¿Comida a un clic? Alimentos en la nueva fase del capital financiero y digital
Por Carolina Sturniolo, Fernando Rizza y Bruno Ceschin*
La producción de alimentos atraviesa una transformación histórica. Ya no se trata solo de un ciclo productivo regido por tiempos biológicos y por la naturaleza, con la necesidad de semillas, suelos fértiles y cosechas. La Nueva Fase del capitalismo, marcada por la financiarización y la digitalización, ha penetrado en uno de los ámbitos más sensibles para la humanidad. Lo que está en juego no es únicamente qué comemos, sino quién controla, decide y se beneficia de esa producción.
La financiarización implica que el dinero busca reproducirse a sí mismo con independencia de la economía productiva tradicional. Hoy, los alimentos, como también lo fueron el petróleo, la construcción o los minerales, se han convertido en un activo atractivo para capitales de riesgo, fondos de inversión y grandes corporaciones. En esta lógica, un kilo de arroz, una hamburguesa de laboratorio o una barra energética de moda se parecen más a un bono o a una acción bursátil que a un bien esencial para la supervivencia y un derecho básico de la humanidad.
Fondos de inversión florecen en la región
El panorama latinoamericano es significativo. Fondos como Bossa Invest (Brasil) han colocado millones en startups que producen carne cultivada, pescados de laboratorio y alimentos híbridos a base de plantas. Semillero Partners (Puerto Rico) financia empresas como The Jackfruit Company, que convierte la yaca en sustituto cárnico. Inversiones Enfini apuesta por Aleph Farms y UPSIDE Foods, pioneras en agricultura celular para producir cortes de carne sin criar animales.
El mapa de inversiones se extiende con Kptl (Brasil), que combina lácteos y blockchain; Santatera Capital (México), que invierte en alimentos funcionales; o Monashees (Brasil), que financia a Fazenda Futuro, una de las mayores productoras de alternativas vegetales a la carne. Incluso corporaciones tradicionales como Grupo Lala (México) han seguido esta tendencia, expandiéndose mediante adquisiciones millonarias en varios países.

A simple vista, estas innovaciones podrían interpretarse como avances hacia una alimentación más sostenible o tecnológica. Sin embargo, la concentración del capital en manos de unos pocos inversores y la dependencia tecnológica que generan plantean preguntas de fondo ¿quién decidirá qué comemos y a qué precio? ¿Será el alimento un derecho o un lujo?
Digitalización, e-commerce y control de mercados
La digitalización profundiza esta nueva fase. El comercio electrónico de alimentos en América Latina lidera el crecimiento del e-commerce en 2025, impulsado por la integración de pagos digitales, billeteras electrónicas, códigos QR y opciones BNPL (“compre ahora, pague después”). Las categorías que más crecen no son arroz, pan o leche, sino snacks saludables, superalimentos, productos para mascotas y cajas de suscripción.
El problema no es solo qué se vende, sino cómo y desde dónde se concentra la oferta. Plataformas digitales y supermercados online capturan datos de consumo, afinan algoritmos y, en muchos casos, condicionan la producción para adaptarla a tendencias de nicho más rentables, dejando en segundo plano la provisión de alimentos básicos. La ecuación es clara: mientras las ciudades ofrecen opciones gourmet, las zonas rurales y los barrios populares o marginales enfrentan precios inaccesibles y menor disponibilidad de alimentos esenciales.
Todo precio es político
Esta nueva fase del capitalismo tensiona centralmente el rol del alimento. Históricamente, las comunidades lo producían como bien social, comunitario, vinculado a la tierra, al clima, a las estaciones, a los ciclos naturales y a la cultura local. A partir de la Revolución Verde, la región comenzó a disputar el podio global de los países con mayor productividad, pero la financiarización y digitalización lo llevan a un nivel más abstracto, el alimento como activo financiero y producto de laboratorio, desvinculado de cualquier territorio, superando incluso barreras medioambientales, físicas y morales anteriormente conocidas.

En esta lógica, no importa si el activo es un grano de trigo, una criptomoneda o un título de deuda, lo relevante es que genere rentabilidad. Y cuando la lógica especulativa domina, las decisiones de producción, distribución y acceso quedan subordinadas al interés del capital y no al derecho de los pueblos a alimentarse.
Mientras hoy el 1 % más rico de la población mundial concentra más del 80 % de la riqueza socialmente producida, la financiarización del alimento no es un proceso neutro o inevitable, es parte de una estrategia más amplia de acumulación corporativa, que no duda en lucrar con el hambre y la exclusión.
La organización vence al tiempo
La región, sin embargo, presenta vastas experiencias ligadas a su cosmovisión y cultura comunitaria, muy necesarias de abrigar y fertilizar para que florezcan en cada rincón. Las comunas socio productivas, las cooperativas campesinas, las redes agroecológicas y los mercados de cercanía son apenas algunos ejemplos de resistencia y solidaridad, de minga. En ellas, el alimento tiene un sentido social y comunitario.
Estas experiencias recuperan saberes ancestrales, diversifican cultivos, fortalecen el intercambio local y tejen redes que muestran que otra economía de los alimentos es posible. Su desafío es tomar escala, conectarse y acceder a la tecnología, sin perder autonomía, para disputar no solo el mercado, sino el sentido mismo de la producción de alimentos.
La financiarización y digitalización de los alimentos son parte de un movimiento histórico más amplio, que transforma todo en mercancía. Pero los alimentos no son cualquier mercancía: son un bien vital, la base de la salud y de la vida misma. Permitir que su producción y acceso se definan únicamente en función de la rentabilidad es naturalizar que las personas se puedan morir de hambre en un mundo de abundancia productiva y tecnológica.
En última instancia, la pregunta no es si tendremos hamburguesas cultivadas en laboratorio o snacks impresos en 3D, sino quién tendrá acceso a ellos y bajo qué condiciones. Si no recuperamos el control popular y comunitario sobre la producción de alimentos, las próximas generaciones podrían heredar un sistema agroalimentario profundamente excluyente.
*Carolina Sturniolo es Medica Veterinaria, integrante del CEA, Docente en la carrera de Medicina Veterinaria, UNRC. Fernando Rizza es Médico Veterinario. Columnista de NODAL, integrante del Centro de Estudios Agrarios (CEA) y Docente en la Universidad Nacional de Hurlingham, Argentina. Bruno Ceschin es Licenciado en Ciencia Política y Administración Pública. Maestrando en Desarrolo Territorial en América Latina y el Carible. Integrante del Centro de Estudios Agrarios (CEA).