Rebelarse o quebrarse: ¿la encrucijada de la juventud? – Por Yesica Leyes

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Rebelarse o quebrarse: ¿la encrucijada de la juventud?

Por Yesica Leyes

Ser joven en América Latina en 2025 significa habitar una contradicción: ser convocado a protagonizar transformaciones históricas y, al mismo tiempo, atravesar una crisis de salud mental sin precedentes. La digitalización, la precariedad social y la violencia estructural dibujan un escenario adverso, pero al mismo tiempo emergen señales de potencia transformadora. Lejos de reducir a la juventud a una categoría “perdida”, la historia y el presente muestran que esta etapa vital ha sido reconocida, desde Bolívar hasta Freire, como fuerza política y moral capaz de abrir horizontes inéditos.

La magnitud de la crisis que golpea a los y las jóvenes en la actualidad  es evidente. Según la Organización Mundial de la Salud, uno de cada siete jóvenes de entre 10 y 19 años padece un trastorno mental, lo que equivale al 15 % de la carga global de enfermedad en ese grupo etario. El suicidio es la tercera causa de muerte entre los 15 y 29 años a nivel mundial (OMS, 2023).

En América Latina y el Caribe, cerca de 16 millones de adolescentes conviven con padecimientos mentales, principalmente depresión y ansiedad. Cada día, más de diez jóvenes mueren por suicidio en la región. La brecha de atención es enorme: alrededor del 78 % de quienes necesitan ayuda no la reciben, debido a la escasez de profesionales (menos de 15 cada 100.000 habitantes en promedio) (UNICEF, 2024).

El impacto digital agrava este cuadro. El Hospital Sant Joan de Déu (España, 2025) advierte que el 37 % de las y los menores presenta síntomas de dependencia digital y el 22 % alteraciones del sueño por uso nocturno del móvil. UNICEF (2024) señala que el 45 % de los y las adolescentes europeos pasan más de cuatro horas diarias frente a pantallas fuera de la escuela, lo que equivale a un mes completo al año sin juego, deporte ni vínculo presencial. La Fundación Gasol confirma un aumento de 11,3 horas semanales en el uso de pantallas entre 2019 y 2025 (Estudio PASOS, 2022–2025). El Observatorio de la Infancia, con el estudio EMOChild (2025), también vincula sobreuso de pantallas con problemas emocionales en más de 5.600 escolares.

En Argentina, la situación es crítica. En el Hospital de Clínicas José de San Martín (UBA), las consultas por depresión juvenil crecieron un 30 % entre 2023 y 2024. Un informe presentado en el Congreso (6 de agosto de 2025) señaló que el 30 % de las internaciones psiquiátricas corresponden a niños, niñas y adolescentes. De esos casos, el 27 % involucra ideación suicida, el 26,5 % intentos de suicidio y el 6,25 % conductas autolesivas. El mismo reporte reveló que el 63 % de las adolescentes internadas por conducta suicida habían sufrido abuso sexual, un dato alarmante que exige políticas de género específicas.

El Boletín Epidemiológico Nacional (2025) del Ministerio de Salud indicó que, entre abril de 2023 y abril de 2025, se notificaron 15.807 intentos de suicidio en el país, un promedio de 22 por día. En 2022 se registraron 3.382 muertes por suicidio, con una tasa de 7,2 cada 100.000 habitantes, una de las más altas de América del Sur.

El cuadro es crítico, pero reducirlo a un relato derrotista oculta una parte central. La juventud no es solo víctima de su tiempo: es también la fuerza que lo interpela. En las independencias latinoamericanas, Simón Bolívar valoraba la audacia de los jóvenes como motor de emancipación. José Martí los describió como la “levadura de los pueblos”. José Carlos Mariátegui sostuvo que tenían la tarea de “edificar la sociedad nueva”. Antonio Gramsci confiaba en su capacidad para disputar el sentido común, y Paulo Freire insistía en que no eran receptores pasivos, sino sujetos activos de la praxis transformadora.

Esa tradición no es pasado remoto. Las y los jóvenes de hoy lideran marchas por el clima en Santiago de Chile y en Ciudad de México. Encabezan movilizaciones feministas en Buenos Aires y en Bogotá. Crean redes digitales para denunciar la violencia policial en Lima o en San Pablo. Organizan ollas populares en sus barrios y participan en asambleas estudiantiles que resisten el recorte educativo. Aun atravesados y atravesadas por la ansiedad, la sobreexposición y la precariedad, inventan modos de resistencia y de acción.

El sociólogo brasileño Florestan Fernandes advertía que el capitalismo dependiente moldea las subjetividades juveniles y limita sus horizontes. Medio siglo después, esa advertencia sigue vigente en una era marcada por la colonización digital de la atención. Sin embargo, como señalaba Gramsci, la juventud encarna también el “optimismo de la voluntad”: la capacidad de abrir caminos allí donde el presente parece clausurado.

La encrucijada es clara. O la juventud se quiebra bajo el peso de la crisis o convierte ese peso en rebeldía transformadora. La historia muestra que siempre eligió lo segundo. Reconocer esa potencia no es negar la magnitud del sufrimiento, sino situarlo en un horizonte donde los datos alarmantes conviven con la posibilidad de cambio. En América Latina, el futuro sigue dependiendo de que los jóvenes no dejen de rebelarse.

*Yesica Leyes, Secretaria Nacional de Juventud de la CTA-T


 

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