AGRO 4.0 EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE: ENTRE EL PROGRESO TECNOLÓGICO Y LA DISPUTA POR LA SOBERANÍA
Por Fernando Rizza y Bruno Ceschin*
La revolución tecnológica en el agro ha modificado radicalmente la forma en la que se produce se trabaja y se toma decisiones, pero sobre todo ha moldeado el tiempo y el espacio. La unión de lo real, de lo virtual y lo biológico se ha materializado en nuevas herramientas que trastocaron el tiempo y el espacio, así lo que antes demandaba jornadas completas de trabajo rural, hoy puede resolverse en minutos, brindando mejores condiciones laborales y cuidando la biósfera y la biodiversidad. Esta transformación nos pone ante un brete: una revolución en la producción de alimentos de la mano de la concentración corporativa y dependencia tecnológica, o una oportunidad de los pueblos latinoamericanos de construir soberanía política, tecnológica y alimentaria.
La convergencia de las tres dimensiones de esta revolución 4.0, reducen el trabajo de hombres y mujeres y funciona como extensiones de sus brazos, sus cabezas o sus cuerpos desde el living de su casa al Campo o la finca. Lo real, representado por la maquinaria agrícola, herramientas autónomas y robots; lo virtual, vinculado a plataformas, IA y big data; y lo biológico, concentrado en las bio y nanotecnologías como las semillas, los bioinsumos y los organismos genéticamente modificados (OGM). Esta fusión multiplica las capacidades humanas: reduce los tiempos, aumenta la eficiencia y redefine el trabajo, así como mejora y optimiza las tomas de decisiones.
Pero también redefine el poder. En apenas 30 años, la industria global de semillas pasó de estar en manos de 7.000 empresas a concentrarse en tres megacorporaciones que controlan casi la totalidad del mercado global de OGM, agroquímicos y semillas comerciales: Bayer-Monsanto, Syngenta-ChemChina y Corteva (Dow-DuPont). A esto se suman gigantes tecnológicos como John Deere, que con adquisiciones estratégicas como Blue River Technology y el uso masivo del GPS, no sólo lidera la maquinaria agrícola, sino que además concentra la mayor base de datos georreferenciada del planeta, gracias al trabajo involuntario de los propios productores que, al comprar sus equipos, financian su expansión, los costos y ganancias.
La información, es ganancia, es optimizar tiempos, son mejores decisiones. El valor no está solo en la semilla o el fertilizante, sino en el dato que mide el rendimiento, anticipa la aparición de una plaga o decide qué fumigar. Este poder de decisión torna al conocimiento en estratégico y agente principal de la disputa en la carrera por acortar los tiempos sociales de producción. Carrera de la que, quienes producen y trabajan quedan cada vez más afuera, siendo cada vez más dependiente de la adopción de las tecnologías de punta.
Latinoamérica: ¿vanguardia tecnológica o neocolonialismo digital?
América Latina no es ajena a esta transformación. En muchos casos, incluso, la lidera. El mercado regional de agricultura de precisión alcanzó los USD 1.097 millones en 2023, con proyecciones de duplicarse antes de 2030. El de drones agrícolas alcanzó los USD 236 millones en 2024 y podría cuadriplicarse en un quinquenio. El mercado de robots agrícolas, por su parte, valuado en USD 8.290 millones, con un ritmo de crecimiento anual superior al 12%, podría triplicarse en apenas una década.
Pero lo más destacable es el desarrollo de un ecosistema tecnológico local, que desafía, en algunos casos, el dominio de las grandes transnacionales. Bioceres y Don Mario, dos empresas argentinas, son protagonistas de la biotecnología mundial. El ecosistema Bioceres, un entramado productivo público-privado, modelo de un “Estado interviniendo inteligentemente”, es referente global gracias al desarrollo de semillas de trigo y de soja tolerantes a la sequía, a partir de investigaciones de Raquel Chan miembro del CONICET, y de la Universidad Nacional de Rosario; la segunda, por su hegemonía en la producción de soja transgénica en Brasil, hoy el mayor exportador de alimentos del mundo. Juntas, avanzan hacia una integración estratégica que les permite disputar el podio global.
Este dinamismo se ve también en el terreno digital, la región cuenta con más de 400 Agtech. Agrofy, la plataforma argentina de AgTech, se ha consolidado como un Marketplace líder en la región. A través de Clemen Salvattuto, su asistente IA por WhatsApp, ayuda a miles de productores a tomar mejores decisiones entre los más de 60.000 insumos disponibles. En Brasil, Life Agro optimiza la producción y exportación con análisis de datos, mientras en Chile, NotCo revoluciona la industria láctea con inteligencia artificial y vegetales, sumado a las inversiones de Jeff Bezos. Incluso la carne cultivada, que la empresa israelí Aleph Farms comenzó a producir en Brasil de la mano del convenio con el gigante BRF, ya tiene proyección comercial en el cono sur.
Sin embargo, esta promesa de innovación no puede ocultar la profunda desigualdad en la apropiación de los beneficios. En 2021, solo el 0,5% de los USD 51000 millones de inversiones globales en agri-food tech llegó a América Latina.
El caso GridX: ciencia pública, capital privado
Uno de los ejemplos más relevantes para la región es el de Gridx, el principal fondo de inversión (company builder) de biotecnología en América Latina. Con 81 startups en su portfolio, 50 de ellas argentinas, este fondo ha logrado atraer inversiones de Marcos Galperín (dueño de Mercado Libre), Hugo Sigman (Grupo Insud) y Miguel Galuccio (ex director de YPF). El modelo es considerado un acelerador de startup y ya se encuentra presente en 7 países de América Latina: Argentina, Brasil, México, Uruguay, Chile, Colombia y Costa Rica.
En palabras de Matías Peire, su director ejecutivo, “Todo esto surge de los sistemas científicos de la región, que inicialmente fueron financiados en su gran mayoría por fondos públicos en universidades y en institutos de investigación. Desde esa base se construye la oportunidad del talento. Eso después genera la iniciativa de estos científicos de querer crear sus compañías. Cuando salen del sistema científico hay un montón de oportunidades para hacer más fluido ese proceso de cómo se revinculan con esas instituciones, cómo obtienen licencias de las tecnologías, cómo comparten o licencia propiedad intelectual”.
Es aquí donde radica centralmente la discusión de los modelos productivos que necesitamos en la Región para impulsar un modelo Productivo, Sustentable, con una mayor integración regional, pero sobre todo soberano. El estado interviniendo inteligentemente a través de la conformación de Polos Tecnológicos Agroalimentarios, que generen las respuestas científicas y tecnológicas bien cerquita de quienes producen y trabajan, y de propiedad de los pueblos latinoamericanos, si no, como en este caso, la ciencia y la tecnología que se generan a partir de la inteligencia social, popular, comunitaria, es arrancada, expropiada, privatizada y globalizada por quienes ostentan las mayores riquezas.
Frente a este panorama, la región está en una encrucijada. ¿Continuará siendo una plataforma extractiva, donde se digitaliza la subordinación y se tecnifica la dependencia? ¿O logrará construir un modelo de desarrollo productivo, sustentable, inclusivo, latinoamericanista, sustentado en el conocimiento estratégico, el cuidado de la biósfera y la biodiversidad?
La pelea no es contra las máquinas, ni el avance tecnológico. Es contra un sistema que transforma la vida, la naturaleza y el trabajo en mercancías, que subordina el rol social de los alimentos a la renta. Es por un futuro donde la tecnología esté al servicio de la humanidad y no al revés. Donde producir alimentos sea un acto esencial y no una excusa para extraer rentas. Porque en un mundo en crisis, América Latina tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de mostrar que otra agricultura es posible.
*Fernando Rizza es Médico Veterinario. Columnista de NODAL, integrante del Centro de Estudios Agrarios (CEA) y Docente en la Universidad Nacional de Hurlingham, Argentina. Bruno Ceschin es Licenciado en Ciencia Política y Administración Pública. Maestrando en Desarrolo Territorial en América Latina y el Carible. Integrante del Centro de Estudios Agrarios (CEA).