Israel bombardea Siria y profundiza la fragmentación sectaria -Matías Caciabue

Compartir:

Israel bombardea Siria y profundiza la fragmentación sectaria

                                                                                                          Matías Caciabue

 

El nuevo gobierno sirio prometía estabilidad tras la caída de Bashar al-Assad. Sin embargo, en menos de un año, las minorías religiosas enfrentan violencia, desplazamiento y bombardeos internacionales. La reciente intervención de Israel en Sweida, bajo el pretexto de proteger a la comunidad drusa, reaviva tensiones históricas y plantea interrogantes sobre el futuro político y territorial de Siria.

El conflicto comenzó el 13 de julio con el secuestro de un comerciante druso en una autopista rumbo a Damasco, presuntamente por una tribu beduina. Lo que pudo resolverse como un enfrentamiento local escaló en días a un conflicto con cientos de muertos, la participación de milicias, fuerzas estatales y bombardeos israelíes sobre posiciones del gobierno interino sirio. La región de Sweida —mayoritariamente drusa— se convirtió en el epicentro de una disputa sectaria que evidencia el colapso del nuevo orden post-Asad.

 

El ejército israelí atacó directamente edificios militares sirios en Damasco y Sweida, incluidos el Ministerio de Defensa y el Estado Mayor. El gobierno de Israel justificó la ofensiva como una acción preventiva para frenar supuestos planes del régimen de usar armas contra los drusos. Sin embargo, estos ataques externos también fueron condenados por las Naciones Unidas, que advirtieron sobre una intervención que “amenaza la estabilidad territorial” del país.

Desde la caída de Assad en diciembre de 2024, tras la avanzada de facciones yihadistas, Siria atraviesa una fase crítica. El nuevo gobierno, liderado por Ahmed al-Sharaa —exdirigente del grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham— prometió incluir a las minorías, pero otorgó apenas un ministerio a representantes drusos. La violencia contra estos sectores aumentó. Solo en marzo, más de mil setecientos alauitas fueron asesinados. En julio, los choques entre drusos y beduinos sumaron otro millar de muertos y provocaron el desplazamiento de más de ciento veintiocho mil personas. Sweida quedó convertida en una ciudad sin servicios básicos, con hospitales colapsados y calles cubiertas de cadáveres.

Israel no fue el único actor externo. Estados Unidos, Turquía y Jordania intervinieron diplomáticamente para imponer un alto el fuego. Lo lograron, aunque de manera inestable: mientras los combates continúan en zonas rurales, las partes acordaron restringir la presencia militar siria en Sweida durante 48 horas. La tregua es frágil. Las milicias drusas, históricamente autónomas, rechazan el control del nuevo gobierno.

Las cifras son elocuentes. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, entre el 13 y el 20 de julio murieron al menos novecientas cuarenta personas: trescientos noventa y un drusos, doscientos ochenta y siete soldados sirios, veintiún beduinos y tres civiles alcanzados por bombardeos israelíes. La ONU y organizaciones humanitarias denunciaron ejecuciones sumarias, asesinatos de mujeres y niños, y ataques a hospitales. Los desplazamientos masivos afectaron a 128.000 personas y comunidades enteras en menos de una semana. Según Naciones Unidas, hasta la fecha, hay un total de 128.571 desplazados desde el inicio de las hostilidades.

El presidente interino Sharaa prometió proteger a los drusos y hacer rendir cuentas a los responsables. Sin embargo, en su discurso también culpó a “grupos fuera de la ley” y pareció justificar la ofensiva del ejército contra zonas drusas. La retórica oficial se contradice con los testimonios locales y los informes internacionales. La comunidad internacional sigue dividida: mientras Estados Unidos y la Unión Europea levantaron recientemente sanciones económicas para apoyar la reconstrucción, el Consejo de Seguridad de la ONU debate sin consenso sobre cómo garantizar derechos y evitar nuevas masacres.

Este nuevo capítulo de violencia en Siria confirma una constante regional: las grandes potencias y sus aliados no protegen pueblos, sino intereses. La supuesta defensa israelí de los drusos encubre una agenda sionista que busca debilitar todo intento de reconstrucción soberana en Medio Oriente. Estados Unidos, por su parte, alterna sanciones con treguas según su conveniencia estratégica, mientras promueve una narrativa de reconciliación que encubre su rol histórico en la descomposición del tejido sirio. Lejos de pacificar, estas intervenciones perpetúan el caos y convierten a las minorías en escudos humanos de un conflicto mayor que ya no distingue fronteras.

Mientras tanto, Sweida arde. Y con ella, las promesas de estabilidad tras la caída de al Asad.

*Matías Caciabue es Licenciado en Ciencia Política y ex Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional UNDEF en Argentina. Es investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE) y NODAL.

Más notas sobre el tema