A 58 años del asesinato de Ernesto “Che” Guevara – Por Leoncio Alvarado Herrera

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Honduras | A 58 años del asesinato de Ernesto “Che” Guevara

Por Leoncio Alvarado Herrera*

A cincuenta y ocho años del asesinato físico de Ernesto Guevara de la Serna, más conocido como el Che, América Latina, recuerda no solo la muerte de un hombre, sino la persistencia de un ideal de libertad. De origen argentino y formado como médico, Guevara murió con el sueño intacto de liberar a los pueblos oprimidos por el sistema imperialista nacional, global y construir un mundo más justo, equitativo y solidario.

El Che participó en tres procesos revolucionarios fundamentales. El primero fue la gesta cubana del Movimiento 26 de Julio, junto a Fidel Castro, que culminó en 1959 con la caída del dictador Fulgencio Batista e inició la consolidación de la revolución cubana. En 1965 emprendió la lucha en el Congo, África, junto a los movimientos insurgentes locales, aunque sin alcanzar la victoria extrajo grandes lecciones para los próximos procesos. Su última batalla tuvo lugar en Bolivia, en 1967, donde, tras un arduo intento de articular la revolución desde las bases campesinas, fue capturado y ejecutado en la escuela de La Higuera, en Vallegrande, el 9 de octubre de ese mismo año. Desde entonces, el “fantasma” del Che se dispersó por el mundo, resurgiendo en muchos líderes de izquierda y progresistas que luchan por la libertad y contra un sistema hegemónico injusto.

La vida del Che fue un testimonio de convicción, entrega, coherencia ética y perfeccionamiento revolucionario, a partir de las reflexiones que obtenía de cada lucha. Su empeño por un modelo alternativo de vida lo llevó a enfrentarse tanto a la burocracia interna de los procesos revolucionarios como a las estructuras del poder global capitalista e imperialista, que, a través de un currículo oculto, margina y empobrece a las grandes mayorías. Comprendió que la verdadera emancipación debía ir acompañada de una profunda transformación moral y educativa del individuo, capaz de esclarecer las injusticias y, por consiguiente, de construir alternativas para una vida diferente, protagonizada por su propio desarrollo y orientada hacia la dignidad.

En este sentido, parte de su pensamiento y lucha dialoga con la tesis de Erich Fromm en su libro El miedo a la libertad, donde se plantea que el ser humano ha interiorizado el modelo capitalista hasta el punto de reproducir sus estructuras dentro de sí mismo, acomodarlas y defenderlas como las más válidas y asequibles. Guevara emprendió, así, un doble proceso: la deconstrucción del capitalismo en su interior y en el de sus compañeros, y la construcción del sujeto revolucionario como un nuevo ser humano.

El pensamiento del Che converge con el socialismo y, en gran medida, con el comunismo, pero no desde la teoría abstracta, sino desde la práctica y el contacto directo con las clases trabajadoras del campo. Es decir, desde un proceso de ajuste y perfeccionamiento en la realidad concreta de cada espacio geográfico. Su experiencia en Cuba, el Congo y Bolivia le permitió depurar la teoría socialista mediante la confrontación con la realidad de los pueblos que incluye aspectos culturales, su lengua y cosmovisión. Desde la montaña y el campesinado, a través del ensayo y la práctica cotidiana, hizo de la revolución un proceso humano, que requería esfuerzo, sacrificio y amor.

Por ello fue considerado, muchas veces, como radical: se atrevió a cuestionar incluso el socialismo burocrático y las estructuras que vaciaban de contenido al ideal revolucionario, como se evidenció en sus críticas al modelo de la URSS de aquel entonces que cada vez más copiaba conductas y prácticas hegemónicas.

Una de las grandes lecciones que legó fue que cada proceso revolucionario debe adaptarse a la realidad específica de cada país, a sus condiciones sociales, culturales, políticas y económicas, así como a la actitud de la clase campesina o trabajadora del lugar. No existen fórmulas universales para la emancipación; el éxito de una revolución depende del clima social, del sentimiento colectivo y, sobre todo, de la conciencia que los pueblos tengan de su propia libertad. Se trata de un gran proceso de organización y formación en el que, evidentemente, el papel del líder es indispensable.

Los procesos en los que participó fueron profundamente humanos. Guevara soportó el hambre, la enfermedad, la traición y la soledad. Su asma, lejos de debilitarlo, se convirtió en símbolo de resistencia y convicción. En medio de la selva o la montaña, continuaba leyendo, enseñando, curando y aprendiendo. Como médico, atendía gratuitamente a campesinos e incluso combatientes enemigos; como educador, impartía clases donde podía; y como hombre, practicaba lo que predicaba. Promovió el trabajo voluntario como expresión de solidaridad y dignidad colectiva, convencido de que el esfuerzo común era el camino hacia la libertad auténtica.

El espíritu revolucionario del Che fue profundo y genuino, con una pasión que rozaba el fanatismo. La liberación de Cuba despertó en él la convicción de que otros pueblos también podían emanciparse, por lo que promovió la internacionalización de la revolución a través del proletariado. Esa aspiración inquietó al imperialismo, que temía la expansión de una revolución continental, por eso lo persiguió constantemente a través de agencias como la CIA.

En algunos casos, su radicalidad y su rigor ético lo hicieron, muchas veces, incomprendido, incluso entre sus propios compañeros, lo que dificultó la consolidación de algunos procesos. Su entrega fue total, hasta las últimas consecuencias, y por eso su legado permanece como una llama que sigue encendiendo las conciencias de quienes luchan por la justicia social.

Comprender el verdadero proyecto revolucionario del Che es un desafío, y más aún aplicarlo en un mundo donde el capitalismo ha penetrado hasta los cimientos culturales y psicológicos de los pueblos, volviéndolos dependientes de sus propias cadenas y, en muchos casos, cómodos con el yugo de la pobreza. La tarea revolucionaria, por tanto, pasa también por la educación, la lectura y la conciencia crítica: por entender que la raíz de muchos males no está en el individuo, sino en el sistema que lo domina.

Los países progresistas de América Latina mantienen viva esa llama, aunque constantemente sean socavados por el avance de las fuerzas reaccionarias. Sin embargo, las ideas, como la libertad que defendía el Che, son inmutables. Su “fantasma”, metáfora de la conciencia emancipadora, sigue recorriendo el continente e inquietando al imperialismo, que una y otra vez ha intentado sepultar sus ideales en lugares como Cuba, Venezuela o Nicaragua.

A cincuenta y ocho años de su muerte, la revolución que inspiró el Che sigue viva: intangible pero presente, silenciosa pero invencible. Es la revolución de la justicia, de la igualdad y de la libertad verdadera. Porque las ideas no mueren: se transforman, se heredan y se hacen pueblo. Y en ese sentido, el Che no ha muerto. Vive en cada gesto de dignidad, en cada lucha por la independencia de América Latina, en cada ser humano que se niega a aceptar la opresión como destino.

Agencia hondureña de noticias

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