El espejo europeo: la Cumbre UE–China y las lecciones para América Latina – Por Matías Caciabue

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El espejo europeo: la Cumbre UE–China y las lecciones para América Latina

Por Matias Caciabue *

La reciente Cumbre entre la Unión Europea (UE) y China, realizada en Beijing el pasado 24 de julio, dejó al descubierto mucho más que simples desacuerdos comerciales. Puso en evidencia, con claridad, la fragilidad del proyecto europeo de afirmarse como un actor autónomo en la disputa global entre Estados Unidos y China, una confrontación que hemos caracterizado como el Enfrentamiento del G2: una lucha estratégica y multidimensional que alinea, en uno y otro bando, actores tecnológicos, económicos, políticos y militares por “ganar el siglo XXI”, como anticipó Joe Biden en un emblemático discurso ante el Congreso estadounidense en el año 2020.

Aunque Bruselas insiste en la retórica de una “tercera vía”, los indicadores económicos, los gestos diplomáticos y los compromisos estratégicos reflejan una creciente subordinación a la agenda de Washington.

En el marco del 50º aniversario del vínculo diplomático entre la Unión Europea y China, el presidente Xi Jinping recibió a los líderes europeos con una diplomacia medida. Sin despliegues ceremoniales, sin limusinas ni gestos protocolarios grandilocuentes, el mensaje fue inequívoco: para Pekín, Europa es un socio económico relevante, pero no estratégico. Para la UE, en cambio, China representa simultáneamente un proveedor esencial, un competidor formidable y un actor con el que no puede confrontar sin la mediación -o la sombra- de Estados Unidos. Esa ambigüedad atraviesa, de forma persistente, cada aspecto de la relación bilateral.

Los números no mienten. El intercambio comercial entre China y la UE superó en 2024 los 785.000 millones de dólares. Sin embargo, el déficit europeo ronda los 360.000 millones, con un crecimiento sostenido de las importaciones chinas y un estancamiento de las exportaciones europeas. Esta asimetría se volvió intolerable para Bruselas, que ahora busca frenar las compras chinas con nuevos aranceles, especialmente en el sector de los autos eléctricos, acusando a Beijing de competencia desleal.

La respuesta china fue quirúrgica: investigaciones sobre productos agrícolas europeos, restricciones al brandy francés y advertencias sobre represalias en sectores estratégicos. La guerra comercial escala en medio del estancamiento económico europeo, con una industria que depende cada vez más de insumos y componentes chinos.

En paralelo, la inversión extranjera directa también refleja esa tensión. Mientras las empresas europeas invirtieron más de 10.000 millones de euros en China durante el último año, las inversiones chinas en Europa se mantuvieron en niveles similares, pero con un creciente enfoque en sectores sensibles como la tecnología y el transporte (principalmente automotriz). La lógica es clara: mantener el acceso al mercado europeo, incluso en tiempos de fricción.

Minerales críticos, energía y dependencia estructural

Es en el terreno de los recursos estratégicos donde la asimetría entre Europa y China alcanza su expresión más cruda. Pekín controla más del 85 % del refinado mundial de tierras raras, insumos esenciales para la fabricación de baterías, dispositivos electrónicos, sistemas de armamento avanzado y la tan mentada transición energética. A ello se suma su liderazgo en la producción de litio, cobalto y otros minerales críticos para la industria contemporánea. La Unión Europea, por el contrario, exhibe una dependencia casi absoluta: importa de China el 97 % del magnesio que consume y el 100 % de las tierras raras utilizadas en sus cadenas de valor industrial.

En un intento por revertir esta situación, Bruselas lanzó su “Ley de Materias Primas Críticas”, orientada a diversificar proveedores y fomentar la extracción dentro del propio territorio europeo. Pero los avances son lentos, dispersos y condicionados por la falta de reservas suficientes y por resistencias sociales y ambientales. Mientras tanto, China avanza en la instrumentalización geopolítica de sus ventajas: ha impuesto restricciones a la exportación de imanes de tierras raras, afectando directamente a sectores clave de la industria europea, como la automotriz, la aeroespacial y la electrónica de precisión.

La “diplomacia de los recursos” se convierte así en una herramienta de poder económico y estratégico de primer orden para el gobierno chino, que combina planificación estatal, dominio tecnológico y control sobre las cadenas de suministro global. Frente a esta realidad, la UE intenta proyectarse como un supuesto “tercer polo” mediante una estrategia de de-risking, un eufemismo que apunta a reducir dependencias sin llegar a una ruptura abierta con China. Pero los límites de esa política son evidentes: en defensa, es la OTAN —es decir, Estados Unidos— quien define el rumbo estratégico; en tecnología, Europa carece de soberanía efectiva en campos neurálgicos como los semiconductores, la inteligencia artificial o las plataformas digitales, todas ellas controladas por corporaciones estadounidenses o asiáticas.

En materia comercial, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, anunció el pasado domingo desde Escocia un acuerdo comercial “histórico” con la Unión Europea (UE), que incluye un arancel general del 15% para productos europeos que ingresen al país norteamericano. Trump dijo también que el acuerdo contempla compras significativas por parte de Europa de energía y equipamiento militar estadounidense, así como inversiones por cientos de miles de millones de dólares en la economía de EEUU: “están aceptando abrir sus países al comercio con arancel cero… La UE comprará una gran cantidad de equipamiento militar estadounidense”, destacando lo que describió como un “nuevo equilibrio comercial justo y seguro para ambas partes”.

Por su parte, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, confirmó los términos generales del acuerdo, subrayando que la tasa del 15% se aplicará “de manera uniforme en todos los sectores” y que su implementación permitirá “reequilibrar una relación comercial históricamente asimétrica”.

Por si fuera poco, las divisiones internas entre los países miembros de la UE, la falta de fondos suficientes y la presión del lobby empresarial limitan cualquier intento de autonomía real. Alemania y Francia presionan por mantener los lazos comerciales con China, mientras Polonia o los países bálticos priorizan su alineamiento atlántico. La unidad estratégica de la UE es más una aspiración que una realidad.

Como si todo esto fuera poco, el reciente acuerdo comercial entre China y EE.UU. para reactivar exportaciones de tierras raras y flexibilizar controles tecnológicos dejó a Europa al margen. Mientras Washington negocia directamente con Beijing, Bruselas observa desde afuera y se compromete, a cambio, a comprar combustible, chips y gas licuado estadounidenses por más de 750.000 millones de dólares en los próximos tres años, una medida perjudicial en términos económicos.

América Latina, entre oportunidad y subordinación

En el tablero de la disputa global, América Latina reaparece como proveedor estratégico de minerales críticos, una vez más valorizada no por sus proyectos históricos de desarrollo, sino por sus riquezas naturales. Brasil concentra las segundas mayores reservas mundiales de tierras raras, mientras que Argentina se ha convertido en uno de los principales exportadores de litio, con destino privilegiado hacia China. Sin embargo, la ausencia de capacidades de refinado y la debilidad de una política industrial regional dejan a la región atrapada en una lógica persistente de extractivismo primario, marcada por la acumulación por desposesión y la sobreexplotación de su fuerza de trabajo.

La nueva carrera por los recursos estratégicos convierte al llamado Sur Global en un escenario de competencia feroz entre potencias. La Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), liderada por China, y la Minerals Security Partnership, impulsada por Estados Unidos y sus socios del G7, constituyen dos mecanismos paralelos de captación de contratos, influencia geopolítica y aseguramiento de cadenas de suministro.

En este contexto, sin una estrategia soberana de industrialización, integración regional y transformación productiva, América Latina se arriesga a reeditar -bajo formas renovadas- el viejo modelo de enclave exportador: extraer, embarcar y aguardar el ingreso de divisas, sin generación de valor agregado ni desarrollo endógeno. Este patrón no solo perpetúa la dependencia estructural, sino que consolida una clase trabajadora precarizada, y un amplio cinturón de lo que Marx definió como “población sobrante”, disponible para justificar la sobreexplotación y la indignidad humana.

Palabras finales

La reciente Cumbre entre la Unión Europea y China dejó una certeza ineludible: Europa se encuentra cada vez más encapsulada en la lógica del G2. Ya no se trata simplemente de optar entre Washington o Beijing, sino de reconocer que, sin una autonomía efectiva en materia de defensa, tecnología y control de recursos estratégicos, su margen de decisión real se desvanece. Mientras Estados Unidos sella acuerdos bilaterales bajo su hegemonía militar y normativa, y China consolida su poder negociador mediante el control de insumos críticos, la Unión Europea oscila entre el malestar comercial y la obediencia geopolítica, atrapada entre sus aspiraciones de tercera vía y las imposiciones del tablero mundial.

Para América Latina, este escenario no admite pasividad. La creciente demanda internacional de minerales críticos puede representar una ventana de oportunidad, pero solo si se articula con una estrategia de soberanía tecnológica, integración regional e inversión decidida en ciencia, infraestructura y capacidades estatales. En un mundo estructurado por dos polos tecnológicos-digitales en confrontación, permanecer inmóvil no es neutralidad: es subordinación. La alternativa está en construir proyectos propios, disputar sentidos y diseñar un horizonte posdependiente con vocación de futuro.

*Matías Caciabue es Licenciado en Ciencia Política y ex Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional UNDEF en Argentina. Es investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE) y NODAL.


 

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