¿Qué Mercosur necesitamos? A propósito de la última cumbre y de un mundo que cambió
Por Paula Giménez y Matías Caciabue
El jueves 3 de julio se realizó la LXVI Cumbre de Presidentes del MERCOSUR, en la ciudad de Buenos Aires, República Argentina, catalogada como la más breve, de los últimos 30 años.
La reunión, que debía ser un espacio de proyección común, terminó como una postal del desencuentro. Lula da Silva, quien faltó al almuerzo protocolar para ir a visitar a Cristina Fernández de Kirchner, propuso, al asumir la presidencia pro tempore del bloque, una agenda con cinco ejes: fortalecimiento del comercio, transición energética, desarrollo tecnológico, lucha contra el crimen organizado y derechos ciudadanos. Pareciera el único que intentó colocar al Mercosur en el siglo XXI, luego de los paralizantes 6 meses en los que Argentina estuvo a cargo de la presidencia del bloque, con el manifiesto interés de extinguirlo.
Al entregar el mando, el presidente argentino, Javier Milei marcó la nota, calificando al organismo como una “cortina de hierro” y anunció que Argentina buscará nuevos rumbos, sola si es necesario.
Por su parte, Luis Arce insistió en la necesidad de construir una integración más inclusiva, con cadenas de valor regionales y atención a los sectores sociales más vulnerables. Santiago Peña, desde Paraguay, habló de “una integración inteligente” que conecte infraestructuras estratégicas como la Hidrovía y el Corredor Bioceánico. Todos, en mayor o menor medida, plantearon que el bloque necesita avanzar.
Es sabido que el MERCOSUR representa como conjunto un actor de importante peso económico a nivel mundial. El registro oficial más actualizado del organismo dice que en 2023 el comercio intrazona fue de US$ 47.411 millones, mientras que el total del bloque (incluyendo países extrazona) alcanzó los US$ 668.731 millones. Los principales destinos de exportación fueron China, que representó el 29% del total exportado por el bloque, seguida por la Unión Europea con un 14%, Estados Unidos con un 12%, Chile con un 4% y por último México con un 3%.
Sin embargo esta 66 Cumbre dejó al descubierto lo que ya no se puede seguir disimulando: el bloque está fracturado en su visión del mundo y atrapado en una estructura que envejeció sin reformarse. Mientras los presidentes intercambiaban discursos en la cumbre anterior en Asunción, el telón de fondo era otro, marcado por un escenario global atravesado por disputas tecnológicas, reorganización económica y nuevas formas de poder. ¿Qué lugar le corresponde a las economías del sur en esta coyuntura mundial?
Del regionalismo defensivo a un mundo gobernado por plataformas
La integración regional en América del Sur nació como una herramienta para aumentar el poder negociador, generar escala económica y reducir las asimetrías. En los años 90, el MERCOSUR logró una expansión significativa del comercio intrazona, pero nunca completó su transición a una unión aduanera plena. Las decisiones siguen dependiendo del consenso entre gobiernos, sin una institucionalidad supranacional que las haga vinculantes.
Según los planteos de Aguilera (2023), ha emergido una nueva aristocracia financiera y tecnológica (NAFT), dominada por corporaciones globales (GAFAM por un lado y BATX/Huawei por el otro), que opera más allá de los gobiernos y utiliza a los Estados como plataformas para consolidar su poder . Este nuevo orden trasciende la lógica tradicional del bloque comercial, en la que la soberanía se negociaba entre naciones, no contra mega-corporaciones.
Mientras Estados Unidos y los Emiratos acuerdan alianzas estratégicas por más de 200.000 millones de dólares para desarrollar hubs tecnológicos y puertos inteligentes buscando estar a la altura del escenario global, el MERCOSUR discute si puede o no flexibilizar su arancel externo común. En Sudamérica, solo Brasil y Chile cuentan con centros de datos de escala regional con capacidad para desarrollo de IA, y apenas Brasil ha avanzado con proyectos de inteligencia artificial con respaldo público y privado. El resto de los países la mira desde afuera.
En la apertura de la cumbre, se confirmó que concluyeron las negociaciones para un acuerdo de libre comercio con la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC) (EFTA por sus siglas en inglés) y formada por Noruega, Islandia, Suiza y Liechtenstein.
Mientras tanto, la asunción de la presidencia Pro Témpore por parte de Brasil trae consigo la certeza de que el acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur, cerrado formalmente en diciembre de 2024 tras más de dos décadas de negociaciones, recibirá un nuevo impulso para intentar concretarse, según las señales que ha enviado el gigante suramericano, especialmente luego de de un periplo en Europa y de reuniones en Francia, donde emergen las principales resistencias al acuerdo por parte de actores del sector agrario.
Aunque en el caso de los principales actores de las economías suramericanas no aparecen hoy grandes resistencias, es claro que el pacto cristalizará una estructura de intercambio profundamente desigual. Mientras el bloque europeo podrá exportar con mayores facilidades vehículos, maquinaria y productos farmacéuticos, el Mercosur quedará reducido al papel de proveedor de commodities como carne vacuna, azúcar, etanol, arroz y miel. Lejos de democratizar el comercio, el tratado fortalecerá el rol periférico de América del Sur en la división internacional del trabajo.
Otra integración es posible
El presente regional ofrece un panorama bastante desalentador, en términos de procesos de integración en el que la absoluta despolitización de las reuniones del bloque se presentan como un síntoma de este fenómeno en curso. La tendencia parece estar más marcada por procesos de desintegración que por la búsqueda de estrategias de acción colectiva. Para alentar esa lógica es que operan los gigantes comerciales del mundo y los gobiernos asumidos como neoconservadores en lo político pero liberales en lo económico. Mientras Uruguay presiona desde hace años para firmar un TLC con China, Argentina, plantea relaciones carnales con las capitales especulativas y aboga por romper espacio en favor de un TLC con Estados Unidos.
En este contexto se vuelve central preguntarse ¿qué tipo de integración sirve hoy para no quedar atrapados en relaciones asimétricas de poder económico y tecnológico?
No alcanza con abrir mercados. Hay que construir soberanía. Eso implica fortalecer la producción regional con valor agregado, generar cadenas de innovación y conocimiento compartido, y dotar al bloque de una institucionalidad capaz de pensar y actuar a largo plazo. El modelo actual, basado en cumbres presidenciales con decisiones intermitentes y escasa participación ciudadana, se agotó.
¿Es posible una plataforma real de integración productiva, tecnológica, de telecomunicaciones y social, que piense en la región como un actor global y no como una suma de urgencias nacionales? Es un debate que atraviesa este bloque desde el comienzo. Quizás los nuevos caminos se abran a partir de la articulación entre pueblos, gobiernos, universidades, empresas, y todos aquellos actores sociales que entiendan a la integración como un proceso necesario y concreto para mejorar las condiciones de vida de los habitantes de este territorio y comprendan el rol estratégico que la región debe jugar en el cambio de fase del capitalismo.
* Paula Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos, directora de NODAL. Matías Caciabue es Licenciado en Ciencia Política y ex Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional UNDEF en Argentina. Ambos son investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE) y NODAL.