Protestas en EEUU: las razones del estallido No Kings y la respuesta del gobierno
El sábado 18 de octubre, Estados Unidos vió un mapa encendido de costa a costa. Bajo la consigna No Kings (“No a los reyes”), multitudes ocuparon calles y plazas en Washington D. C., Boston, Chicago, Atlanta y frente a Mar-a-Lago, en Florida, entre otros. El mensaje fue directo: la presidencia no es una corona y el poder tiene límites.
El eje del conflicto está claro. El movimiento No Kings, que articula a cientos de organizaciones, propone un límite social contra el personalismo en la Casa Blanca. La disputa ya no es solo partidaria: atraviesa al sistema político, a la Corte Suprema, al Congreso y a sindicatos y universidades. Lo que está en juego no es la agenda de un gobierno, sino el principio que desde 1776 ordena la república: no hay monarcas en Estados Unidos.
Los datos hablan de escala. No Kings afirma haber impulsado más de dos mil setecientas acciones en los cincuenta estados y en ciudades del exterior, con alrededor de siete millones de asistentes. La organización pone a disposición en su página manuales para organizar tu propio evento ‘’No Kinks’’, recomendaciones de defensores legales que podrán decirte tus derechos, modelos de entrenamientos y de pancartas descargables; cualquier persona puede convocar un evento local. El amarillo, color elegido por la campaña, funciona como como una ‘’bandera visible y optimista que lleva el peso de la lucha democrática, la disidencia no violenta y un recordatorio de que el poder debe provenir del pueblo, no de las coronas’’.
La coalición es amplia y diversa. Participan sindicatos, organizaciones por derechos civiles, feministas y colectivos de migrantes, católicos, judíos y de la comunidad LGBTTIQ+. La Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, por su sigla en inglés) recordó que la Primera Enmienda —First Amendment— protege la expresión y la reunión pacífica sin importar estatus migratorio. Ese piso legal es clave: sin calles, no hay mensaje; sin garantías, no hay calle.
La respuesta del presidente Donald Trump llegó desde Florida y desde Truth Social. Descalificó las protestas, responsabilizó a George Soros de estar detrás, y difundió un video hecho con inteligencia artificial. El Partido Republicano (GOP, por su nombre en inglés) mostró su fractura: un ala trumpista radical cerró filas; figuras institucionales como Mitch McConnell y Lisa Murkowski invocaron la Constitución y bajaron el tono. Del lado demócrata, el dilema es táctico: acompañar la protesta sin quedar presos de la etiqueta de “desestabilización”, mientras su base exige una oposición más firme. Alexandria Ocasio-Cortez y Bernie Sanders empujan ese borde; gobernadores como Gretchen Whitmer y Gavin Newsom reclaman calma y legalidad.
El telón de fondo explica por qué el grito No Kings prendió rápido. El Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) multiplicó recursos para una campaña de deportaciones: ciento setenta mil setecientos millones de dólares (US$ 170.700 millones) en políticas migratorias para cuatro años, con setenta y cinco mil millones (US$ 75.000 millones) bajo control del ICE —cuarenta y cinco mil millones (US$ 45.000 millones) para centros de detención y casi treinta mil millones (US$ 30.000 millones) para contratar agentes—. Es dinero suficiente para levantar, por ejemplo, miles de escuelas y hospitales, pero en forma de cárceles para migrantes. A la vez, el programa 287(g) delega funciones migratorias en policías locales, lo que expande detenciones desde Texas a Florida.
El clima se tensa en otros frentes. Cambios impulsados en el Servicio de Impuestos Internos (IRS) abren la puerta a investigaciones penales sobre grupos opositores. Según Telemundo (2025), el gobierno canceló 68 subvenciones de investigación en salud, por un total de 40 millones de dólares, que incluían estudios sobre VIH, cáncer, suicidio juvenil y salud ósea. El presupuesto 2026 prevé más recortes en el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) y el Programa de Beneficios de Salud para Empleados Federales (FEHB) dejaría de cubrir atención de afirmación de género. Todo eso se inscribe en la agenda Project 2025, un plan conservador que busca reordenar el Estado.
Mientras tanto, las instituciones marcan sus posiciones. El presidente de la Corte Suprema, John Roberts, defendió la independencia judicial. En el Congreso, se discuten audiencias por abusos de poder y uso de fondos de emergencia. La escena mediática y de plataformas aumentan la presión: los algoritmos premian el descontento y la novedad, y las fake news circulan más rápido que las noticias reales (en Estados Unidos las fake news logran aproximadamente un setenta por ciento más retuits y llegan hasta seis veces más rápido a mil quinientas personas). En ese entorno, el amarillo de No Kings funciona como antídoto visual: una señal simple, repetible, difícil de tergiversar.
Las protestas del sábado dejaron al descubierto que la tensión social en Estados Unidos se intensifica al ritmo de las nuevas formas de disputa política propias de la fase financiera y digital del capital. La calle y las plataformas se confunden en un mismo escenario donde se enfrentan fuerzas trumpistas y opositoras, mientras surgen nuevas formas de organización popular. Pero esas organizaciones no deben olvidar que, detrás del ruido político, los verdaderos reyes son los aristócratas financieros y tecnológicos —demócratas y republicanos por igual— que gobiernan desde los circuitos del capital y los algoritmos del control.
