Estados Unidos redobla la presión sobre Venezuela y enciende la alarma regional
El despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe y la recompensa millonaria por Nicolás Maduro abren un nuevo capítulo de presión sobre Venezuela. Lo que se juega no es solo el futuro del país, sino la soberanía de toda América Latina frente a la injerencia imperial.
El Caribe se convirtió en epicentro de una nueva ofensiva de Estados Unidos. Con la orden de Donald Trump de desplegar destructores, submarinos y marines frente a las costas venezolanas, y el anuncio de una recompensa de cincuenta millones de dólares por Nicolás Maduro, Washington coloca a Venezuela y a toda América Latina en un escenario de amenaza directa. Bajo la retórica de la “guerra contra el narcotráfico”, se reactiva una estrategia que busca controlar recursos estratégicos y disciplinar proyectos soberanos.
El operativo anunciado a comienzos de agosto incluye el reposicionamiento del Iwo Jima Amphibious Ready Group, destructores armados con misiles Tomahawk y un submarino nuclear en el mar Caribe. Son más de cuatro mil infantes de marina listos para operaciones en la región. A esto se suma la duplicación de la recompensa que EEUU había fijado en 2020 contra Maduro y la ampliación de acusaciones de narcoterrorismo a dirigentes como Diosdado Cabello, Ministro de Interior, Justicia y Paz y Vladimir Padrino López, Ministro del Poder Popular para la Defensa de Venezuela. La señal es clara: la administración Trump eleva la presión y legitima la intervención bajo pretextos judiciales y militares.
Desde Caracas, la reacción fue inmediata. El martes 25 de agosto, Padrino López informó sobre el inicio de un patrullaje intensivo con drones y buques de la Armada Nacional Bolivariana en aguas territoriales del Caribe. Maduro había anunciado la activación de más de 4 millones de milicianos, además de la integración de fuerzas de seguridad y organizaciones comunitarias en los llamados “Cuadrantes de Paz”. En paralelo, lanzó la campaña “Yo me alisto”, que movilizó a miles de jóvenes en todo el país. La imagen de banderas venezolanas en plazas y calles contrastó con la de los buques estadounidenses, mostrando que la disputa no es solo militar, sino también política y simbólica.
El conflicto se amplifica con el respaldo de Guyana y Trinidad y Tobago a la ofensiva de Washington. El presidente guyanés, Irfaan Ali, justificó su apoyo en la disputa por el Esequibo, una zona de ciento sesenta mil kilómetros cuadrados rica en petróleo. La primera ministra trinitaria, Kamla Persad-Bissessar, incluso ofreció su territorio como base de operaciones si EE.UU. lo requiere. Esta alineación refuerza la presión externa sobre Caracas, aunque también desnuda cómo la geopolítica del petróleo atraviesa la coyuntura.
Pero frente a la embestida estadounidense, emergió una ola de solidaridad. En la cumbre extraordinaria de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA-TCP), once países denunciaron la amenaza de Washington como un ataque a la paz regional. Luis Arce desde Bolivia advirtió que la seguridad se construye con justicia social, no con portaaviones. Daniel Ortega fue más tajante: “Hoy es Venezuela, mañana podría ser cualquier otro país”. Desde Colombia, Gustavo Petro remarcó que una agresión contra Caracas es una agresión contra toda América Latina. También Cuba, Evo Morales y el Grupo de Amigos en Defensa de la Carta de Naciones Unidas rechazaron la injerencia. Incluso Rusia manifestó su respaldo.
Mientras tanto, la narrativa estadounidense insiste en acusaciones de narcotráfico. La DEA aseguró que Venezuela coopera con guerrillas colombianas para enviar cocaína a carteles mexicanos. Desde Caracas, la réplica fue contundente: informes de Naciones Unidas certifican que no existen cultivos ilícitos ni laboratorios en territorio venezolano. Para las autoridades bolivarianas, el verdadero cartel es la propia DEA, que opera bajo amparo de Washington.
El trasfondo es evidente. Con el petróleo, el gas y el oro en el centro de la disputa, Venezuela aparece como un objetivo estratégico en el mapa global. Estados Unidos presenta su ofensiva como lucha contra el crimen, pero en realidad busca quebrar un proyecto político que no se subordina. Lo que se juega hoy no es solo el futuro de un país: es el derecho de América Latina y el Caribe a seguir siendo una Zona de Paz y no un nuevo campo de batalla.
El mensaje final de Maduro lo sintetiza: “No es tiempo de diferencias ni colores, una sola bandera nos cobija”. La amenaza externa no solo tensiona a Venezuela, sino que pone a prueba la capacidad de los pueblos de la región para defender su soberanía frente a un imperio que no renuncia a tratarla como patio trasero.
Editorial Nodal