Descubren restos de dinosaurios velociraptores con plumas y de un cocodrilo “temible”
Por Gustavo Sarmiento
El sur argentino sigue deslumbrando al mundo con sus hallazgos paleontológicos. Algunas perlitas: la garra de hoz del dromeosáurido en la zona neuquina y los dientes del gran cocodrilo encontrado en Santa Cruz, que combatía a gigantes carnívoros.
A lo largo de estas últimas décadas se comprobó que la Argentina guarda tesoros paleontológicos que no tienen nada que envidiarle a los marketineros dinosaurios del norte mundial. Y dos hallazgos en la Patagonia, difundidos en las últimas horas, lo refuerzan: por un lado, una especie de velociraptores emplumados de hace 100 millones de años; por el otro, un «temible» cocodrilo de hace 70 millones.
Arranquemos por el más antiguo, y de los más reconocidos por jóvenes y adultos tras las sagas de Jurassic. Las huellas halladas en las proximidades de la localidad de El Sauce, provincia de Neuquén, pertenecen a los dromeosáuridos, una familia de dinosaurios terópodos, carnívoros y con plumas, de pequeños a medianos tamaños que habitaron durante el periodo Cretácico en América del Norte, Europa, África, Asia, América del Sur y posiblemente Antártida. Este es el primer registro de huellas asignadas a esta familia en Argentina, mientras que en Sudamérica solo se conocen algunos en Bolivia. El trabajo fue publicado por científicos del CONICET en la revista internacional Lethaia.
Los dromeosáuridos presentan características anatómicas muy distintivas, como la gran garra en forma de hoz del segundo dedo del pie. Esta garra era retráctil y solía mantenerse elevada del suelo. Probablemente la especie más conocida de esta familia sea el célebre Velociraptor.
La garra en forma de hoz
Descubrieron estas huellas durante una campaña paleontológica realizada en marzo de 2023, en las proximidades de la localidad de El Sauce, a pocos kilómetros de la ciudad de Picún Leufú. Se encontraban preservadas en un bloque que se había desprendido parcialmente de la parte más alta de una barda. Apenas las observaron, sospecharon casi de inmediato que podían pertenecer a dromeosáuridos, aunque la confirmación llegó luego, tras analizarlas mediante fotografías y modelos 3D generados con técnicas fotogramétricas.
«En abril de 2024 presentamos un estudio preliminar de estas huellas en el 5º Congreso Internacional de Icnología (ICHNIA), realizado en Florianópolis, Brasil. Más tarde regresamos al sitio original para trasladar el bloque al Museo ‘Carlos Hermosilla’ de la Comisión de Fomento de El Sauce, que actualmente ya cuenta con su propia colección paleontológica”, explica Arturo Heredia, investigador del CONICET y primer autor del artículo.
Se documentaron al menos seis huellas preservadas en rocas areniscas que se formaron en lo que alguna vez fue una antigua planicie aluvial. Estas huellas estaban aisladas, no formaban una caminata completa o serie de pisadas. Cada una mide alrededor de 10 centímetros de largo y conserva la impresión de dos de sus dedos, además de una marca parcial del dedo con la garra, claramente destacada y bien desarrollada. Este tipo de huellas, que muestran principalmente dos dedos —llamadas didáctilas—, suele asociarse con los dinosaurios dromeosáuridos. Sin embargo, la impresión de la garra en forma de hoz es algo poco frecuente en el registro fósil de huellas.
El dinosaurio que dejó sus huellas en suelo neuquino
El registro de huesos fósiles de dromeosáuridos en Argentina se limita a la cuenca neuquina e incluye a una subfamilia conocida como unenlagiinos. «Por lo tanto, es probable que estas huellas hayan sido producidas por un miembro pequeño de este grupo. En la Formación Candeleros, en rocas de la misma edad donde se encontraron las huellas, se conoce al unenlagiino Buitreraptor gonzalezorum, que habría tenido pies del mismo tamaño que estas huellas, lo que lo convierte en un buen candidato de haberlas producido”, indica Heredia.
El animal que dejó estas huellas tenía una garra muy desarrollada en uno de sus dedos del pie, que ocasionalmente podía apoyar en el sustrato, posiblemente mientras permanecía inmóvil. De manera similar a la icónica escena de los velociraptores en Jurassic Park (1993), donde apoyaban su garra en forma de hoz sobre el piso de la cocina. Esta garra era retráctil. Cuando el animal se movía, normalmente se mantenía elevada, sin tocar el suelo, tal como se observa en la mayoría de las rastrilladas de dromeosáuridos registradas en otras partes del mundo.
¿Por qué es importante este hallazgo de dinosaurios carnívoros? Remarca el paleontólogo: «Al tratarse de las primeras huellas de dromeosáuridos registradas en la Formación Candeleros y en la Patagonia, este hallazgo incrementa la diversidad de huellas y permite una correlación más completa entre la evidencia icnológica y osteológica de esta unidad geológica. Es decir, a veces se conocen solo los huesos de un grupo de dinosaurios y otras veces solo sus huellas, y ahora en este caso ya se conocen ambos tipos de evidencias».
Un cocodrilo «temible» en el sur
También en la Patagonia, un equipo interdisciplinario integrado por científicos del CONICET y especialistas internacionales descubrió el esqueleto de un gran cocodrilo que habitó el sur argentino hace 70 millones de años. Los restos fueron encontrados en rocas de la Formación Chorrillo, a unos 30 km al sur de la localidad de El Calafate, provincia de Santa Cruz.
Se trata de una especie desconocida para la ciencia a la cual los investigadores bautizaron con el nombre de Kostensuchus atrox, que significa “cocodrilo feroz que refiere al viento del sur”. Los resultados fueron publicados recientemente en la revista científica PLosONe y permite dilucidar que los grandes cocodrilos convivieron con dinosaurios como el gigantesco Maip macrothorax, de más de nueve metros de largo.
La presencia de este cocodrilo depredador en latitudes tan australes revela cómo la Patagonia fue un escenario de interacciones ecológicas mucho más ricas y feroces de lo que se creía hasta el momento.
El segundo gran depredador
Los huesos de sus extremidades delanteras y su robusto húmero sugieren gran fuerza en la sujeción de presas. Esto refuerza la hipótesis de que podía cazar animales de gran tamaño, incluyendo posiblemente a los jóvenes dinosaurios que habitaban la región. De hecho, ocupaba el rol de segundo gran depredador, detrás de los megaraptores. Su potencia de mordida y su cuerpo macizo le permitían disputar territorio y alimento con otras especies carnívoras.
Hace 70 millones de años, la Tierra presenciaba el ocaso de los dinosaurios. Al mismo tiempo, un cocodrilo de dientes comparables a los de un T-rex merodeaba el sur de la actual Patagonia argentina. A diferencia de las especies vivientes que poseen cráneos achatados y ojos y fosas nasales proyectados hacia arriba, el Kostensuchus se caracterizaba por tener la cabeza proporcionalmente más alta, los ojos orientados hacia fuera y las fosas nasales elevadas.
Esto indica que el antiguo depredador no tenía los hábitos acuáticos de sus parientes vivientes. Por el contrario, su cuerpo era robusto y contaba con patas relativamente cortas, ubicadas verticalmente bajo su cuerpo, permitiendo una movilidad más ágil que un caimán o un cocodrilo contemporáneos,cuyas patas se orientan hacia afuera y son más propensos a reptar.
El Kostensuchus forma parte de los peirosáuridos, una familia extinta de cocodrilos que vivieron a finales del Período Cretácico en lo que es hoy Sudamérica y África. Sin embargo, la nueva especie descubierta se diferencia del resto de peirosáuridos por su gran tamaño corporal.
“Mientras que el resto eran más modestos en tamaño y en peso, el Kostensuchus llegaba casi a los cuatro metros de longitud y 250 kilos de peso. Era un animal respetable en tamaño y ferocidad”, explica Fernando Novas investigador del Conicet en la Fundación de Historia Natural Félix de Azara y líder del proyecto.
Además, la cabeza del Kostensuchus medía 50 centímetros de largo y el hocico estaba armado con más de 50 dientes, algunos de los cuales medían más de 5 centímetros y sus bordes eran aserrados, conformando así una mandíbula letal para sus víctimas.
Los dinosaurios no estaban solos
El descubrimiento se produjo de manera casual. Durante la expedición, Marcelo Isasi, técnico del Conicet, se topó con los huesos del cráneo fosilizado y resguardado en el interior de formaciones rocosas extremadamente sólidas que se forman geológicamente de manera natural. Estos nódulos resguardaron durante millones de años el esqueleto del animal, salvo la cola y las patas. Una vez recolectadas, las muestras fueron trasladadas a Buenos Aires para ser trabajadas con detalle en los talleres de preparación de los fósiles.
Las características anatómicas del Kostensuchus indican que se trató de uno de los depredadores principales hacia fines del Cretácico en la zona patagónica, conviviendo y compitiendo con diferentes especies de dinosaurios. Además, las peculiaridades de las rocas y de otros restos donde encontraron su esqueleto, dejan ver que este gran cocodrilo merodeaba ambientes húmedos y con vegetación abundante.
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Según Novas, este hallazgo es fundamental para conocer cómo era el ecosistema hace 70 millones de años y deconstruir la idea del dominio total de los dinosaurios: “Estamos aportando, desde Sudamérica, información que permite ver que se trataba de un mundo en el que los dinosaurios no estaban solos, sino que los cocodrilos tenían un rol destacado, algunos de ellos siendo depredadores muy importantes”.
La expedición posiciona a la ciencia argentina en lo más alto. Destaca Novas: “La relevancia tiene que ver con poner nuevamente sobre las noticias internaciones a la ciencia argentina. La paleontología sudamericana en líneas generales y los científicos argentinos en particular están muy bien posicionados con todos los descubrimientos que se hacen en este lado del mundo”.