Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Marcos Roitman *
La sombra de un proyecto político truncado por un golpe de Estado pasó de ser una esperanza a convertirse en un pasado incómodo para las generaciones representantes de la nueva izquierda, el progresismo o la socialdemocracia en Chile. Por consiguiente, sus defensores han sido orillados, transformados en nostálgicos, adjetivados de dogmáticos o descalificados.
Toda una serie de calificativos para concluir en la imposibilidad de pactar una vía chilena al socialismo, cualquiera que ésta sea. La única convergencia aceptada y no por casualidad la unidad entre la Democracia Cristiana, corresponsable de los crímenes de lesa humanidad y los ex partidos de la Unidad Popular, cuya militancia fue perseguida, sus miembros detenidos, torturados, bien desaparecidos, y cuyos cuerpos son reclamados por familiares hasta nuestros días, adoptó el nombre de Concertación.
A principios del siglo XXI, pasó a denominarse Nueva Mayoría, con la incorporación del partido comunista. Nada cambió. Existe un consenso bajo la siguiente premisa: la posibilidad de un proyecto alternativo al capitalismo debe ser eliminado del horizonte histórico.Se trata de pensar, únicamente, en reformas al interior de un Chile levantado bajo los principios de una sociedad de mercado; parte de la refundación del orden, que dio comienzo el 11 de septiembre de 1973 con el golpe de Estado.
Tras el triunfo del No en referéndum de 1988 y la retirada del dictador de la presidencia, manteniendo su condición de General en Jefe de las fuerzas armadas y senador vitalicio, el armazón de la dictadura cívico-militar quedo incólume.
La Constitución de 1978 muestra su resiliencia a pesar de los intentos por derogarla. Y no es casual. Los chilenos se sienten cómodos bajo sus postulados, más allá de las declaraciones pomposas en sentido contrario. Han asimilado que la pobreza no tiene raíces sociales, siendo resultado de la falta de iniciativa e incapacidad para competir. Se les ha inculcado –el sistema educativo chileno lo declama–, que tienen éxito quienes arriesgan o aprovechan sus oportunidades en medio de una sociedad meritocrática. El mundo es para las y los emprendedores y empoderados. En consecuencia, las políticas sociales sobran. Son privilegios, no derechos. Entre menos impuestos, mejor. La educación hay que pagarla y la sanidad costearla. Menos Estado y más mercado.
La guerra cultural, defendida por la extrema derecha mundial, ha sido ganada en Chile hace décadas, de ahí que los gobiernos posdictadura, recordemos que en Chile desde 1990 hasta 2025 la derecha tradicional ha gobernado sólo en dos ocasiones (2010-2014 y 2018-2022), con el mismo presidente Sebastián Piñera y la misma coalición, Chile Vamos. Suma de los dos partidos nacidos del pinochetismo. UDI y Renovación Nacional más Evópoli. En ambas ocasiones, la banda presidencial le fue entregada por una saliente Michelle Bachelet.
Continuidad dentro del proyecto. Pero, si algo tenía visos de romper la dinámica anterior fue el triunfo de Gabriel Boric, candidato del Frente Amplio en 2022. Sin embargo, su mandato que culmina en 2026 ha decepcionado. Su gobierno apuntaló las bases del orden impuesto por la dictadura civil-militar y los 30 años de gobiernos electos, cuyas grietas mostraban la necesidad de reformas a fin de mantener las estructuras de dominación y explotación. Los casos de malversación de fondos, ministros acusados de corrupción, abuso de poder, represión al pueblo mapuche, una política internacional subordinada a Estados Unidos, constituyen más de lo mismo.
Lo anterior se refleja en las recientes elecciones primarias celebradas con el objetivo de elegir al próximo candidato presidencial dentro de la izquierda chilena. El abanderado de Boric, el diputado Gonzalo Winter, obtuvo un escuálido 9 por ciento de los votos, mientras Carolina Tohá, perteneciente al Partido Por la Democracia (PPD), llegó a 28 por ciento. Mujer que ha sabido bregar en las aguas de la política chilena.
Diputada, fue ministra con Michelle Bachelet, Gabriel Boric y subsecretaria general del gobierno de Ricardo Lagos, además de alcaldesa de Santiago.
En medio de la decepción y la falta de un proyecto alternativo al cibercapitalismo, la candidata del Partido Comunista, Jeannette Jara, ex ministra de Trabajo con Gabriel Boric, se alzó con el triunfo, sumando 60 por ciento de los votos, lo cual tampoco es significativo si vemos su accionar.
Siendo ministra, se aprobó la ley de las 40 horas de trabajo semanales que entrará en vigor en 2028 y cuya letra pequeña consolida la flexibilidad laboral como mecanismo de contratación preferente. Su candidatura levanta un optimismo y una ilusión desmesurada. Al grito de ¡Es una militante comunista!, ¡No se esconde, habla con claridad! se buscan votos. Convengamos que son argumentos poco convincentes, por decir lo menos. Todo emociones.
En Chile, a 52 años del golpe cívico militar, podemos afirmar que en el corto y medio plazo, las probabilidades de construir un proyecto alternativo al capitalismo están bloqueadas por quienes han decidido cavar la tumba y sepultar las esperanzas de un Chile digno y democrático, que en tiempo aglutinó la Unidad Popular y a su presidente, Salvador Allende.
Si hoy subrayamos que por primera vez desde 1990 la derecha presenta tres candidaturas: Johannes Kaiser, por el Partido Nacional Libertario; Evelyn Matthei, por la Chile Vamos, y Jose Antonio Kast por el Partido Republicano, no debería extrañar que Jeannette Jara no pase a segunda vuelta y que la disyuntiva para presidente en 2026 se dirima entre la derecha pinochetista y la extrema derechapinochetista. ¿Algún responsable? Los gobernantes de la Concertación, Nueva Mayoría y el Frente Amplio, no saben, no contestan. Prefieren seguir mintiendo. No tienen vergüenza.
*Académico, sociólogo, analista político y ensayista chileno-español. Desde 1974, exiliado durante la dictadura del general Augusto Pinochet, reside en España.