Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Daniel Parodi Revoredo *
“En el Perú de hoy hay tres izquierdas, una trasnochada, una decantada por la agenda progresista-cultural, y una alineada con la opción socialdemócrata, con la izquierda democrática que busca el desarrollo económico y la justicia social”
<No es un drama que la izquierda no se una, las tres que he reseñado tienen, entre ellas, más diferencias que temas en común. No es un drama limitar tus alianzas a quienes realmente entienden el proyecto de país en el que estás pensando. Y es una absoluta falacia creer que por aliarte con voces que, como diría Phillipe Juttard, “nos vienen del pasado”, se incrementan tus posibilidades de llegar a Palacio de Gobierno>
Tras el “Nuevo Orden Mundial” impuesto por George Bush padre, que se erigió luego de la paradigmática caída del muro de Berlín en 1989, asistimos a una década democrática que hasta Jürgen Habermas celebró en su “Más Allá del Estado Nacional”. Para el filósofo alemán, los tiempos de la nación y del nacionalismo habían pasado y recuperábamos, por fin, los del ciudadano y sus derechos.
Al final, la proyección de Habermas no resultó ser más que una ilusión, el nuevo milenio vino para tirarse abajo lo poco que quedó en pie del viejo mundo de la Guerra Fría. Más sencillo, cuando cayó el muro de Berlín no solo se acabó el socialismo real, también se acabó la democracia.
He disertado más de una vez sobre los excesos del progresismo, que comenzaron en Norte América y del que surgieron las teorías decoloniales o poscoloniales -que básicamente dividen a los seres humanos en tribus y atentan en lo fundamental contra la universalidad de los derechos humanos- así como las posturas radicales feministas, que pasaron de la búsqueda de la igualdad a la del hegemonismo a través de praxis políticas tan punibles como la cancelación y el escrache. Es evidente que existen muchas mujeres víctimas del patriarcado, tanto como es evidente que existen cada vez más varones víctimas de un contraataque irracional que, según algunos, ha iniciado ya un irreversible retroceso, ¿será?
Luego está la otra cancelación, la del “pasado vergonzoso” y que felizmente encontró en el disclaimer la racionalidad que había perdido absolutamente. No se trata de vandalizar obras de arte que representan personajes que, a los ojos del presente, pudiesen resultar cuestionables, se trata de resignificar el pasado, de obtener una lección de él.
La derecha, la ultraderecha, también lo he dicho, reaccionó de manera análoga a tanta irracionalidad, al punto que he llegado a escuchar de algunos referentes conservadores retomar la teoría terraplanista que niega la redondez del planeta Tierra. Felizmente, el ridículo montaje solo se mantuvo algunos meses en pie. Pero hay más, Si el progresismo pisoteó derechos, el conservadurismo no quiso ser menos, hay que figurárselo, tras una larga tradición autoritaria. Es la guerra: contra el inmigrante, con muros que atraviesan los Estados Unidos de América, contra cualquiera que se ve diferente o habla diferente, o profesa una fe diferente, o tiene un origen diferente y mucho más si se trata de personas LGTBI+.
Es el nacionalismo europeísta encarnado de manera brillante en la cinta francesa “Je Suis Karl” (2021), que narra el drama de una joven cuya familia perece en un atentado terrorista islámico y que se ve atraída por un contemporáneo que milita en un movimiento nacionalista radical cuyas prácticas violentas son análogas y que finalmente se inmola para obtener adeptos. Mientras tanto, el fantasma de Hitler, dando vueltas por Europa, se instala en el parlamento alemán, pero también en el de la Unión Europea.
Puerto a tierra, en el Perú la izquierda no se pone de acuerdo para formar una alianza a pocas semanas del cierre del plazo para hacerlo y a mí me gusta relacionar los procesos peruanos con los procesos mundiales. En realidad, han tenido relación desde que Francisco Pizarro ejecutó a Atahualpa un aciago 26 de julio de 1533 en la plaza de Cajamarca. Las izquierdas y derechas de ayer son los progresistas y conservadores de hoy, los nuevos se parecen un poco a los antiguos, pero me da la impresión de que, en ambos casos, son rotundamente distintos.
Pero nuestra izquierda no se pone de acuerdo y me parece normal que no lo haga pues se encuentra dividida en tres sectores que tienen muy poco en común. Al primero le llamo “trasnochado” y admito la carga peyorativa que lleva mi definición: contiene atisbos del marxismo-leninismo clásico, al que se le suma una dosis del conservadurismo peruano y más del andino -y lo señalo con el mayor de los respetos- con lo cual adopta sin mayores problemas posturas ofensivamente misóginas y homófobas. A esto se le suma una visión clientelista tradicional de la política que no le hace ascos a la corrupción y el patrimonialismo sino todo lo contrario.
Luego tenemos a nuestra izquierda progresista, que agrupa a los sectores alineados con las agendas culturales que describimos al comienzo de esta nota. Cuando Verónica Mendoza postuló a la presidencia en 2016 ese pudo ser el discurso más moderno y reivindicador de la izquierda. ¿Pero lo será hoy? El mundo está cambiando muy rápido. Escuché recién a Carlos León Moya dirigirse a esa izquierda, de la que él mismo fue parte, y exclamar: ¡Donald Trump ha sido elegido nuevamente, viene corregido y aumentado, no podemos seguir con los mismos discursos! Yo mismo, en una pasada columna, señalé que Trump era el “engendro del progresismo”, con esto quise decir, que los excesos teóricos y de praxis política de dicho progresismo propiciaron la intensa contraofensiva conservadora a la que hoy estamos sometidos. Total, la democracia se murió. Conservadores y progresistas la asesinaron a golpes.
Recientemente se produjo en redes un contrapunto entre dos importantes representantes de nuestra izquierda. El primero, asociado a Nuevo Perú, intentó responsabilizar a Ahora Nación por la falta de unidad en la izquierda, el segundo, vocero de este novel partido, lo retrucó con una bastante sustentada reflexión sobre el actual proceso de alianzas en la izquierda, en virtud de lo que se requiere en las circunstancias presentes.
En simultáneo, el líder ahora nacionista Alfonso López Chau ha escrito recién sobre el flamante acuerdo China-Brasil para construir un ferrocarril hasta Chancay, denuncia que el Perú no haya sido consultado y reclama pensar nuestra política internacional apuntando hacia un liderazgo regional que nos permita emprender la vía del desarrollo. Me llaman la atención esta y otras declaraciones que le he escuchado a López Chau porque los líderes de la izquierda peruana no suelen hablar en estos términos. Los unos se pierden en sus devaneos congresales con sectores de la derecha y los otros siguen viendo al Perú como bandos en disputa y se manifiestan adversos a apuntar en dirección a un tema no menor en las actuales circunstancias: el electorado peruano.
No se trata de imperativos, pero sí de prioridades, y hoy la agenda del desarrollo es prioritaria porque traerá consigo la justicia social y la igualdad de oportunidades, promovidas desde el Estado, a través de sus servicios y políticas, o al menos esa es la lectura de la gran mayoría de los peruanos. Quienes entienden a la izquierda así han logrado comprender lo que pide a gritos la tercera década del siglo XXI.
Cierro. Siempre pensé que la alianza Ahora Nación – Nuevo Perú era “un puente demasiado lejos”, como en la célebre película épica de Richard Attenborough estrenada en 1977 y que contó con un reparto excepcional, desde Laurence Olivier hasta un juvenil Robert Redford. En el Perú de hoy hay tres izquierdas, una trasnochada, una decantada por la agenda progresista que no alcanza a articular un discurso más contemporáneo, y una más alineada con la opción socialdemócrata, con la izquierda democrática que busca el desarrollo y la justicia social, lo que implica también progresismo, pero no a la inversa.
No es un drama que la izquierda no se una, las tres que he reseñado tienen, entre ellas, más diferencias que temas en común. No es un drama limitar tus alianzas a quienes realmente entienden el proyecto de país en el que estás pensando. Y es una absoluta falacia creer que por aliarte con voces que, como diría Phillipe Juttard, “nos vienen del pasado”, se incrementan tus posibilidades de llegar a Palacio de Gobierno.
*Magister en Humandidades por la Universidad Carlos III de Madrid y licenciado en Historia por la Pontificia Universidad Católica del Perú