Francia se sacude: el ajuste de Macron y la resistencia en las calles
El gobierno francés atraviesa su momento más delicado en décadas. En menos de dos años, Emmanuel Macron ha visto caer tres primeros ministros, mientras el país se hunde en una crisis institucional que combina parálisis política, estancamiento económico y un creciente rechazo social. La reciente designación de Sébastien Lecornu, el cuarto jefe de gobierno en apenas tres años, no alcanzó para estabilizar la situación. Su gabinete duró solo 14 horas: un récord de fugacidad que retrata el agotamiento del sistema político francés.
Las calles tampoco dan tregua. El 2 de octubre, más de 600 mil personas —según los sindicatos— se movilizaron en todo el país contra los recortes presupuestarios y las políticas de austeridad. En París, las consignas fueron elocuentes: “Dinero para la universidad, no para el ejército”. El malestar atraviesa sectores diversos: docentes, trabajadores públicos, estudiantes y jubilados, todos afectados por una economía que no logra recomponerse.
El nuevo presupuesto 2026, presentado por Lecornu antes de su renuncia, buscaba reducir el déficit público —que ronda el 5,8% del PIB— mediante un ajuste de treinta mil millones de euros. La medida incluía recortes en salud y educación, y un aumento impositivo a las grandes fortunas. Pero la “disciplina fiscal” chocó con la resistencia social y la fragmentación parlamentaria. En un intento de desactivar la protesta, el gobierno suspendió hasta 2028 la polémica reforma jubilatoria que elevaba la edad de retiro de 62 a 64 años.
Francia parece atrapada entre dos fuegos. De un lado, las presiones de Bruselas y de los mercados financieros, que reclaman reducir el gasto y sostener la confianza inversora. Del otro, una sociedad movilizada que defiende el modelo social que hizo de Francia un emblema europeo de derechos laborales y bienestar. El margen de maniobra es mínimo: el país enfrenta una deuda pública equivalente al 114% de su producto interno bruto y un crecimiento proyectado de apenas 0,8% para 2026.
El trasfondo político agrava el panorama. Desde las elecciones legislativas anticipadas de 2024, la Asamblea Nacional está dividida en tres bloques: la coalición oficialista de centro-derecha (Renaissance), la izquierda agrupada en la Nueva Frontera Popular y la extrema derecha del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen. Ninguno tiene mayoría. En este escenario, Macron gobierna por ensayo y error, negociando cada medida y enfrentando mociones de censura que se repiten con frecuencia.
El desgaste no solo es institucional. Es también simbólico. Francia, uno de los pilares de la Unión Europea, exhibe hoy los síntomas de una democracia agotada: desafección ciudadana, pérdida de confianza en las instituciones y un creciente voto castigo que alimenta a la extrema derecha. Marine Le Pen encabeza las encuestas con un 40% de aprobación, frente a un 14% de Macron. La posibilidad de que Reagrupamiento Nacional acceda al poder en 2027 ya no parece un escenario improbable.
El conflicto francés condensa una tensión global: cómo sostener la legitimidad democrática en sociedades atravesadas por la desigualdad y la crisis de representación. Las movilizaciones no solo expresan malestar económico, sino la demanda de un nuevo pacto social. Las calles —de los “chalecos amarillos” a las huelgas actuales— siguen siendo el principal escenario donde se disputa el sentido de la política.
El gobierno intenta recomponer el orden apelando a la estabilidad fiscal, pero la crisis ya no es solo contable. Es una crisis de legitimidad, de representación y de horizonte. Francia se ha convertido en un laboratorio de la Europa posneoliberal: un país que oscila entre la austeridad que impone Bruselas y la resistencia popular que exige redistribución y justicia social.
La pregunta que queda abierta es si Macron logrará conducir la transición sin que el descontento se transforme en ruptura. Por ahora, todo indica que Francia seguirá siendo el epicentro de un conflicto que combina la fatiga del sistema con la persistencia de un pueblo que no deja de salir a la calle.
