, el salario universal tiene la virtud de estimular el trabajo y la creatividad.
* Escritor y traductor uruguayo, radicado en Estados Unidos.