El negacionismo como ideología – Por Miguel Urban

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Miguel Urban *

El negacionismo está de moda. Solo hay que darse una vuelta por las redes sociales o por buena parte de los programas de famosos podcasters para escuchar todo tipo de teorías negacionistas.

Aunque creencias más o menos exóticas, más o menos conspiranoicas, han existido siempre, el negacionismo se está convirtiendo en una suerte de ideología con un amplio repertorio temático que abarca desde los movimientos antivacunas, el terraplanismo, el negacionismo climático, el creacionismo (que afirma la imposibilidad científica de la teoría de la evolución), hasta los negacionistas de genocidios tan dispares como la conquista de América o el que actualmente está perpetrando Israel en Gaza.

De hecho, el negacionismo moderno surge justamente de la negación de un genocidio, hundiendo sus raíces en la Francia de la posguerra como un movimiento de revisionismo histórico destinado a deslegitimar las evidencias del Holocausto perpetrado por el nazismo.

Así, al hablar del negacionismo como ideología, me refiero a una actitud que va más allá de una decisión personal de un individuo como mecanismo de defensa psicológico —ignorar la realidad de una situación que nos produce aversión o angustia—. Se trata de un posicionamiento activo contra evidencias, realidades y hechos históricos o naturales relevantes, con la intención de influir en los procesos sociales y políticos para favorecer determinados intereses. En este sentido, son conocidos y están documentados los esfuerzos del poder corporativo para impulsar la ideología del negacionismo como una forma de agnotología activa destinada a sembrar dudas: desde los efectos del tabaco sobre la salud en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado hasta el carácter antropogénico del cambio climático.

Un informe publicado hace unos años por Greenpeace, Koch Industries: Secretly Funding the Climate Denial Machine, mostró cómo grandes multinacionales norteamericanas ligadas a la energía fósil son el cerebro y la fuente de financiación del negacionismo climático. Entre estos mecenas ultraconservadores destacan los hermanos Koch, pertenecientes a una estirpe petrolera que llegó a ser la tercera fortuna del país. Los «Big Brothers» —como popularmente se les conocía— utilizaron parte de su fortuna para financiar una enorme maquinaria política ultraconservadora y negacionista climática.

Como explica John Cook, uno de los mayores expertos en el análisis y combate de la propaganda climática, los think tanks conservadores han sido una de las fuentes más prolíficas de desinformación, recibiendo cientos de millones de dólares de las empresas de combustibles fósiles para «atacar de modo general a la ciencia climática, ya fuera el consenso científico, los modelos climáticos, los datos sobre el clima o a los propios científicos». Estos think tanks conservadores han actuado como un auténtico cuarto de máquinas del negacionismo, que, aprovechando la emergencia de una especie de «política de la posverdad» —caracterizada por la aparición de burbujas informativas independientes, inmunes a los pesos y contrapesos que tradicionalmente funcionaban como árbitros en el espacio público—, han conseguido esparcir la ideología negacionista.

Un negacionismo que genera nuevas hegemonías que se oponen a los discursos dominantes y ponen en circulación otros conocimientos, otros valores y otras ideologías. Esta estrategia, como explica la profesora Luisa Martín Rojo, común en el discurso político, adquiere aquí rasgos especiales, sobre todo en la manera en que moviliza la sospecha y la conspiración, y en las fuertes emociones que ambas desatan: el odio y el miedo.

Una estrategia discursiva que se imbrica en la nueva sociedad de la «información», basada en el binomio nuevas tecnologías–internet, en un contexto informativo definido por la sobreabundancia, la inmediatez y el culto a la brevedad. Un ecosistema donde la innovación tecnológica responde a los intereses subterráneos de las grandes empresas, beneficiadas por este desplazamiento de lo real a lo virtual. Donde las personas pueden elegir su fuente de información de acuerdo con sus propias opiniones y prejuicios, en una suerte de inviolabilidad ideológica que es también una forma de autismo informativo que favorece la extensión del negacionismo.

Así, en las redes sociales, la propia exposición a la información —inseparable de la conexión y desconexión con otros usuarios mediada previamente por algoritmos diseñados para personalizar la experiencia del usuario, mostrando contenido que probablemente le guste o con el que interactúe— crea una especie de «burbuja» informativa. Una situación que favorece el modelo conocido como «cámara de eco», donde solo encontramos información u opiniones que refuerzan nuestras propias creencias o puntos de vista, limitando la exposición a perspectivas diversas.

En este sentido, el consumo de información se convierte, en parte, en una experiencia comunitaria condicionada por los lazos que se crean y se deshacen en relación con nuestras filias y fobias, en el marco de un espacio digital mediado por un algoritmo al servicio de los intereses del poder corporativo. Lo que favorece la creación de comunidades negacionistas: terraplanistas, antivacunas, negacionistas climáticos… que trascienden el marco del caso concreto para el que habían nacido y acaban naturalizando los discursos negacionistas, comprometiendo los límites entre «realidad» y «ficción».

Porque ya no vale el escrutinio de la razón. Las palabras ya no sirven para designar lo que existe: estamos ante la extensión del negacionismo como ideología, como una forma irracional de estar y de ver el mundo que la extrema derecha está explotando como una palanca para arrastrar pasiones y votantes.

*Ex eurodiputado por Anticapitalistas

Público


 

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