El acuerdo UE–MERCOSUR: un tratado de libre comercio al estilo del siglo XIX – Por Fernando Rizza y Bruno Ceschin

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El acuerdo UE–MERCOSUR: un tratado de libre comercio al estilo del siglo XIX

Por Fernando Rizza y Bruno Ceschin*

El 28 de junio de 2019 se anunció con entusiasmo político y diplomático el Acuerdo de Asociación Estratégica entre el MERCOSUR y la Unión Europea. Un pacto histórico que, tras más de dos décadas de negociaciones, fue finalmente consensuado en su versión final en diciembre de 2024. Concebido como una alianza comercial, política y de cooperación que abarca a más de 700 millones de personas y un cuarto del PIB mundial, el tratado promete eliminar progresivamente más del 90 % de los aranceles bilaterales, abrir mercados y establecer marcos normativos conjuntos. Pero mientras los presidentes y ministros celebran, los productores rurales europeos se perjudican y llenan las calles de tractorazos, estiércol en instituciones públicas y cortes de rutas a modo de protesta contra lo que argumentan como “competencia desleal».

Desde Bruselas hasta Berlín, pasando por Varsovia, Madrid y París, los tractores salieron a las rutas. Los agricultores, que han protagonizado protestas masivas desde finales de 2023, acusan al acuerdo de ser una amenaza directa a su supervivencia económica, su soberanía alimentaria y el modelo agrario europeo. Y lo hacen planteando su realidad productiva, estándares ambientales y, sobre todo, reclamos de reciprocidad normativa.

El “5×STOP”: la consigna que une el malestar agrario en Europa

Durante fines de 2023, todo 2024 y lo que va de 2025, las movilizaciones no han hecho más que escalar. El epicentro fue Francia, donde el 18 y 19 de noviembre de 2024 se organizaron más de 80 protestas, muchas con fuerte contenido simbólico: cruces de madera, estiércol frente a edificios públicos, cepas de viñas quemadas, horcas como señal de advertencia. En Polonia, el inicio de la presidencia del país en la UE fue acompañado por marchas que portaban una figura de la Muerte para denunciar la «agonía» de su sector agrario. En España y la República Checa, miles de productores denunciaron el ingreso de productos “baratos, hormonados y sin controles”.
Las pancartas coinciden en un mensaje de fondo: el acuerdo MERCOSUR es solo una pieza más de un modelo europeo que asfixia al agro. El ya célebre “5×STOP” sintetiza ese hartazgo: basta de acuerdos sin reciprocidad, del Pacto Verde sin compensaciones, de importaciones desde Ucrania y Mercosur sin control, de políticas ambientales sin recursos, de la indiferencia, recorte y abandono frente a un sector esencial.

Ratificación en tensión: entre el pragmatismo económico y la resistencia campesina

Mientras líderes como Lula da Silva o Pedro Sánchez destacan el potencial geopolítico del acuerdo —al punto de calificarlo como la creación del mayor bloque de libre comercio del planeta—, en Francia el presidente Emmanuel Macron pidió abiertamente “enriquecerlo” para proteger a los sectores vulnerables. Incluso dentro del Parlamento Europeo crecen las resistencias: eurodiputados como Manon Aubry de la izquierda francesa alertan sobre la “locura sanitaria” y el ingreso de pesticidas prohibidos en Europa.
Organizaciones como la Copa-Cogeca, que representan a los agricultores y las cooperativas agrícolas europeas, sostienen que el acuerdo «pasará a la historia como un momento oscuro» si no se introducen cláusulas espejo, sistemas de monitoreo ambiental y mecanismos reales de defensa comercial.

Un acuerdo asimétrico: dudas y costos también para el MERCOSUR

Aunque se ha presentado como una gran oportunidad para los países de América del Sur, los beneficios concretos del acuerdo para el MERCOSUR son mucho más limitados de lo que se suele afirmar. La apertura europea a productos agropecuarios es parcial, acotada y sujeta a cuotas estrictas, salvaguardias y exigencias sanitarias complejas. En muchos casos, se mantienen restricciones a los volúmenes de exportación de carne, azúcar, etanol y otros bienes sensibles.
Al mismo tiempo, se habilita el ingreso masivo y preferencial de productos industriales y tecnológicos europeos en condiciones de competencia desigual. Esto representa una amenaza directa para las economías industriales locales del MERCOSUR, en particular para sectores manufactureros de valor agregado que no cuentan con la escala ni los niveles de subsidio de sus contrapartes europeas. Lejos de ser una oportunidad para el desarrollo productivo local, el acuerdo podría profundizar la reprimarización económica y el desmantelamiento de capacidades industriales nacionales en los países latinoamericanos. Es la vuelta a la vieja división internacional del trabajo, donde América Latina era productora de materias primas. Sin embargo, ahora se insertaría en las cadenas globales de valor de esta nueva fase del sistema capitalista, de la revolución tecnológica 4.0, subordinada a la producción de commodities

Aun así, los sectores más concentrados del agronegocio celebraron el cierre del acuerdo, impulsados por una visión agroexportadora que no contempla los impactos estructurales que puede tener sobre el resto del entramado productivo y territorial.

¿Una “integración” al servicio de quiénes?

Detrás del impulso político y diplomático por ratificar el acuerdo UE–MERCOSUR subyace una dirección clara: avanzar en una integración pensada desde y para los sectores más concentrados del agronegocio y la agroexportación. Tanto en Brasil como en Argentina, las voces más entusiastas con el tratado provienen de las grandes cámaras empresarias, asociaciones exportadoras y representantes del modelo extractivista agroindustrial. La apertura comercial se presenta, así como una oportunidad para competir en mercados globales, pero deja afuera a quienes no participan de esa lógica concentrada y orientada al mercado externo.

Este modelo representa una amenaza directa no sólo a la soberanía alimentaria de los pueblos del MERCOSUR, sino también al desarrollo de capacidades industriales y tecnológicas propias. Mientras se amplía el ingreso de manufacturas europeas, se restringe el margen de maniobra para diseñar políticas de desarrollo local y fortalecer sectores estratégicos.

Es urgente repensar el modelo desde otro paradigma: un desarrollo agro-bio-humano que ponga en el centro al hombre y la mujer campesino/a, productor/a de la agricultura familiar, a las cooperativas y a las pymes. Este enfoque exige un Estado presente que no sólo regule los impactos del libre comercio, sino que también financie y otorgue tecnología a los actores más postergados del campo, priorizando el arraigo, la diversidad productiva y la justicia social.

Porque la verdadera integración —la que construye soberanía, equidad y desarrollo— no puede estar en manos exclusivas del agronegocio ni de los lobbies industriales. Debe ser impulsada desde y para los territorios, con un modelo inclusivo, humano y sustentable en el tiempo.

*Fernando Rizza es Médico Veterinario. Columnista de NODAL, integrante del Centro de Estudios Agrarios (CEA) y Docente en la Universidad Nacional de Hurlingham, Argentina.

Bruno Ceschin es Licenciado en Ciencia Política y Administración Pública. Maestrando en Desarrolo Territorial en América Latina y el Carible. Integrante del Centro de Estudios Agrarios (CEA).

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