Ley de amnistía en Perú: reconociendo la incapacidad – Por Pablo Najarro

Compartir:

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Pablo Najarro *

La semana pasada, el congreso – de mayoría fujimorista – aprobó una ley para amnistiar a policías y militares, oficiales, sobre todo, enjuiciados por delitos de lesa humanidad, en la lucha contra la subversión, durante los gobiernos de Belaúnde, García y Fujimori.

Lo que revela esta ley es, la incapacidad que tuvo el estado peruano, para sofocar dicho alzamiento. A la fecha, muchos oficiales superiores y de menor jerarquía, siguen peleando o purgando prisión – Urresti. Hermoza – por haber ejecutado acciones criminales, por orden del gobernante de turno contra civiles en Ayacucho.

En un principio, se envió al General EP Clemente Noel Moral. Este, aplicó como estrategia la guerra sucia. Hubo repudio a sus acciones y fue cambiado. Después, Belaúnde envió a sofocar el alzamiento al Gral. EP Adrián Huamán Centeno. Este, “afirmó que la solución al problema del terrorismo en Ayacucho depende de una solución política más no de una militar, además, dijo que los limeños veían las cosas de una manera diferente, ya que no conocen al pueblo de Ayacucho, asimismo, añadió que los campesinos de Ayacucho estaban desatendidos, a pesar de la ayuda”1 Su opinión no fue creída y no se ejecutó. Primó quizá el hecho de que fuera serrano.

Durante el gobierno de Fujimori, también se siguió la lucha contra los subversivos, pero las FF.AA. no tenían capacidad de inteligencia y de combate, aun cuando el ejército tenía una escuela para tal fin. La lucha la asumió el asesor principal de Fujimori, Montesinos. Increíblemente, un ex oficial del arma de intendencia, destituido por delito militar.

Su plan consistió en “combatir fuego contra fuego” – terror contra terror – a los subversivos. No los tenían identificados, así que, se aplicó contra ellos el “terror”. Es verdad que SL aplicaba el terror para lograr su objetivo, pero la respuesta del estado, demostró a las claras, su incapacidad para una lucha interna. Emplear a militares para detener esta lucha, devino en inconveniente a todas luces. Ellos – los militares – no tenía la capacidad para esta lucha. Ellos, tenían la capacidad para enfrentar a un enemigo foráneo.

Tengo amigos, algunos menores que yo, otros contemporáneos, que les ha quedado el trastorno de estrés postraumático (TEPT) de guerra. Muchos han tenido que cumplir órdenes, bajo la consigna de que “las órdenes se cumplen sin dudas ni murmuraciones y son responsabilidad del superior que las imparte”. A la hora de la hora, pasados los gobernantes, han tenido que afrontar, en muchos de los casos con su bolsillo, en otros con apoyo de sus instituciones, las batallas legales para no ir presos. Las condenas por “lesa humanidad” son graves. Si bien, no les ha afectado sus pensiones como militares, sus años de prisión y permanente acoso, les quita el sueño y la tranquilidad. A otros, como el caso de “camión” y otros.

Es cierto que SL aplicó tácticas de guerrilla, siguiendo el caso chino. Abimael no supo contextualizar su sublevación. Fue copia y calco de la lucha china. He ahí su fracaso. Considerar el estado peruano como estado feudal o semifeudal, no era una correcta lectura de la situación peruana.

Es verdad, que la injusticia que se vivía en el Perú, era lacerante. A ningún gobernante – lo decía Luis E. Valcárcel – le interesaba el Perú más allá de la cordillera. Las diferencias eran asimétricas. Por esos tiempos, la Iglesia católica sudamericana, en su reunión en México, Puebla, constataba la abismal diferencia de la distribución de la riqueza. Hacía notar que había “pobres cada vez más pobres a costa de ricos cada vez más ricos”.

La injusticia era evidente. Constatado por el que suscribe, la sierra era el botadero del Perú. Los gamonales tenían todavía su influencia y control de autoridades. Sobre esto, claro lo expone, Manuel Scorza en Redoble por Rancas (1970), mostrando el poder de los hacendados y empresas extranjeras en la sierra peruana. En Ayacucho pude constatar, habiendo pasado por el cuartel, como los gamonales se aprovechaban de los campesinos. Podían decir que algunas ovejas – muy buenas – eran suyas y que habían sido robadas por el campesino. Si este reclamaba, era denunciado por el gamonal o hacendado y metido peso. Además, para agregar la ignominia, debía pagar por salir.

En otros casos, policías, destacados de Lima por sus malos comportamientos en Lima o la costa, eran cambiados – sancionados – con un destino en la sierra o provincia alejada. Allí. Obviamente, no eran “reformados”. En casos que he constado, se ponían del lado del gamonal y lo ayudaban a el control territorial de su economía.

En otros casos, estos, violaban a jovencitas del lugar. Para evitar la denuncia – en esos tiempos no había descuento por hijos – los cambiaban otra vez a otro destino. En muchos casos consumían animales de los campesinos y no pagaban por ellos.

Por eso entiendo y explico, las primeras muertes de policías de manera cruel. Era una retaliación por lo vivido en muchos años.

La pobreza que vive la sierra, sobre todo Ayacucho, la explico, porque muchos jóvenes escaparon de esa tierra, para evitar su leva al ejército o su asimilación compulsiva a SL. Muchos, como algunos primos, vivieron la muerte de sus padres a manos de los miembros del ejército, sólo por haber dado alimentos – de manera forzosa – a elementos de Sendero Luminoso. Mis primos menores estaban su chocita, se enteraron después. Ayacucho vivió entre dos fuegos. De ahí la canción de los hermanos Gaitán Castro “Chasquidos”. “Chasquidos se oyen aquí con llanto, chasquidos se oyen allá con grito. Seguro la hora, llegó turno, a uno de mis hermanos la muerte”, “Dicen que rondan guerreros rudos, defensores de los pueblos dicen”. Escúchenla.

Se oían balas en Huamanga, estuve en 1987. Llegué hasta Quinuapata a ver a primos, escoltado por gente de SL. Se oían las balas y la gente decía “turno”, la pregunta era ¿A quién le habrá tocado – turno – esta noche?
Recuerdo aun primo, que escapando de Vilcashuamán, acogida en casa de la familia – mi casa – se levantaba por las noches asustado. Gritando. Éramos chicos y no entendíamos. Yo con formación militar, al comienzo tampoco. Después entendí.

Al final, después de muchas muertes, se fijaron en el ande. Entendieron que eran también peruanos, entendieron que había que mejorar su calidad de vida. El precio que pagó Ayacucho, fue y es una deuda impagable por el dolor que significó.

Lo que está haciendo este congreso – fujimorista, de paso al aprista – es limpiarse las manos de la sangre, por el error cometido contra los oficiales militares y los ayacuchanos. Mataron a ciegas. La mayoría inocentes, muy pocos de los alzados. Son casi treinta años que los miembros de las FF.AA. siguen su calvario, por cumplir las órdenes “sin dudas ni murmuraciones”.

Ya antes, el fujimorismo y el aprismo, quisieron que el “Lugar de la Memoria” LUMI, fuera eliminado. Olvidado. El negacionismo en su máximo expresión. Olvidar. Negar. Invisibilizar. El recurso de quienes quieren detentar el poder en pleno siglo XXI.

Nadie me lo contó. Lo supe por mi familia en Ayacucho. Más duele, porque fui formado por el ejército para combatir al enemigo extranjero. Saber que mataban a peruanos inocentes, por matar enemigos invisibles, a mi familia, duele más.

*Teólogo y docente peruano

Otra Mirada


 

Más notas sobre el tema