China, Estados Unidos y una tregua incómoda – Por Matías Caciabue

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China, Estados Unidos y una tregua incómoda

Por Matías Caciabue*

En el tablero del poder mundial, la reciente tregua entre China y Estados Unidos expone más los intereses contrapuestos, más que la voluntad de cooperación. Sellado a fines de julio en Estocolmo, los acuerdos alcanzados, hasta el momento, no resuelven las tensiones de fondo entre las dos principales economías del planeta, sino que posterga, por necesidad mutua, un choque estratégico por la supremacía tecnológica, industrial, económica, política y militar del siglo XXI. Con relaciones profundamente interdependientes, pero con proyectos históricos en abierta confrontación, Washington y Pekín ensayan una pausa precaria que difícilmente se sostenga en el tiempo.

Tierras raras, semiconductores y soberanía industrial

El núcleo del conflicto no es nuevo. La discusión, permanente, es por quién impone su conducción en la nueva fase capitalista mundial. Sin embargo, el escenario actual no ha hecho más que escalar el conflicto. En apenas seis meses, la administración Trump impuso aranceles de hasta el 145% a productos chinos, apelando a la excusa del fentanilo. Pekín respondió con barreras del 125% a bienes agrícolas, bloqueos selectivos y una jugada quirúrgica: restringió la exportación de tierras raras, una herramienta geoeconómica de altísimo impacto en la arquitectura tecnológica del presente. China controla más del 90% de la refinación planetaria de estos minerales, indispensables para las industrias de defensa, energía y electrónica.

En ese contexto, las partes acordaron en mayo una tregua provisional en Ginebra. Le siguieron rondas técnicas en Londres, donde se flexibilizaron licencias para exportación de semiconductores de alto desempeño -necesarios para la IA-, y, finalmente, la cita de Estocolmo, centrada en la renovación del acuerdo más allá del 12 de agosto.

El ciclo de represalias comerciales iniciado el 1 de febrero de 2025 -con el arancel inicial del 10% impuesto por Washington- escaló rápidamente con aumentos sucesivos en marzo, abril y mayo, alcanzando picos del 145% en sectores clave. Pekín respondió con medidas simétricas: aranceles del 125%, sanciones a empresas estadounidenses, investigaciones antimonopolio y controles a la exportación de tierras raras. Ese clima de máxima tensión derivó en la reunión de Ginebra, el 12 de mayo, donde se selló una tregua de 90 días. El acuerdo incluyó la reducción sustancial de aranceles, discusiones sobre déficit comercial y cooperación parcial en temas sensibles como el tráfico de precursores de fentanilo.

En la segunda ronda, celebrada en Londres el 9 y 10 de junio, las delegaciones discutieron dos frentes neurálgicos: la exportación de minerales críticos desde China y la flexibilización de licencias estadounidenses sobre semiconductores avanzados. Pekín concedió autorizaciones temporales para reanudar envíos estratégicos, mientras Washington ofreció condiciones para aliviar controles sobre chips y software. En Estocolmo, los días 28 y 29 de julio, la conversación giró en torno a la posibilidad de extender la tregua, el control de la sobrecapacidad industrial china, la regulación de exportaciones de doble uso y la suspensión de nuevas medidas unilaterales. Aunque no se firmó un documento final, ambas partes establecieron que la continuidad del acuerdo dependería directamente de la actual administración de la Casa Blanca.

Inversiones en sectores estratégicos

Mientras negocian, ambos gobiernos refuerzan su capacidad estructural. El Pentágono desembolsó 400 millones de dólares en MP Materials, única minera estadounidense con capacidad incipiente para producir tierras raras, que recién proyecta operaciones plenas para 2028. Apple y Nvidia anunciaron inversiones de 500 mil millones de dólares cada una para relocalizar procesos de producción. TSMC, el gigante taiwanés de semiconductores, sumará cinco fábricas en suelo estadounidense, superando los 100 mil millones de dólares en inversión total.

Pero la dependencia persiste. Un solo submarino nuclear estadounidense necesita más de cuatro toneladas de tierras raras refinadas, y la mayoría sigue saliendo de China. El Pentágono lo ha expresado sin eufemismos: “Si Pekín corta el suministro de disprosio, en seis meses la cadena de defensa queda comprometida”. En ese escenario, la soberanía sobre los insumos críticos se vuelve una cuestión de seguridad nacional.

Para China, las tierras raras son un activo geoestratégico. Como afirmó el viceministro de Comercio Wang Shouwen: “El desarrollo de esta industria debe responder a los intereses de la nación, no solo a la lógica del mercado”. Esa declaración resume la orientación estructural del modelo chino: una economía planificada al servicio de un proyecto histórico, que combina control estatal, innovación tecnológica y una lectura estratégica del tiempo largo.

Washington no se queda atrás. Su ofensiva combina subsidios multimillonarios, reindustrialización selectiva, presión diplomática y diversificación de proveedores: desde Brasil hasta Australia. El objetivo es evitar el chantaje tecnológico, frenar el avance chino y reconstituir una base industrial nacional lo suficientemente robusta como para disputar el liderazgo del capitalismo digital-militar del siglo XXI.

Algunas apreciaciones finales

Lejos de una distensión genuina, el acuerdo bilateral es apenas una pausa táctica en un proceso más profundo de confrontación estructural. No se trata sólo de quién produce más o quién domina el comercio, sino de quién impone los tiempos sociales de la producción, quién define los estándares tecnológicos, quién controla las rutas del litio, el silicio y el neodimio, y quién diseña las arquitecturas de la inteligencia artificial y la conectividad del futuro.

En esa disputa de titanes, el Sur Global sigue atrapado entre proveedores asiáticos y financiadores occidentales. ¿Tiene márgenes de maniobra reales para forjar un camino propio, con autonomía tecnológica y soberanía sobre sus recursos? ¿O será, una vez más, el teatro de operaciones de una confrontación ajena? La contienda por el siglo XXI no ha terminado. Apenas comienza. Y no hay tregua que dure para siempre.

La coyuntura actual se inscribe en una fase de negociación dentro de la dimensión política del “Enfrentamiento del G2”. Como toda lucha estratégica de largo aliento, la tensión interimperialista entre China y Estados Unidos alterna momentos agónicos y fases de distensión, donde los acuerdos, las treguas o las pausas reflejan tanto las correlaciones de fuerza como las necesidades tácticas de cada bloque. Se trata, como dijo Joe Biden ante el Congreso de EE.UU. en 2022, de “ganar la competencia económica del siglo XXI”, especialmente frente a China.

Este enfrentamiento constituye la contradicción principal del presente momento del capitalismo mundial, y articula dos proyectos antagónicos que enlazan actores diversos, movilizando palancas financieras, comerciales, tecnológicas, institucionales, militares y multilaterales. A lo largo del último año, la disputa se ha profundizado: mientras se recalienta la guerra comercial y tecnológica, se incrementan las instancias diplomáticas, intentando -aún sin lograrlo- evitar una ruptura irreversible.

*Matías Caciabue es Licenciado en Ciencia Política y ex Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional (UNDEF) en Argentina. Actualmente es analista de NODAL e investigador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).


 

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