Estados Unidos continúa presionando en el tablero caribeño
El arribo del destructor estadounidense USS Gravely a Trinidad y Tobago, y los recientes vuelos de bombarderos B-1 sobre la costa venezolana marcaron un punto de inflexión en la tensión militar del Caribe. Washington mantiene la presión, bajo el pretexto de la “lucha antidrogas” y la “seguridad fronteriza”, pero con objetivos que trascienden lo operativo: los recursos estratégicos de América Latina.
En Caracas, la respuesta no se limitó a una denuncia diplomática. El gobierno venezolano de Nicolas Maduro, activó mecanismos de defensa integral y suspendió los acuerdos gasíferos con Trinidad y Tobago, advirtiendo que el territorio caribeño se convirtió en base militar subordinada a los intereses del Comando Sur de Estados Unidos. Lo que está en juego no es un episodio aislado, sino la reaparición de un modelo de intervención “preventiva” en el que la seguridad vuelve a ser la excusa para justificar la ocupación.
La maniobra norteamericana combina presión militar, sanciones económicas, operaciones de inteligencia y una intensa campaña de desinformación. La narrativa del “narco-terrorismo” y la supuesta amenaza venezolana reeditan estrategias conocidas: fabricar el enemigo para habilitar la acción. En este caso, el despliegue militar se superpone con el interés por controlar el flujo energético, los minerales críticos y la infraestructura digital que atraviesa el Caribe.
Venezuela produce hoy más de un millón de barriles diarios de petróleo, con exportaciones que crecieron casi veinte por ciento en 2024 según datos del Banco Interamericano de Desarrollo. La mayor parte de esos envíos tiene como destino Asia, especialmente China e India. En paralelo, el Canal de Panamá y la red de cables submarinos de fibra óptica —que transportan hasta el 99 % del tráfico de Internet de la región— se consolidan como ejes de la competencia entre Washington y Beijing. Controlar esas rutas implica dominar la logística, la energía y la información.
Frente a esta ofensiva, Caracas busca ampliar alianzas políticas y económicas con América Latina y con potencias extra-regionales. El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, llamó desde Kuala Lumpur a abandonar la lógica de las intervenciones militares y a fortalecer la cooperación regional. Desde Bogotá, Gustavo Petro defendió el principio de soberanía y anunció acciones judiciales ante los ataques verbales del presidente estadounidense. Cuba, por su parte, expresó apoyo explícito a ambos mandatarios. Estos gestos, aunque simbólicos, configuran una línea de contención frente al avance militar norteamericano.
En el plano interno, Venezuela sostiene una estrategia de defensa cívico-militar-popular. Las Zonas Operativas y los Órganos de Dirección de Defensa Integral, junto a la Milicia Bolivariana —que incluye sectores pesqueros, indígenas y campesinos—, articulan una respuesta territorial que combina organización social y capacidad operativa. En esa lógica, cortar acuerdos energéticos o diversificar mercados no son solo decisiones económicas: son actos de soberanía.
La guerra ya no se libra solo en el mar o el aire. También se disputa en el terreno simbólico. Las fake news, los informes sesgados y las operaciones mediáticas pretenden instalar la imagen de un país en caos para debilitar su legitimidad internacional. Sin embargo, la resistencia comunicacional que emerge desde medios públicos y redes populares redefine la defensa como un proceso informativo y cultural.
El Caribe vuelve a ser tablero geopolítico y campo de prueba para la confrontación entre potencias. Pero también es el escenario donde América Latina puede volver a afirmar su voz. La historia muestra que la ocupación siempre comienza en nombre de la “seguridad” y termina en despojo. Revertir esa lógica requiere cooperación, integración y una diplomacia que priorice la paz.
El desafío inmediato es sostener la soberanía sin caer en la provocación. La región dispone de herramientas como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), los mecanismos de defensa conjunta y la solidaridad social organizada. Si la guerra se libra en múltiples frentes, la respuesta también debe ser multidimensional.
Porque defender la paz hoy es, más que nunca, defender la independencia de mañana.
