La Flotilla Global Sumud desafía el bloqueo de Gaza y reordena la agenda política europea
La intercepción de la Flotilla Global Sumud por parte de la Marina israelí, el pasado 1 de octubre, marcó un nuevo punto de quiebre en la guerra contra Gaza. Decenas de embarcaciones que transportaban ayuda humanitaria fueron rodeadas en aguas internacionales y obligadas a cambiar de rumbo. Según el sitio oficial de la flotilla, de los 400 tripulantes activistas, a la fecha 396 se encuentran secuestrados por parte de las Fuerzas de Defensa de Israel y cuatro, de nacionalidad italiana, ya fueron deportados. El hecho desató una ola de protestas en distintas capitales del mundo y expuso a la Unión Europea a un dilema político: mantenerse en la ambigüedad frente a Israel o endurecer su posición.
Las masivas protestas durante la jornada del 2 de octubre se dieron en distintas ciudades europeas de España, Italia, Francia, Alemania, Irlanda e incluso frente a la sede del Parlamento Europeo en Ginebra, donde miles de personas se manifestaron. La población europea exige que los gobiernos sancionen a Israel, suspendan la cooperación económica e incluso llaman al boicot a empresas que financian el genocidio.
La flotilla no es un gesto aislado. Es la mayor operación civil de resistencia marítima de los últimos quince años. Más de cuarenta barcos y quinientos voluntarios de redes internacionales, con apoyo logístico distribuido desde Túnez, Grecia e Italia, buscan abrir un corredor humanitario hacia Gaza. Su presencia multiplica la presión sobre gobiernos europeos y organismos multilaterales, obligándolos a pronunciarse frente a la evidencia de un bloqueo que Naciones Unidas y numerosas ONG describen como ilegal.
El impacto ya se siente. La Comisión Europea propuso suspender beneficios comerciales para Israel por cinco mil ochocientos millones de euros y sancionar a ministros y colonos responsables de la violencia en Cisjordania. España amplió su embargo de armas y Eslovenia directamente prohibió el comercio de material militar. Italia, que envió una fragata para proteger a los activistas, reclamó respeto a la seguridad de los participantes. En paralelo, Sudáfrica pidió a la comunidad internacional garantizar la integridad física de los tripulantes.
La Flotilla Sumud revive recuerdos del Mavi Marmara, el barco turco asaltado en 2010, cuando comandos israelíes mataron a diez activistas en aguas internacionales. Desde entonces, Israel ha interceptado cada intento de llegar a Gaza, endureciendo la doctrina del “bloqueo en guerra”. Sin embargo, esta vez la escala es distinta: no se trata de un único buque, sino de una coalición con respaldo mediático y político. La presencia de figuras como Mandla Mandela y la participación de parlamentarios europeos muestran que la acción tiene proyección diplomática.
Las movilizaciones amplifican el efecto. En Italia, trabajadores portuarios de Génova amenazaron con paralizar el tráfico marítimo si la flotilla era atacada. Más de ochenta ciudades italianas, con marchas en Milán, Roma y Nápoles, tomaron las calles bajo el lema “Bloqueamos todo por Gaza”. En Alemania, cien mil personas protestaron en Berlín contra la ofensiva israelí y exigieron el fin de la venta de armas a Tel Aviv. Estas imágenes recorren Europa y consolidan un clima político que trasciende el debate humanitario para entrar en la agenda estratégica.
El movimiento también conecta con cambios internacionales. La Asamblea General de la ONU aprobó con ciento cuarenta y dos votos la Declaración de Nueva York, que respalda la creación de un Estado palestino. Solo diez votaron en contra incluyendo Estados Unidos, Israel y Argentina. Mientras que Reino Unido, Canadá, Australia y varios países europeos reconocieron formalmente a Palestina. China anunció su incorporación a los BRICS como miembro pleno, reforzando la dimensión económica de un proceso que desborda lo regional.
En este escenario, la propuesta de paz presentada por Donald Trump junto a Benjamín Netanyahu y aceptada por Hamás intenta recuperar la iniciativa. El plan prevé liberar prisioneros, reconstruir Gaza y crear un gobierno tecnocrático bajo supervisión internacional. Pero su implementación tropieza con un problema de fondo: no responde a la demanda palestina de autodeterminación ni garantiza el levantamiento del bloqueo. Al contrario, mantiene el control externo sobre la Franja y la militarización del territorio.
La Flotilla Global Sumud, con sus luces y contradicciones, visibiliza esta tensión. Al exponer la fragilidad de la narrativa israelí y activar solidaridades populares en Europa, acelera un reposicionamiento que parecía imposible hace apenas un año. Para Israel, cada barco interceptado se traduce en costos políticos crecientes. Para Europa, cada puerto que recibe o expulsa a la flotilla define si la región se alinea a la política de contención o si asume un compromiso real con el derecho internacional.
En definitiva, la condena al genocidio sobre Palestina se libra en los parlamentos, en las calles y en las mesas de negociación multilaterales. La flotilla puso en evidencia que Gaza no es un asunto distante: es un espejo incómodo que interpela la política exterior europea y obliga a elegir entre la pasividad cómplice o la defensa efectiva de los derechos humanos.