Del Che, a la llamada Generación Z: volver a pensar la insurgencia
Por Yesica Leyes*
El 9 de octubre no solo recuerda la muerte de Ernesto “Che” Guevara, sino que reactiva una pregunta urgente: ¿qué queda de su legado en las generaciones que crecieron después? Desde los hijos de la modernidad industrial hasta los nativos de la nueva fase capitalista, cada generación ha interpretado, olvidado o reinventado la rebeldía guevarista a su modo. Pero el desafío actual es común, volver a pensar la insurgencia no como nostalgia, sino como moral viva capaz de atravesar los tiempos.
«En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ése, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria» (mensaje del Che a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental 1967).
Han pasado cincuenta y ocho años desde que el Che fue ejecutado por el régimen de Barrientos Ortuño bajo las órdenes de la CIA en La Higuera, Bolivia. Sin embargo, su rostro y su palabra siguen funcionando como espejo de las tensiones entre generaciones. No se trata de repetir consignas ni de imitar gestas heroicas, sino de entender qué significa hoy su legado, qué “nuevos gritos de guerra y de victoria” estamos construyendo, pensando la insurrección como acto de dignidad, el humanismo como la construcción de una nueva moral y un internacionalismo de clase que trascienda todos los pabellones nacionales.
Jóvenes insurgentes: romper, crear, resistir
El “Che” llevó la insurgencia a su máxima expresión vital. No solo fue un cuadro teórico si no un cuerpo en confrontación, un hombre que hizo de su vida un acto de ruptura. Su recorrido por América Latina, como joven médico argentino, le reveló que la verdadera enfermedad del continente era la injusticia. De esa experiencia nació su decisión de pasar de la palabra al hecho, de la observación al combate. En la Sierra Maestra no solo empuñó un fusil, también curó a los heridos y compartió el hambre con los campesinos una vez tomado el poder, rechazó el privilegio y la comodidad. Cuando ya era ministro en la Cuba revolucionaria, volvió a partir, primero al Congo y luego a Bolivia, para seguir la causa revolucionaria donde hiciera falta, un ejemplo de insumisión total ante el orden establecido.
En la actualidad, ese ideal toma otra forma. La juventud no marcha hoy hacia las montañas con fusiles, sino hacia las calles y las redes, con carteles y celulares.
La llamada Generación Z, o centennial -categoría impuesta por consultoras de Marketing- se delimita con las y los nacidos entre mediados de los años 90 y comienzos de la década de 2010. Las y los jóvenes de esta franja etárea crecieron bajo un contexto de crisis múltiples: climática, económica, política y emocional, productos de un cambio sistémico. Es una generación hiperconectada, habituada a informarse y expresarse en redes sociales, que combina la inmediatez tecnológica con una fuerte sensibilidad hacia causas sociales sectoriales. Pero al mismo tiempo y por el desgaste propio de un cambio de fase -contexto en el que nace- no confía en las instituciones tradicionales y busca construir nuevas formas de participación, identidad y comunidad. Se mueve entre la precariedad laboral, la falta de proyección, la potencia creativa y la identificaciión con ciertos productos de la industria cultural que circulan en comunidades cerradas, hasta que por algún motivo, se dan a conocer. Es el caso de One Piece, una serie de animé, que prestó sus símbolos a las protestas en Nepal y Perú.
En América Latina, esa rebeldía tiene nombres y rostros concretos. Los estudiantes chilenos que desafiaron al modelo neoliberal; las pibas argentinas que hicieron del feminismo una revolución de cuerpos y palabras; los jóvenes colombianos que convirtieron el miedo en tambor y mural durante el Paro Nacional. Todos ellos son parte de una misma corriente insurreccional, que demuestra que la llamada generación Z, o la juventud, no responde a motivaciones unívocas y entre el consumo, el marketing y las injusticias, la ruta que encauza esas rebeldías, es un territorio en disputa.
¿Cómo hacer de la rebeldía una fuerza transformadora? Cada generación que asume esa moral insurgente reinterpreta la misma pregunta.
Aunque las formas y los métodos cambian con el paso del tiempo, en cada época hay una constante que atraviesa a las juventudes cuando asumen su papel transformador: la decisión de rebelarse ante lo dado. Con su bajo grado de miedo y escasa ciudadanización, son quienes desafían la autoridad de las fuerzas uniformadas. Esa osadía no sólo representa un gesto de rebeldía física, sino una fractura simbólica en el disciplinamiento de los cuerpos impuesto por la burguesía. Así, la juventud insurgente no sólo cuestiona el poder represivo, sino que impulsa un proceso de transformación política y moral, desestabilizando los fundamentos del orden dominante y erigiéndose en el sujeto transformador de una nueva relación de fuerzas sociales.
La moral revolucionaria que encarnó Ernesto “Che” Guevara no fue sólo una ética de combate, sino una forma de vida basada en la coherencia entre pensamiento y acción, en la entrega a una causa que trasciende al individuo.
¿Existe esa llama entre las nuevas generaciones que protestan? ¿Qué hay más allá de la negativa de estos jóvenes a aceptar la injusticia como destino?
Además de manifestar su descontento ¿Hay una ambición en cambiar las estructuras del poder?
El gesto del Che era el de quien convierte la rebeldía en práctica histórica, enfrentando lo establecido no por impulso, sino por conciencia. El insurgente es el protagonista activo de la insurrección, no es un simple manifestante, sino quien encarna la energía transformadora que busca alterar la correlación político-militar del poder. Su acción rompe con las figuras tradicionales de la protesta, pues asume el enfrentamiento directo como forma de disputar el control del orden establecido.
Internacionalismo: acción más allá de fronteras
El internacionalismo del Che Guevara fue acción concreta. Desde el Congo hasta Bolivia, llevó su compromiso más allá de la retórica, entendiendo que la liberación de los pueblos no puede fragmentarse. “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución”, decía, pero también actuar solidariamente donde otros la libran.
Esa misma esencia resurge hoy en gestos como la Flotilla por Palestina, integrada por activistas, médicos y voluntarios de distintos países que desafían los bloqueos marítimos para llevar ayuda humanitaria a Gaza. Son jóvenes en su mayoría de una generación anterior a la Z, probablemente contenidos en el rango de la conocida como “generación Y”, entre los que destaca la presencia de Greta Tunberg, instituida ya como una referencia entre los jóvenes, que con métodos propios como campañas digitales, donaciones y denuncias globales, se hace heredera (incluso sin saberlo) de un internacionalismo guevarista actualizado a su tiempo.
La flotilla, como las acciones del Che en África y América Latina, parte de una misma raíz moral: el rechazo a la indiferencia frente al sufrimiento ajeno.
No cabe ninguna duda de que el Che, desde una compresión de los métodos de lucha que demanda el tiempo histórico, hubiera subido a la flotilla, poniendo su cuerpo junto a quienes resisten, para denunciair el genocidio palestino con la misma convicción que guió toda su vida. Habría compartido los riesgos con los demás activistas, demostrando que la solidaridad no es una palabra, sino una práctica, y que el internacionalismo sigue vigente cada vez que alguien se juega por la dignidad humana.
Recordemos que Guevara estuvo en Gaza en 1959, marcando un hito en la historia del internacionalismo revolucionario, al transformar el conflicto palestino en una causa de solidaridad mundial. Durante su recorrido, el Che expresó su apoyo al pueblo palestino y a su lucha contra la ocupación sionista. Este gesto sentó un precedente para vincular la causa palestina con los movimientos de liberación de todo el mundo. La lucha de palestina fue también su lucha y fue concebida por él como parte del mismo proceso de emancipación, que unía a los pueblos frente al colonialismo y al imperialismo.
Incluso el historiador palestino Salman Abu Sitta recuerda que, según testigos de la histórica visita, el Che interpeló a los palestinos durante su paso por la Franja de Gaza, en 1959, con una serie de preguntas directas y desafiantes: “Tienes que mostrarme qué has hecho para liberar tu país. ¿Dónde están los campos de entrenamiento? ¿Dónde están las fábricas de armas? ¿Dónde están los centros de movilización del pueblo?”
Valen las mismas preguntas para la llamada Generación Z
La juventud de hoy tiene la posibilidad única de ejercer un internacionalismo a un clic de distancia, capaz de conectar luchas más allá de fronteras físicas. A diferencia de generaciones anteriores, que necesitaban viajar o pertenecer a estructuras organizadas para mostrar apoyo, hoy los jóvenes nativos digitales pueden difundir información, coordinar acciones y visibilizar injusticias en tiempo real e incluso crear nuevo tipo de organizaciones.
Las tecnologías de comunicación e información se han convertido en herramientas clave para organizar y difundir mensajes. En Cataluña en 2019, por ejemplo, muchas acciones y consignas se coordinaron a través de la plataforma anónima Tsunami Democratic.
El espacio virtual actúa así como mediación para la producción de poder: gracias a las redes sociales, las luchas no solo adquieren alcance global, sino que también permiten transferir tácticas, consignas y símbolos a los territorios locales, como la ocupación del aeropuerto de Barcelona inspirada en estrategias usadas en las protestas de Hong Kong en 2014 y 2019.
Estos movimientos insurgentes se caracterizan por ser masivos y sin líderes: aunque se persigan y detengan a sus promotores, continúan activos. Su naturaleza sin rostro dificulta la represión o la negociación, y las simples concesiones no bastan para controlarlos. En Chile, en 2019, el pueblo superó el cerco mediático utilizando redes sociales para mostrar videos y testimonios de la magnitud de las movilizaciones y la represión, captando la atención de la comunidad internacional y globalizando la protesta.
Conciencia revolucionaria: el humanismo del Che
Para el Che, el humanismo constituía un rasgo fundamental de su personalidad que guiaba toda su actuación revolucionaria. Este se expresaba en su gran sensibilidad que siempre lo acompañó, en el trato digno y cercano a los enfermos, como se observa en su paso por los leprosarios de San Pablo de Loreto en la frontera entre Perú, Brasil y Colombia, y en el Hospital Portada de Guía en Lima, Perú.
«Sean capaces siempre de sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda del revolucionario» (carta del Che a sus hijos).
El humanismo del Che trascendía la compasión individual para erigirse en un proyecto político y moral radical, la construcción del “Hombre Nuevo”. Esta figura ideal, núcleo de su concepción revolucionaria, representaba al sujeto desprendido, solidario y consciente, capaz de priorizar incentivos morales por sobre los materiales en la edificación del socialismo. Para Guevara, la verdadera transformación no podía limitarse a cambios económicos; requería una mutación ética profunda en cada individuo.
Este planteamiento mostraba que la revolución no es sólo política o económica, sino un proceso de formación moral y humana. Donde la conciencia y la acción cotidiana se convierten en herramientas de emancipación y solidaridad.
Hoy el humanismo debe pensarse como un cuestionamiento constante y no como un producto mercantil. Frente a un mundo que reduce la experiencia humana a un bien accesorio, el humanismo crítico apuesta por la memoria histórica, la contradicción y las prácticas colectivas como instrumentos de resistencia frente a la lógica del capital que impone servidumbre y define qué necesitamos para “vivir seguros”.
La utopía humanista surge como posibilidad de autopercepción, entendida como retorno a la esencia del pensamiento humano. Implica preguntarse cómo recuperar la capacidad de interpretarnos a nosotros mismos y de actuar libremente, pese a las tecnologías que inmovilizan y convierten al sujeto en espectador pasivo. En este marco, el humanismo no es abstracto, se construye mediante reflexión, creatividad colectiva y prácticas que resistan la deshumanización, cuestionando cómo la tecnología puede servir para potenciar en lugar de anular la humanidad compartida.
La Generación Z, al estar inmersa desde su nacimiento en entornos digitales, se encuentra ante esas potencias. La posibilidad como potencia de desarrollar un humanismo que combine la sensibilidad ética con las herramientas tecnológicas. A través de la conectividad global y el acceso inmediato a información, pueden generar empatía hacia distintos contextos y actuar en consecuencia, ampliando la noción de responsabilidad hacia el otro más allá del espacio físico. De las calles a las redes y de las redes a las calles, ¿es posible pensar la subversión del orden que proponen los intelectuales orgánicos de la fracción del capital que logre reponerse a la crisis?
Ya en «El Socialismo y el hombre en Cuba» (1965) el che nos decía «Haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos. Nos forjaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica.»
La vigencia del Che no está en el pasado, sino en la pregunta que le hace al presente: cómo convertir la indignación en acción efectiva para la transformación. Su legado no es un modelo a copiar, sino un principio a aplicar, el de la praxis revolucionaria.
Quienes pregonan el giro inevitable de la juventud hacia la derecha no solo ignoran la evidencia concreta de un mundo donde florecen experiencias revolucionarias, sino que ocultan una verdad incómoda: allí donde la izquierda abandona sus horizontes transformadores, allana el camino a los monstruos. Lo advirtió Gramsci: «El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos».
Aunque en esos claroscuros las juventudes ya no buscan una identificación directa con figuras como la del Che, no necesariamente escapan de la fuerza revolucionaria de la insurgencia que él impulsaba. En definitiva, el legado del Che no pertenece a una época, sino a todas. Las generaciones X, Y, Z y las venideras enfrentan distintos rostros del mismo enemigo. Enemigo que podemos resumir en injusticia, desigualdad y deshumanización. El desafío sigue siendo común, una creación histórica que une pasado, presente y futuro en una misma apuesta por la dignidad humana.
*Yesica Leyes, Secretaria Nacional de Juventud de la CTA-T