El cuidado latinoamericano: cálido, comunitario y resistente
Por Ariana Suvire *
Los seres humanos somos inherentemente sociales. Aunque nacemos solos, la existencia sin cuidado es incompatible con la vida. Este forma parte esencial de cada interacción humana, tanto en su presencia como en su ausencia. Determina un modo de vincularnos que entendemos naturalmente. “El cuidado es el modo originario de estar en el mundo.” (L. Mortari, 2024, p. 59). En Latinoamérica, estamos acostumbrados a las mesas largas, a los domingos de asados y a los festejos multitudinarios como cumpleaños de quince, casamientos o bautismos. Estas situaciones reflejan y fortalecen un sistema de cuidado familiar y comunitario.
Somos capaces de expresar nuestro sentir y, por ende, de cuidar. Cuidamos en cada interacción, de manera personalizada. Cada amiga, hijo, hermano, padre, madre, requerirá atención, cariño y cuidados de formas distintas. Creamos esas formas de cuidado en función de lo que nuestro sentir nos lo permita e imaginemos que el otro lo entienda como tal. Este modo de vincularnos, tan familiar, tan comunitario, tan saludable se intenta trasladar a lo cotidiano. Sin embargo se encuentra con escollos sistemáticos. Cada vez estamos más ensimismados en nuestros dispositivos, trabajos, nuestras “cosas”. Esta enajenación forma parte fundamental de un modelo de producción que nos quiere hipnotizados, scrolleando, separados, consumiendo y/o produciendo. Propone una falsa idea de competencia justa. Los y las trabajadores/as son impulsados a dar de sí cuanto el sistema necesite para conseguir un objetivo con una recompensa que no es para nada proporcional al trabajo generado. Esto hace que estemos menos tiempo vinculados con nuestros seres queridos, por ende, menos tiempo cuidados y cuidando. Cuidar es humano, no se puede programar, sistematizar ni automatizar.
Y si de interferir con lo natural se trata, se lleva medalla de oro el sistema de salud. A partir de la carta de Ottawa (1986) se propone que la salud pública tenga un enfoque comunitario. Las obras sociales y la industria farmacéutica son parte importante en esta intromisión en lo natural. Todos los profesionales de la salud que nos formamos en este milenio recibimos este enfoque, sin embargo a la hora de la práctica lo comunitario queda olvidado.
¿Por qué es contraproducente que un niño entre a ver a su abuela que se quebró la cadera? Nos dicen que es por seguridad, que puede enfermarse y que los hospitales no son lugares para niños. Pero, si en la normalidad esa familia se cuida entre ellos, esa visita es fundamental para la recuperación física, corresponde proporcionar seguridad, minimizar las ansiedades y educar al usuario-paciente y a su familia. Si entendemos que la comunidad es salud, entonces ¿por qué tenemos tantas limitaciones para las visitas en las internaciones de enfermedades no transmisibles o procesos fisiológicos que requieren internación como el embarazo y el parto? ¿O por qué a pesar de tener un sistema de atención primaria de la salud seguimos pensando en que solo la alta complejidad salva vidas? Entender la salud pública en un enfoque comunitario, es soñar en un mundo donde dejen de haber ACV por hipertensiones sin tratamientos.
Aun cuando la teoría invita a un paradigma transformador, se continua un modelo que prioriza la comodidad médico-hegemónica con prácticas, tratamientos y (des)cuidados que se hacen “de rutina” sin el sustento teórico necesario. Este modelo prioriza minimizar los recursos utilizados a veces de maneras poco eficientes, por ejemplo, dedicando presupuestos insuficientes a la atención primaria de la salud que, de estar correctamente financiados, lograrían ahorrar mucho más en procedimientos costosos de alta complejidad.
A pesar de las limitaciones que presenta el cuidado dentro del inevitable sistema, el cuidado cotidiano sobrevive. En América Latina resistimos a la pérdida de nuestras tradiciones, de nuestra cultura, de nuestra comunidad. Seguimos festejando cumpleaños de tantos invitados como podamos, seguimos esperando los domingos para compartir, seguimos preguntando cómo sigue el hijo de la prima del cuñado del hermano, seguimos resistiendo al individualismo. Somos responsables de continuar esta resistencia, de mirar arriba de la pantalla para ver al prójimo, que significa “próximo” o “cercano”. Y así, cercano como el prójimo debemos mantener nuestros cuidados cotidianos, frente al desconocido y al conocido. Perpetuando los cuidados en lo cotidiano en cuanto gesto bien intencionado podamos imaginar.
En un mundo marcado por el individualismo, el cuidado aparece como un acto de resistencia, transformación y libertad. Elegir cuidar, y dejarse cuidar, es una forma de amor, de compromiso y de esperanza. Por eso, comprender y valorar el cuidado en todas sus dimensiones es una tarea urgente y necesaria para imaginar un futuro donde nuestro pueblo y nuestras tradiciones no solo sobrevivan, sino que vivan con dignidad.
Ariana Suvire – Enfermera y educadora scout.