Palantir: el ecosistema que convierte los datos en armas de la nueva fase capitalista
Por Lina Merino *
En 2025, Palantir Technologies dejó de ser una compañía más del sector tecnológico para convertirse en el rostro visible de una nueva forma de poder. Fundada en 2003 por Peter Thiel, Alex Karp y otros miembros de la “PayPal Mafia”, desde Denver, Colorado, donde tiene su sede, la empresa pasó de diseñar software de análisis de datos a consolidarse como pieza central del capitalismo de vigilancia. Su crecimiento bursátil –más de quinientos por ciento en un año– y contratos multimillonarios con Estados Unidos, Reino Unido e Israel la colocan en el centro de la convergencia entre seguridad nacional, inteligencia artificial y economía política de la vigilancia.
El meteórico ascenso de Palantir se explica por su ubicación estratégica en el cruce entre Estado y mercado. El entusiasmo de los mercados, con ingresos trimestrales cercanos a los mil millones de dólares y una capitalización que ya supera los doscientos sesenta mil millones, está marcado por una inversión millonaria por parte de empresas como Amazon, Microsoft y OpenAI. Si 2024 fue el año de Nvidia, 2025 pertenece a Palantir.
Pero lo que para los inversores es promesa de rentabilidad, para las sociedades abre interrogantes sobre democracia, trabajo y libertad.
Este ecosistema está formado por las plataformas Gotham empleada para la defensa, Foundry para empresas y sistemas de salud, AIP (Artificial Intelligence Platform) como capa de inteligencia artificial y Apollo como sistema de orquestación– se han convertido en infraestructuras críticas. Lo que comenzó como analítica de inteligencia hoy es una red de control que administra datos militares, corporativos y migratorios a escala planetaria.
La misión de la empresa no deja lugar a dudas: “hacer que Estados Unidos sea más letal”. Desde 2009, Palantir ha obtenido más de dos mil setecientos millones de dólares en contratos con agencias federales, incluidos más de mil trescientos millones con el Pentágono. En Reino Unido, la compañía acumula contratos superiores a trescientos setenta millones de libras esterlinas, un monto equivalente a financiar durante un año a todo el sistema de universidades públicas británicas.
En Alemania, la policía amplió la utilización de Gotham para combinar información de celulares y redes sociales, violando la autodeterminación informativa y la confidencialidad de las telecomunicaciones. Se denuncia que su uso puede afectar a personas inocentes. Según la agencia alemana DW, fue utilizado durante un ataque al consulado israelí en Múnich en septiembre de 2024. El vicepresidente del sindicato de policía, Alexander Poitz, dijo que el análisis automatizado de datos permitió identificar los movimientos de ciertos autores y proporcionar a los agentes conclusiones precisas sobre sus acciones planeadas.
Su papel en la seguridad internacional es aún más controvertido. En Israel, Palantir colabora con el Ministerio de Defensa y las Fuerzas de Defensa israelíes, que utilizan la plataforma Gotham para integrar datos satelitales, de drones y de inteligencia humana en operaciones militares. Durante el genocidio sobre Gaza, estas herramientas redujeron los tiempos de procesamiento de inteligencia de horas a minutos, permitiendo ataques en tiempo real. Ese salto de eficiencia militar tuvo un correlato en el terreno: más vidas bajo riesgo inmediato, más control territorial y más poder de fuego digital y deshumanizado.
En su libro Nueva Fase, Lucas Aguilera sostiene que el capitalismo digital-financiero ya no se limita a subsumir procesos de producción y circulación, sino que captura la totalidad de la vida social como materia prima para la acumulación. Palantir encarna esa dinámica: convierte la existencia cotidiana en insumo para la guerra, gestionando datos de movilidad, comunicación y salud como si fueran recursos militares estratégicos. Según Aguilera, esta “nueva fase” se caracteriza por un modo de producción que opera a escala civilizatoria, donde el trabajo vivo y la información se funden en un mismo dispositivo de extracción de valor.
El negocio de Palantir es vender eficiencia en la toma de decisiones. Bancos como Morgan Stanley la contratan para detectar fraudes, farmacéuticas como Merck para acelerar investigaciones y corporaciones industriales como Airbus para optimizar cadenas de producción. Sin embargo, esa misma lógica aplicada a la seguridad erosiona derechos y consolida un modelo de vigilancia que penetra en todos los ámbitos de la vida. Lo que en el mundo corporativo es “optimización”, o podríamos decir, la minimización de los tiempos de producción para la maximización de la ganancia, en la esfera pública se convierte en control poblacional y en militarización de la información.
Desde otra perspectiva, Maurizio Ferraris ha planteado que vivimos en un régimen de webfare, un estado de bienestar digital invertido: las plataformas nos proveen servicios gratuitos a cambio de la captura total de nuestros datos. Palantir radicaliza este esquema: lo que en otras compañías es “comunismo digital”, la aparente gratuidad de la web, aquí se convierte en militarización digital. En palabras de Ferraris, la escritura digital es la nueva fuerza productiva, y en el caso de Palantir esa escritura se transforma en munición de guerra. La captura masiva de huellas digitales ya no sirve solo para segmentar publicidad, sino para orientar drones, definir objetivos y reconfigurar operaciones militares en tiempo real.
La compañía representa la cristalización de una política digital de seguridad donde el Estado delega funciones soberanas en plataformas privadas. Peter Thiel, su cofundador, a quien podríamos definir como un intelectual orgánico de la Aristocracia Financiera y Tecnológica con asiento en Silicon Valley, actúa como bisagra entre la ingeniería de datos y toda la ejecución política de tinte neofascista.
Peter Thiel no es solo un empresario. Es también un filósofo de formación y un actor político de gran influencia. Fue uno de los pocos en Silicon Valley que en 2016 apoyó abiertamente la candidatura de Donald Trump, cuando casi todo el complejo tecnológico jugaba para Hillary Clinton. Su apuesta resultó decisiva para tender un puente entre el trumpismo emergente y ciertos sectores del capital tecnológico, abriendo así un frente inédito en la política estadounidense. Thiel también se ha vinculado a la autodenominada “ilustración oscura” (Dark Enlightenment), corriente intelectual que reivindica se reivindica también como pensamiento neorreaccionario (NRX) de figuras como Curtis Yarvin, y que promueve la idea de una élite tecnológica y financiera con capacidad de gobernar por encima y en contra de las instituciones democráticas tradicionales.
Al mismo tiempo, Thiel ha sido el principal arquitecto de la carrera política de J.D. Vance. Desde su candidatura a senador por Ohio en 2022 hasta su proyección nacional, Vance contó con el respaldo financiero, ideológico y estratégico de Thiel, que no solo lo convirtió en un representante político de la Aristocracia Financiera y Tecnológica, sino que también fue quien sugirió personalmente a Donald Trump su designación como candidato a vicepresidente en 2023. De este modo, Thiel no solo aparece como cofundador de Palantir, sino como un operador clave en la configuración del bloque de poder neocosnervador que hoy gobierna Estados Unidos.
Palantir funciona así como un laboratorio para control total, proponiendo un futuro donde la soberanía ya no reside solo en parlamentos y gobiernos para control popular, sino en algoritmos y servidores administrados desde oficinas privadas.
El dilema ya no es tecnológico, sino político. Frente a un escenario en el que las grandes plataformas se consolidan como actores estratégicos, la pregunta es qué mecanismos de control democrático y popular pueden evitar que la inteligencia artificial aplicada a la seguridad derive en un poder de vigilancia y represión sin contrapesos. O, más general, cómo nos apropiamos de la tecnología, que es necesariamente un producto humano, pero que a veces nos resulta tan ajena o superior. La respuesta no vendrá de los mercados ni de las corporaciones, ni de los tanques de pensamiento de Silicon Valley, sino de la capacidad social y política de disputar la orientación de estas tecnologías. En el corazón de esa disputa se juega no solo el futuro de la democracia, sino también el sentido de la vida en una era donde los datos se transforman en armas.
* Lina Merino es Lic. Biotecnología y Biología Molecular, Dra. Cs. Biológicas (UNLP), diplomada en género y gestión institucional (UNDEF), Profesora (UNAHUR), investigadora (CICPBA), analista de NODAL.