Eric Schmidt: ¿Filántropo en el mar argentino o señor de la guerra algorítmica?
Por Lina Merino y Alfio Finola*
Eric Schmidt, ex director ejecutivo de Google entre 2001 y 2011 y presidente ejecutivo de Alphabet hasta 2017, es uno de los rostros más visibles de la convergencia entre tecnología de punta, defensa y geopolítica. Con una fortuna estimada de 26,3 miles de millones dólares según Forbes, ha pasado de liderar el gigante de internet a ocupar un rol central en el desarrollo de inteligencia artificial (IA) aplicada a la guerra y en proyectos de exploración científica con implicancias estratégicas.Tras su salida de Google, Schmidt fundó y financió empresas y centros de pensamiento con agendas vinculadas a la seguridad y el poder tecnológico de Estados Unidos. Desde su think tank Special Competitive Studies Project define como prioridades para el país: tener la fuerza militar más potente del mundo, dominar la inteligencia artificial y la guerra digital, y reindustrializar la economía para mantener ventaja tecnológica y militar. Esta visión se complementa con su papel como presidente de la Comisión Nacional de Seguridad en Inteligencia Artificial y como asesor del Congreso y del Pentágono.En el sector privado, Schmidt es fundador de White Stork (antes Swift Beat Holdings), empresa especializada en drones kamikaze autónomos. Estos dispositivos, equipados con sistemas de IA capaces de identificar y atacar objetivos sin intervención humana directa, han sido descritos como el núcleo de una nueva etapa en la guerra . Según Forbes y NDTV, Schmidt obtuvo una licencia legal para producir y vender este tipo de armamento, colaborando directamente con el Ministerio de Defensa de Ucrania. Las pruebas iniciales se realizaron en Silicon Valley y la producción en masa comenzó tras un acuerdo firmado en 2024. El financiamiento para su desarrollo en ciencia, tecnología y armamento combina capital propio con soporte técnico y logístico de agencias estadounidenses como DARPA (siglas en inglés de Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa) y el Departamento de Defensa.Este modelo empresarial se apoya en una red de contrataciones selectivas: ingenieros de Apple, SpaceX y Google, investigadores universitarios y programadores captados en eventos de innovación en IA o hackathones. Los equipos de Schmidt trabajan en desarrollos que, por su carácter de “doble uso”, pueden trasladarse de la industria militar a aplicaciones civiles y viceversa, diluyendo las fronteras entre innovación tecnológica de uso civil y armamento.Para reflejar mejor los vínculos entre Schmidt y la política, particularmente en el sector de la Defensa (lo que podríamos extender a otros intelectuales de Silicon Valley), basta con mencionar que ha publicado el libro «Genesis: Artificial Intelligence, Hope and the Human Spirit» en colaboración con Henry Kissinger y Craig Mundie, presidente de Mundie & Associates, fue director de Investigación y Estrategia de Microsoft. En este contexto de “doble uso” de la ciencia y tecnología es que aparece el Schmidt Ocean Institute, fundado por Eric Schmidt en 2009 junto a su esposa Wendy Schmidt. El Instituto es presentado como una organización filantrópica dedicada a la exploración marina, que dispone de un buque de investigación conocido como el Falkor (too), equipado con vehículos submarinos operados remotamente, sonar multihaz, sensores LIDAR y técnicas de muestreo de ADN ambiental. Estas capacidades permiten recolectar datos estratégicos sobre recursos pesqueros, biodiversidad con potencial biotecnológico, características del fondo marino y yacimientos de hidrocarburos o minerales críticos.En julio de 2025, el Falkor realizó una expedición junto al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el Cañón de Mar del Plata, en plena plataforma continental argentina. En el marco de investigaciones por parte de Schmidt Ocean de mayor escala, la campaña “Talud Continental IV” fue una misión celebrada como histórica por ser la primera colaboración directa entre un buque privado de Estados Unidos y el sistema científico nacional en esa región. Este hecho esconde que la operación coincidió con la baja del Proyecto Pampa Azul, iniciativa estatal concebida para investigar y gestionar de manera soberana los recursos oceánicos del Atlántico Sur. Este proyecto fue creado mediante un convenio interministerial a partir de la ley 27.167, del 2015, que crea el Programa Nacional de Investigación e Innovación Productiva en Espacios Marítimos Argentinos (PROMAR).El talud continental argentino, donde se desarrolla la campaña, es un área de altísimo interés estratégico. Allí convergen corrientes marinas que generan una biodiversidad única y se estima la existencia de importantes reservas de petróleo, gas y minerales críticos (incluyendo tierras raras), insumos clave en la industria tecnológica y militar. También es una zona de alta productividad pesquera, con especies que sustentan buena parte de las exportaciones argentinas. La capacidad de mapear y registrar estos recursos es, por lo tanto, un activo estratégico de primer orden.Este planteo excede lo técnico para ser geopolítico. El modelo que encarna Schmidt depende de financiamiento privado y de una red de vínculos con el complejo militar-tecnológico estadounidense, con capacidad para apropiarse y eventualmente privatizar datos estratégicos. El discontinuado proyecto Pampa Azul, en cambio, proponía un esquema de planificación, financiamiento y ejecución estatal, con control público de la información y objetivos alineados a la soberanía nacional.En un escenario mundial donde el conocimiento es insumo crítico para la economía, la seguridad y la política exterior, renunciar a producirlo bajo control propio implica ceder capacidad de decisión. La defensa de los bienes comunes marinos no se limita a custodiar fronteras; exige invertir en ciencia, tecnología y capacidades operativas propias. Reactivar y fortalecer iniciativas como Pampa Azul no sería sólo una política científica, también sería un acto de defensa nacional frente a la presión de actores privados con intereses imperialistas.La producción y apropiación de conocimiento nunca fue neutral. En un contexto de desvalorización de la producción científica reivindicamos la importancia del financiamiento de un sistema científico y tecnológico en nuestro país. No todo da lo mismo. No es lo mismo que ese financiamiento provenga de un señor de la guerra de la Nueva Aristocracia Financiera y Tecnológica, apropiándose de conocimiento estratégico y capacidades científicas producto de inversión estatal de nuestro país; que este tipo de producción de conocimiento se lleve a cabo enmarcado en un plan estratégico de estudio y desarrollo de nuestro territorio marítimo, como lo fue el citado proyecto Pampa Azul.*Lina Merino es Lic. en Biotecnología y Biología Molecular, Dra. en Ciencias Biológicas (UNLP), diplomada en género y gestión institucional (UNDEF), Profesora (UNAHUR), investigadora (CICPBA); Alfio Finola es Geógrafo (UNRC), Dr. en Cs Sociales. Ambos son miembros del OECYT y analistas de NODAL.