Bolivia | Elecciones sin Evo: el retorno de las élites y el declive del Estado Plurinacional

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Bolivia | Elecciones sin Evo: el retorno de las élites y el declive del Estado Plurinacional

Bolivia llega a la segunda vuelta electoral del 19 de octubre con un escenario inédito: por primera vez en dos décadas, el Movimiento al Socialismo (MAS) no disputa el poder. La fractura interna del espacio que gobernó desde 2006 derivó en un balotaje entre dos candidatos de derecha, Rodrigo Paz y Jorge “Tuto” Quiroga. Detrás de la coyuntura electoral se define algo más profundo: el cierre de un ciclo político y la posibilidad de una restauración liberal en el país que fue emblema de la transformación popular en América Latina.

El desplazamiento de Evo Morales del proceso electoral fue el punto de quiebre. Su inhabilitación, avalada por el Tribunal Constitucional Plurinacional, marcó un nuevo capítulo del lawfare en la región: el uso del aparato judicial para excluir a liderazgos populares. Sin el exmandatario, el MAS se dividió entre la estructura del presidente Luis Arce y la corriente “Evo es Pueblo”, que impulsó el voto nulo como gesto de resistencia. Ese voto, que alcanzó el veinte por ciento, fue más que un dato: expresó el rechazo de una parte significativa del electorado a un sistema político que volvió a girar hacia las élites.

El balotaje entre Paz y Quiroga simboliza ese viraje. Ambos candidatos reivindican un programa económico liberal, con prioridad a la inversión privada, apertura a los organismos financieros internacionales y alineamiento diplomático con Estados Unidos. Las diferencias entre ellos son tácticas, no estructurales. Quiroga, exmandatario entre 2001 y 2002, propone un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y la “cooperación” con Washington en materia de seguridad y justicia. Paz, de discurso más moderado, defiende un “capitalismo para todos” que combina inversión extranjera con control estatal. En ambos casos, el horizonte se aleja del modelo soberano y redistributivo que definió al proceso de cambio.

El viraje boliviano tiene una lectura regional. Forma parte de un reacomodamiento político que incluye el avance de gobiernos conservadores y la presión creciente de Estados Unidos sobre los países que buscan mantener autonomía económica. En ese contexto, el retorno de un gobierno de derecha en Bolivia significaría la pérdida de un eje estratégico para la integración latinoamericana. Desde la nacionalización de los hidrocarburos en 2006 hasta la creación de organismos como la RUNASUR, el proyecto del Estado Plurinacional había actuado como contrapeso frente a la injerencia externa.

A nivel interno, el impacto del quiebre es social y simbólico. La exclusión de Evo Morales no solo dejó al movimiento popular sin representación electoral, sino que profundizó la fragmentación entre sindicatos, organizaciones campesinas e indígenas. La alianza histórica entre el Estado y los pueblos del campo se debilitó, y las políticas públicas que sostenían la redistribución —subsidios, créditos productivos, inversión comunitaria— se redujeron bajo el discurso de la eficiencia fiscal. En paralelo, la minería aurífera, el agronegocio y los sectores financieros recuperaron influencia en la agenda pública.

El gobierno de Arce, atrapado entre la gestión económica y la disputa política con Morales, terminó administrando la transición hacia un nuevo bloque de poder. La exclusión judicial del expresidente y la desmovilización del MAS dejaron el terreno despejado para la recomposición liberal. Pero el voto nulo masivo y la persistencia de liderazgos sociales en regiones como Cochabamba o El Alto muestran que el campo popular no desapareció: se reconfigura, busca formas de acción y reconstruye su horizonte fuera de las urnas.

El proceso boliviano sintetiza un dilema que atraviesa a América Latina: cómo sostener proyectos de transformación cuando la institucionalidad se vuelve un arma contra quienes la desafiaron. Lo que está en juego no es solo un resultado electoral, sino el sentido mismo del Estado Plurinacional. En nombre de la estabilidad, se reactiva un modelo dependiente y extractivista; en nombre de la democracia, se consolida una exclusión política.

La historia reciente de Bolivia enseña que cada intento de restauración genera nuevas resistencias. El balotaje del 19 de octubre puede sellar un ciclo, pero también marcar el inicio de otro. La pregunta que queda abierta es si el pueblo boliviano aceptará el retorno del orden liberal o volverá a reinventar, desde abajo, las formas de su propia soberanía.

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