Ciencia pública, apropiación privada: la encrucijada del conocimiento en la nueva fase capitalista
Por Lina Merino* y Hernán Sánchez**
La historia de la innovación tecnológica contemporánea está marcada por una paradoja brutal: los Estados financian con dinero público la investigación científica y el desarrollo tecnológico (I+D), pero sus resultados y las ganancias derivadas terminan concentradas en manos de un puñado de corporaciones privadas. Desde las computadoras (ordenadores), la internet y el sistema GPS, hasta las vacunas de ARN mensajero y la Inteligencia Artificial generativa, los bienes comunes de un conocimiento producido universalmente por la humanidad es apropiado y mercantilizado por una élite cada vez más pequeña, consolidando un modelo de acumulación que perpetúa desigualdades y vulnera la soberanía de los pueblos.
Se nos aparece, entonces, una pregunta inevitable: si la ciencia y la tecnología son fruto de un esfuerzo colectivo y se financian con recursos públicos, ¿por qué sus beneficios terminan en manos privadas?
El mecanismo de transferencia: de lo público a lo privado
La transferencia del conocimiento generado con fondos públicos hacia empresas privadas no es un hecho aislado ni accidental: constituye un rasgo estructural del capitalismo en su fase actual. Los Estados financian investigación básica y aplicada a través de universidades, agencias estatales —como la NASA, DARPA, los NIH o el programa Horizon Europe— y laboratorios públicos. Sin embargo, cuando los resultados alcanzan un cierto nivel de madurez tecnológica, se produce su privatización mediante patentes, concesiones o la creación de spin-offs universitarios.
Esta lógica no se limita a un sector en particular: atraviesa tanto la industria aeroespacial como la biotecnológica y la inteligencia artificial. En Estados Unidos, la Bayh-Dole Act de 1980 permite que las universidades licencien a empresas privadas los descubrimientos realizados con fondos federales. Se trata de una tendencia en expansión. Según la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (WIPO), en 2023 se presentaron 3,55 millones de solicitudes de patentes en todo el mundo, un aumento del 2,7 % respecto al año anterior.
La NASA y el Pentágono, por ejemplo, han transferido tecnologías estratégicas a SpaceX, la empresa de servicios espaciales de Elon Musk —la persona más rica del mundo—, que recibió cerca de 20.000 millones de dólares en contratos públicos en apenas 15 años, especialmente durante la administración Biden. Tesla, otra compañía emblemática del magnate, se sostuvo gracias a un préstamo estatal de 465 millones de dólares, créditos fiscales de 7.500 dólares por vehículo eléctrico, y más de 11.000 millones en ingresos por la venta de créditos de carbono.
Origen de los contratos transferidos a SpaceX por 22.000 millones de dólares. Fuente: OECyT-NODAL en base a José Luis Marín (2025)
La biotecnología sigue un patrón similar. Pfizer y Moderna se apropiaron de investigaciones fundamentales sobre vacunas de ARNm financiadas por los Institutos Nacionales de Salud (NIH), obteniendo luego ganancias extraordinarias: solo en 2021 superaron los 50.000 millones de dólares por ventas durante la pandemia.
También en el campo de la inteligencia artificial vemos reproducirse esta lógica. OpenAI nació como una organización sin fines de lucro, sostenida por fondos públicos y donaciones filantrópicas. Sin embargo, con la entrada de Microsoft como inversor mayoritario, su producto estrella —ChatGPT— fue integrado a la nube de Azure y restringido mediante licencias privadas. El acceso para universidades y desarrolladores del Sur global es hoy limitado, profundizando las asimetrías tecnológicas a escala global.
El mapa global de la inversión en I+D
Según el Global Innovation Index 2024 y la OCDE, los países que más invierten en I+D como proporción del PBI son Israel (~6%), Corea del Sur (~5%) y Suiza (~3,4%). En términos absolutos, las potencias del G2 lideran las inversiones: Estados Unidos encabeza la lista con más de 800.000 millones de dólares anuales, seguido por China (≈667.000 millones) y Japón (≈177.000 millones). Aunque China aún no alcanza los niveles de inversión proporcional de los líderes, su volumen total y crecimiento acelerado la consolidan como potencia científica emergente.
Fuente: OECyT-NODAL. Elaboración propia
Sin embargo, la desigualdad es evidente. Menos de diez países superan el 3% del PBI en I+D, mientras la mayoría de las economías de ingresos medios —como las de América Latina— invierten menos del 1%. En 2022, América Latina destinó apenas el 0,56% de su PBI a I+D. Brasil es el único país de la región que supera el 1%, mientras que México y Argentina concentran junto a Brasil el 83% de la inversión regional.
Estos datos ponen en evidencia la gran falacia de la retórica neoliberal, que atribuye el desarrollo de las tecnologías contemporáneas a la libre competencia del mercado y al supuesto genio individual de emprendedores visionarios. Muy por el contrario, el avance tecnológico actual ha sido posible gracias a la masiva inversión de fondos públicos y al trabajo sostenido de millones de trabajadores científicos organizados en sistemas nacionales de ciencia y tecnología. Los países que hoy lideran la innovación lo hacen no por dejar actuar al mercado, sino por haber sostenido políticas activas de inversión en investigación y desarrollo, que en algunos casos superan el 5 o 6% del PBI. Estos niveles de inversión pública desmienten la narrativa del mérito individual y dejan al desnudo el carácter colectivo y estatal de la producción de conocimiento, en contraste con los bajos niveles de inversión en países de ingresos medios como los latinoamericanos, que siguen relegados en la carrera tecnológica global.
Esta dinámica de expropiación es constitutiva del desarrollo histórico del capitalismo. La llamada acumulación originaria, tal como la describe Marx en los Gründrisse y en El Capital, no fue un momento fundacional excepcional, sino el modo violento mediante el cual el capital se impuso: expulsando a los campesinos de la tierra, cercando los bienes comunales y separando a los productores de sus medios de subsistencia. De esta manera, el capital se apropia de saberes colectivos, los reordena y los privatiza para ponerlos al servicio de la valorización a partir del desarrollo de las fuerzas productivas. Esta lógica expropiadora persiste y se reinventa constantemente. Autores como David Harvey, con su noción de acumulación por desposesión, han mostrado cómo estas formas de despojo se actualizan bajo nuevos formatos, revelando que la violencia fundacional de la acumulación originaria no es una anomalía histórica, sino el núcleo mismo del funcionamiento del capital.
Hoy, el conocimiento producido y financiado socialmente es convertido en propiedad privada a través de patentes, licencias restrictivas y secretos industriales. Ese proceso del capitalismo contemporáneo involucra, necesariamente, la exfoliación irracional de los recursos naturales (“extractivismo”) y la superexplotación de las clases trabajadoras del llamado sur global.
Un ejemplo paradigmático de esta dinámica es el de Internet y el GPS: ambas tecnologías fueron desarrolladas con fondos de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA, por sus siglas en inglés), un organismo del Departamento de Defensa de Estados Unidos creado para promover innovaciones estratégicas mediante financiamiento público. Hoy, estas tecnologías se encuentran privatizadas y monopolizadas por corporaciones tecnológicas que cobran por los servicios derivados e imponen sus propias reglas de uso, reproduciendo además una lógica de dominación imperialista a escala mundial.
La concentración de poder económico en Apple, Microsoft o Alphabet —cuyas valuaciones bursátiles superan el PBI de la mayoría de los países— se traduce, también, en poder político y geopolítico. Estas corporaciones imponen estándares, presionan gobiernos y condicionan la autonomía de los Estados, constituyéndose en lo que Lucas Aguilera ha denominado como el segmento dominante de ésta Nueva Fase en el modo de producción capitalista: La Nueva Aristocracia Financiera y Tecnológica.
En este contexto, Geoffrey Hinton, pionero en IA, Premio Nobel de Física en 2024 y ex investigador de Google, ha advertido que para evitar que la riqueza generada por las nuevas tecnologías quede concentrada, es indispensable socializar el conocimiento y los beneficios derivados de la I+D. Hinton propone mecanismos globales para redistribuir las rentas tecnológicas y fomentar un acceso equitativo a las innovaciones, evitando que los monopolios corporativos sigan capturando los frutos del esfuerzo colectivo.
Alternativas: ciencia pública y cooperación Sur-Sur
¿Es este el único modelo posible? La apropiación privada del conocimiento y las tecnologías financiadas socialmente no es una fatalidad ni una consecuencia inevitable del progreso científico. Es, en realidad, el resultado de una arquitectura política y económica diseñada para concentrar en pocas manos los frutos del esfuerzo universal de la humanidad por ampliar las fronteras del conocimiento.
Frente a este paradigma hegemónico, existen alternativas que demuestran que es posible organizar la producción y distribución del conocimiento desde principios de equidad, cooperación y soberanía. Un caso ejemplar es el de Cuba con la vacuna Abdala: desarrollada íntegramente por el Estado cubano, esta vacuna no solo respondió a las necesidades de su población en medio del bloqueo económico más prolongado de la historia contemporánea, sino que también fue transferida a terceros países como Vietnam, México y Venezuela, sin mediar procesos de apropiación corporativa ni búsqueda de lucro. Esta experiencia concreta muestra que un modelo basado en la ciencia pública y en la cooperación internacional solidaria puede sostener un enfoque emancipador, en el que el conocimiento se considera un bien común orientado al bienestar de los pueblos, no una mercancía sometida a las leyes del mercado.
En IA, Latam‑GPT (Chile, Brasil y otros 12 países) es una iniciativa open-source concebida como alternativa regional frente a plataformas dominadas por EE.UU. Aquí no hay apropiación privada: el conocimiento y los datos son patrimonio colectivo.
Otras alternativas incluyen licencias abiertas y ciencia pública (Plan S en la UE), consorcios de IA de código abierto en China (WuDao) y redes de cooperación Sur-Sur en biotecnología y datos.
En pleno auge de la revolución tecnológica del siglo XXI, la tarea fundamental es democratizar la ciencia para democratizar el futuro. La disputa por el conocimiento no es solo técnica ni meramente económica: es, ante todo, una disputa política y civilizatoria. Sin soberanía tecnológica no hay independencia económica, y sin ambas no es posible pensar en una justicia social real y duradera.
Si la ciencia y la tecnología son el resultado del trabajo colectivo de millones, no pueden estar al servicio de la acumulación sin límites, sino orientadas a mejorar la vida. Por eso, democratizar el conocimiento no es un lujo ni una consigna abstracta: es una condición imprescindible para construir un futuro más justo, equitativo y habitable para todos.
Analistas de NODAL *Lina Merino es licenciada en Biotecnología y Biología Molecular, doctora en Ciencias Biológicas (UNLP), diplomada en género y gestión institucional (UNDEF), Profesora (UNAHUR), investigadora del Observatorio de Energía, Ciencia y Tecnología (OECyT) asociado a la plataforma Pueblo y Ciencia y al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
**Hernán Sánchez es licenciado en Biología Molecular, Becario Doctoral CONICET y Docente de la Universidad Nacional de San Luis