Ruta Marítima del Norte y el Ártico, y la Guerra Fría que ya empezó

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Ruta Marítima del Norte y el Ártico, y la Guerra Fría que ya empezó

Mauricio Herrera Kahn 

La Ruta Marítima del Norte (RMN), también conocida como Paso del Noreste, es una ruta de navegación a lo largo de la costa norte de Rusia, que conecta el océano Atlántico con el Pacífico. Es la ruta más corta entre la parte occidental de Eurasia y la región de Asia-Pacífico. La mayoría de la ruta se encuentra en aguas del Ártico y algunas partes solo están libres de hielo durante dos meses al año.

La RMN comienza en el estrecho de Kara y termina en el estrecho de Bering.

Es una ruta estratégica para Rusia, especialmente para el transporte de petróleo y recursos minerales desde el Ártico. Se está invirtiendo en infraestructura y desarrollo de la ruta para atraer el tráfico marítimo internacional.

La ruta enfrenta desafíos climáticos y de infraestructura. Se compara con el Canal de Suez y el Estrecho de Malaca debido a su importancia estratégica.

Se espera que la RMN se convierta en un importante centro económico y logístico, especialmente con el calentamiento global y el deshielo del Ártico. La RMN es un tema de interés geopolítico y económico, con implicaciones para el comercio internacional y el desarrollo de la región ártica.

 La nueva frontera del planeta

Cinco países tienen reclamos directos sobre el Ártico y todos tienen razones que combinan geografía, seguridad y economía.

  • Rusia quiere blindar su control de la Ruta Marítima del Nortey de sus reservas de gas y petróleo; ha militarizado la zona y desplegado la flota de rompehielos más grande del mundo.
  • Canadá busca consolidar su soberanía sobre el Paso del Noroeste, considerándolo aguas interiores, y garantizar acceso a sus recursos minerales.
  • Dinamarca, a través de Groenlandia, reclama áreas del lecho marino que se extienden hasta el Polo Norte por la cresta de Lomonósov.
  • Noruega explota ya parte del mar de Barents y quiere ampliar su zona económica exclusiva para extraer hidrocarburos y minerales.
  • Estados Unidos, con Alaska como base, acelera su presencia para no quedar marginado del comercio y la explotación de recursos.
  • Y en la sombra, China (sin territorio ártico) invierte en ciencia, infraestructura y acuerdos para influir en las reglas del juego, buscando un brazo polar para su Nueva Ruta de la Seda.

El Ártico siempre fue un territorio remoto, más cercano al mito que a la realidad. Un desierto blanco custodiado por hielo milenario, inaccesible para el comercio global y demasiado inhóspito para la ambición humana. Pero el siglo XXI ha comenzado a reescribir esa geografía. El deshielo avanza a un ritmo que ya no es tema de debate, sino de cálculo. La capa de hielo marino del Ártico se reduce un 13% por década, según datos del National Snow and Ice Data Center. En verano, la extensión mínima ha caído un 50% desde finales de los años 70, y el océano que antes estaba sellado nueve meses al año empieza a mostrar pasajes navegables durante periodos cada vez más prolongados.

Esta transformación climática ha abierto una de las rutas más estratégicas del siglo que es la Ruta Marítima del Norte. Este corredor, que bordea la costa rusa desde el mar de Barents hasta el estrecho de Bering, acorta en hasta un 40% el tiempo de transporte entre Asia y Europa en comparación con el Canal de Suez. Un viaje desde Shanghái hasta Rotterdam, que por Suez toma alrededor de 35 días, podría reducirse a menos de 22. La diferencia no es solo tiempo: es combustible, costos y capacidad de mover mercancías con mayor velocidad y menor exposición a cuellos de botella como los de Suez o Panamá, donde un solo incidente puede paralizar el comercio mundial.

El valor potencial de esta ruta es gigantesco. Estudios del Arctic Economic Council proyectan que hacia 2040 el comercio anual que podría transitar por el Ártico alcanzaría los 700.000 millones de dólares. No se trata solo de contenedores con productos electrónicos o textiles, sino de minerales estratégicos, hidrocarburos, cereales y, en un futuro próximo, hidrógeno y amoníaco verde para la transición energética global. El Ártico es tanto un pasillo de tránsito como una bodega de recursos.

Bajo su superficie se estima que se concentra el 13% del petróleo no descubierto del planeta y el 30% del gas natural. También alberga depósitos significativos de níquel, cobalto, tierras raras y otros minerales críticos para baterías, turbinas y tecnologías limpias. En un contexto de disputa por la soberanía energética y tecnológica, estos recursos convierten al Ártico en un tablero de poder que ningún actor global quiere dejar fuera de su mapa.

El problema es que el mapa no es claro. Los reclamos territoriales se superponen y se tensan.

  • Rusia ha expandido su infraestructura military sus rompehielos para reforzar el control de su costa ártica, argumentando derechos históricos y geográficos.
  • Canadá defiende su soberanía sobre el Paso del Noroeste como aguas interiores, mientras Estados Unidos lo considera un corredor internacional.
  • Dinamarca, a través de Groenlandia, disputa áreas del fondo marino que se extienden hasta el Polo Norte, en conflicto con Moscú.
  • Noruega, que ya explota recursos en el mar de Barents, ve en el deshielo una oportunidad para ampliar su zona económica exclusiva.
  • Estados Unidos, que históricamente miró al Ártico con menor urgencia, ha acelerado su estrategia en la última década, no sólo por seguridad nacional, sino para evitar que Rusia y China definan las reglas.
  • China, sin territorio ártico, se autodenomina “Estado cercano al Ártico” y ha invertido en rompehielos, investigación científica y acuerdos con países nórdicos para posicionarse como actor en el futuro comercio polar. Su interés no es romántico: el control parcial de la Ruta del Norte puede reforzar la Iniciativa de la Franja y la Ruta con un brazo polar, reduciendo dependencia de rutas vulnerables al bloqueo naval.

El Ártico, que durante siglos fue una frontera natural, se ha convertido en la nueva frontera económica y estratégica del planeta. Y como toda frontera, atraerá inversiones, disputas y, posiblemente, incidentes que pongan a prueba la diplomacia y la capacidad de gestión internacional. La diferencia con otras regiones en disputa es que aquí el cambio climático actúa como catalizador: cuanto más rápido se derrite el hielo, más rápido se calienta la competencia. Y en un mundo donde la logística es poder, el Ártico es la llave de un nuevo orden marítimo y comercial.

Las rutas que cambiarán el comercio mundial

El deshielo del Ártico no solo abre un corredor, abre dos rutas que podrían redefinir la logística mundial. La primera es la Ruta Marítima del Norte (Northern Sea Route, NSR), que bordea la costa rusa desde el mar de Barents hasta el estrecho de Bering. La segunda es el Paso del Noroeste (Northwest Passage, NWP), que serpentea entre las islas del archipiélago ártico canadiense hasta conectar el Atlántico con el Pacífico. Ambas son distintas en accesibilidad, costos y control político, pero tienen algo en común: rompen la lógica de los monopolios geográficos que dominaron el comercio durante siglos.

La NSR es el gran proyecto de Moscú. Bajo control casi total de Rusia, con una infraestructura que incluye decenas de puertos, estaciones de monitoreo y la mayor flota de rompehielos del planeta, esta ruta es la apuesta geopolítica más ambiciosa de Vladimir Putin en el siglo XXI. Moscú proyecta que hacia 2035 podría mover hasta 80 millones de toneladas de carga anual, comparadas con apenas 30 millones en 2022.

El tránsito incluye gas natural licuado (GNL) de Yamal, petróleo de Siberia y minerales estratégicos que Rusia necesita colocar en Asia con rapidez. El ahorro es sustancial: un barco de contenedores desde Shanghái a Hamburgo por Suez recorre 20.000 kilómetros; por la NSR son menos de 12.800. El tiempo se reduce en 12 a 14 días y el costo en decenas de miles de dólares por viaje.

El Paso del Noroeste, en cambio, es más incierto. Canadá lo reclama como aguas interiores, lo que implicaría soberanía plena y derecho a controlar quién entra y quién sale. Estados Unidos y la Unión Europea lo consideran una ruta internacional, abierta a la libre navegación. Esa diferencia jurídica es más que semántica: significa el poder de cobrar peajes, imponer regulaciones y, en última instancia, decidir quién circula por un corredor que, en pleno deshielo, podría convertirse en alternativa seria a Suez y Panamá.

El problema es que la accesibilidad del NWP es más compleja: los hielos tardan más en retirarse y la infraestructura portuaria y de rescate es casi inexistente. Sin embargo, estudios del Consejo Ártico estiman que hacia 2050, con veranos libres de hielo, el tránsito comercial podría superar los 300 buques anuales, frente a apenas 20 que lo intentaron en la década de 2010.

El atractivo de estas rutas no es solo el ahorro de tiempo. En un mundo donde los cuellos de botella se convierten en vulnerabilidades geopolíticas, el Ártico ofrece la promesa de un corredor alternativo que reduzca la dependencia de los dos grandes canales artificiales.

El Canal de Suez, por donde pasa alrededor del 12% del comercio mundial, mostró en 2021 su fragilidad con el encallamiento del Ever Given, que paralizó el tránsito global durante seis días y costó al comercio internacional más de 9.000 millones de dólares diarios.

El Canal de Panamá, presionado por sequías y por la competencia creciente del ferrocarril transísmico mexicano, enfrenta restricciones de calado y capacidad que limitan su futuro. El Ártico aparece como la tercera opción ya que es más peligrosa, más cara en seguros y tecnología, pero mucho más rápida y con potencial de convertirse en la vía del siglo XXI

El interés de Asia en estas rutas es evidente. Para China, Corea del Sur y Japón, cada día menos en tránsito equivale a millones de dólares ahorrados en combustible, salarios y costos logísticos. China ya ha bautizado la NSR como la “Ruta de la Seda Polar”, incorporándola a su estrategia de la Franja y la Ruta.

  • Empresas chinas han invertido miles de millones en proyectos de GNL en Yamal y en investigación ártica, con la visión de tener un brazo polar que reduzca la dependencia de Malaca, Suez y Panamá. Para Pekín, la NSR no es una opción exótica, es un seguro estratégico contra bloqueos navales en tiempos de crisis.
  • Europa, por su parte, observa con ambigüedad. Alemania, Francia y los Países Bajos ven en el Ártico una vía que podría reducir costos de importación de manufacturas asiáticas y acelerar sus exportaciones tecnológicas. Pero la dependencia de infraestructura rusa y la incertidumbre legal en el Paso del Noroeste generan cautela.
  • Bruselas empuja por un marco internacional que limite el control absoluto de Moscú y Ottawa, pero la realidad es que, sin inversión directa, la UE podría quedar como simple usuaria, pagando tarifas a otros por un corredor vital.
  • En paralelo, Estados Unidos no quiere quedar fuera. Con Alaska como plataforma, Washington acelera inversiones en puertos, rompehielos y tecnología de navegación polar. Su objetivo no es solo comercial, sino estratégico: garantizar que ni Rusia ni China se conviertan en árbitros del tránsito ártico. El Pentágono ya incluyó el control de rutas polares en su Estrategia de Seguridad Nacional 2022, señalando que “el Ártico será un dominio crítico para el comercio y la defensa en las próximas décadas”.

Las cifras muestran la magnitud de este nuevo tablero. Hoy, apenas el 0,1% del comercio marítimo mundial cruza por el Ártico. Pero proyecciones de la IEA y del Consejo Ártico señalan que hacia 2040 podría escalar al 8%, equivalente a más de 700.000 millones de dólares anuales en mercancías. La diferencia entre que esas rutas estén bajo control ruso, canadiense o bajo un régimen internacional no es un detalle técnico, es la clave de la próxima diplomacia marítima.

El oro blanco bajo el hielo

El Ártico no solo abre rutas, abre cofres enterrados bajo kilómetros de hielo y permafrost. Allí yace uno de los mayores tesoros energéticos y mineros del planeta. Según estimaciones de la US Geological Survey (USGS), el 22% de las reservas de hidrocarburos aún no descubiertas del mundo están bajo el Ártico: cerca de 90.000 millones de barriles de petróleo, 47 billones de metros cúbicos de gas natural y más de 44.000 millones de barriles equivalentes en líquidos de gas natural.

A esto se suman minerales estratégicos como níquel, cobalto, tierras raras y, cada vez más relevante, uranio. En otras palabras, lo que está en juego no es solo navegación, sino la posesión de la despensa energética y tecnológica del futuro.

  • Rusia es el actor más adelantado en esta carrera. Con casi la mitad del Ártico bajo su jurisdicción, Moscú concentra la mayor parte de la infraestructura activa: plataformas, terminales de GNL, gasoductos en expansión y una red de rompehielos que ningún otro país puede igualar. El Proyecto Yamal LNG, con inversiones por más de 27.000 millones de dólares y participación de capital chino, ya exporta gas natural licuado hacia Europa y Asia.
  • En paralelo, Novatek y Gazprom preparan nuevos desarrollos que podrían convertir a Rusia en el principal proveedor de GNL del hemisferio norte. El Kremlin ve el Ártico no como periferia, sino como el corazón de su soberanía energética para el siglo XXI.
  • Canadá, más discreto, avanza en exploración de petróleo y gas en el archipiélago ártico, aunque con fuerte oposición ambiental y comunitaria. Sin embargo, sus reservas potenciales son gigantescas: hasta 11.000 millones de barriles de petróleo y 16 billones de metros cúbicos de gas, según la USGS. Para Ottawa, la paradoja es evidente: proyecta liderar la transición verde, pero sabe que su carta geopolítica real está bajo el hielo.
  • Noruega, con experiencia en el Mar del Norte, ya explota reservas en el Mar de Barents y planea ampliar su producción hacia 2030. Equinor, su gigante estatal, calcula que los proyectos árticos podrían aportar decenas de miles de millones en ingresos fiscales en las próximas décadas.

Para Oslo, el dilema es doble y es mantener su reputación verde mientras se convierte en el primer exportador de hidrocarburos limpios del norte.

  • Estados Unidos, con Alaska, tiene también una ficha estratégica. El North Slope de Alaska concentra reservas de petróleo estimadas en más de 30.000 millones de barriles y un potencial de gas natural que podría rivalizar con las exportaciones de Qatar. Aunque las perforaciones enfrentan litigios ambientales y restricciones federales, la presión de la seguridad energética empuja hacia adelante. Washington sabe que el Ártico es un seguro contra la dependencia de Medio Oriente y un contrapeso frente al dominio ruso.
  • Dinamarca, a través de Groenlandia, busca entrar al tablero con un activo distinto: tierras raras. La isla posee uno de los depósitos más grandes del planeta, con potencial para abastecer parte de la demanda mundial de neodimio, praseodimio y disprosio, esenciales para turbinas eólicas, baterías y misiles de precisión. La competencia aquí no es solo económica, sino tecnológica: quien controle estos minerales dominará las cadenas de suministro de la transición energética y militar.

El valor estimado de todos estos recursos es casi incalculable. Solo en hidrocarburos, el Ártico podría aportar más de 35 billones de dólares en las próximas cinco décadas, dependiendo de precios y costos de extracción. En minerales estratégicos, la cifra podría sumar otros 2 a 3 billones. En un contexto de transición energética, estos números son dinamita política: prometer descarbonización mientras se excava por gas y petróleo bajo el hielo desnuda la hipocresía de las grandes potencias.

El problema es que explotar estos recursos no será simple. Las condiciones extremas, el deshielo impredecible y los costos de infraestructura elevan el riesgo. Pero la historia enseña que cuando el valor supera el costo, la voluntad política encuentra justificación. El Ártico será perforado, dragado y explotado. No es un futurismo, es una realidad en curso.

La consecuencia geopolítica es clara: el país que logre integrar rutas comerciales con control sobre reservas energéticas tendrá un doble poder, económico y estratégico. Rusia ya combina ambas cartas. Estados Unidos busca hacer lo mismo desde Alaska. China, sin territorio en la zona, apuesta a la inversión como llave de entrada. Europa mira con ambivalencia, atrapada entre su discurso climático y su dependencia energética.

El Ártico no es un desierto blanco sin dueño. Es un tablero con fichas de gas, petróleo y minerales que, en conjunto, podrían definir la hegemonía global del siglo XXI. Y esa riqueza, escondida bajo el hielo, no será repartida de manera equitativa. Será disputada, explotada y convertida en palanca de poder.

La militarización silenciosa

El Ártico no es solo un mapa de recursos, es un mapa de tropas. El deshielo convirtió glaciares en fronteras líquidas y esas fronteras se están armando. Ninguna potencia se queda atrás. Quien controle el Ártico no solo tendrá gas y minerales, tendrá la llave de las rutas marítimas y la capacidad de cortar o permitir el comercio entre Asia y Europa en cuestión de horas.

Rusia es el actor más agresivo. Ha construido o modernizado más de 50 bases militares en su costa ártica desde 2014, desplegando misiles antiaéreos S-400, sistemas costeros Bastion y cazas Su-35. Su flota de rompehielos nucleares suma ya más de 40 unidades, con otros en construcción, lo que le permite patrullar y abrir rutas que ningún otro país puede utilizar sin su visto bueno. Para Moscú, el Ártico es extensión directa de su seguridad nacional y trampolín para proyectar fuerza hacia el Atlántico y el Pacífico.

  • Estados Unidos ha reaccionado. El Pentágono reactivó la Segunda Flota Naval en 2018, con base en Norfolk, para operaciones en el Atlántico Norte y el Ártico. Además, ha aumentado maniobras conjuntas en Alaska y Noruega, con ejercicios militares que movilizan hasta 30.000 soldados de la OTAN en clima ártico. Washington entiende que, si Rusia controla las rutas, podría estrangular el comercio marítimo global en tiempos de crisis. El Ártico es visto ya como la próxima línea de contención, un “nuevo Mar del Sur de China” en versión polar.
  • China no tiene costa en el Ártico, pero actúa como si la tuviera. Se autodefine “Estado cercano al Ártico” y ha invertido en puertos, gas y exploración científica. Su rompehielos Xue Long ya navega la Ruta del Norte y Pekín planea construir más. Lo que hoy parece diplomacia científica es en realidad posicionamiento estratégico: garantizar acceso a recursos y rutas que, de otra forma, quedarían bajo control ruso o estadounidense.
  • La OTAN, con Noruega como punta de lanza, refuerza su presencia. Oslo inauguró estaciones de radar, bases aéreas y puertos adaptados a submarinos nucleares. Dinamarca, a través de Groenlandia, ofrece a Washington un punto clave para radares de alerta temprana y vigilancia satelital.
  • Canadá, tradicionalmente tímido, empieza a reforzar su Comando Ártico con patrulleras y aviones de vigilancia CP-140 Aurora.

Las cifras de gasto son brutales. Rusia destina más de 1.500 millones de dólares anuales solo a infraestructura militar ártica. Estados Unidos anunció que su presupuesto 2024 incluye más de 4.000 millones de dólares en proyectos vinculados a Alaska y operaciones polares. China invierte en puertos y rompehielos con presupuestos opacos pero estimados en varios miles de millones. La militarización no es un riesgo hipotético, es un hecho medible en bases, buques y ejercicios.

La narrativa oficial habla de cooperación científica y rescate marítimo, pero la realidad es que el Ártico se está llenando de radares, submarinos y cazas. Cada base, cada rompehielos, cada misil desplegado cambia el equilibrio de poder. No es la guerra declarada, pero sí es una guerra preparada. Una guerra que se libra con acero bajo cero y contratos energéticos disfrazados de diplomacia.

El deshielo abrió una ruta comercial. Las potencias abrieron sus arsenales. La pregunta ya no es si el Ártico se militarizará. La pregunta es cuándo esa militarización será usada como arma de presión.

La Ruta del Norte, la autopista congelada del comercio

El deshielo del Ártico no sólo libera gas y minerales, sino también tiempo. Y en geopolítica, el tiempo vale tanto como el petróleo. La Ruta Marítima del Norte (NSR), bordeando Siberia, reduce en hasta 40% la distancia entre Asia y Europa respecto al Canal de Suez. Un buque que tarda 34 días en cruzar desde Shanghái hasta Róterdam por Suez, podría hacerlo en apenas 20 días por el Ártico. El ahorro es brutal: menos combustible, menos tripulación, menos seguros, más competitividad.

La proyección es clara. Para 2040, el valor del comercio que podría circular por la NSR alcanzará los 700.000 millones de dólares anuales, equivalente a casi un tercio del tráfico hoy canalizado por Suez. Entre 2010 y 2022, el tránsito en la ruta ártica pasó de apenas 4 millones de toneladas a más de 34 millones de toneladas.

Y eso con una temporada de navegación aún corta, de solo cuatro a cinco meses. Con menos hielo y más rompehielos, esa ventana se ampliará a casi todo el año.

Rusia controla esta ruta. Por ley, exige que los buques que crucen la NSR usen prácticos rusos y se registren con Moscú, lo que convierte a la NSR en un peaje geopolítico. Cada barco es un contrato, cada tonelada es un impuesto encubierto. En 2023, más de 1.500 embarcaciones solicitaron autorización para navegar, reflejando que el negocio ya no es futuro, sino presente.

Las navieras chinas fueron las primeras en probar el corredor. La estatal COSCO ya ha hecho viajes comerciales con cargueros que conectan Shanghái con puertos europeos. Japón y Corea del Sur también han mostrado interés, sabiendo que la NSR podría reducir su dependencia del estrecho de Malaca, donde cualquier bloqueo afectaría su economía en horas. Europa, dependiente del gas ruso hasta hace poco, mira con desconfianza, pero no puede ignorar que este corredor redefine su comercio con Asia.

El contraste con el Canal de Suez es brutal. Mientras Egipto cobra más de USD 8.000 millones anuales en peajes por Suez, Rusia podría convertir la NSR en una fuente equivalente de ingresos, sumando tarifas, servicios de escolta y venta de seguros. El poder no está solo en el tránsito, sino en el control. El país que pueda abrir o cerrar esa ruta tendrá un botón económico tan poderoso como un gasoducto.

Pero la ruta no es solo una autopista comercial. Es también un tablero militar. Cada barco que la cruza pasa frente a bases rusas y a patrullas de rompehielos armados. Cada contenedor que llegue a Europa llevará también la marca de un corredor vigilado por radares y submarinos. El comercio será civil, pero el control será militar.

El Ártico se convierte así en la única región del planeta donde los mapas de transporte, de energía y de defensa se superponen al milímetro. La Ruta del Norte no es solo un atajo en el océano, es el nuevo Canal de Suez congelado, con la diferencia de que su dueño ya no es un país dependiente, sino una potencia nuclear con ambiciones imperiales.

Recursos enterrados bajo el hielo

El Ártico no es solo una ruta, es un cofre enterrado bajo kilómetros de hielo. La US Geological Survey (USGS) estima que en su subsuelo se esconde alrededor del 13% de las reservas mundiales de petróleo y el 30% del gas natural no descubierto. En cifras, eso significa 90.000 millones de barriles de crudo y más de 47 billones de metros cúbicos de gas natural. Traducido a dinero, hablamos de más de 40 billones de dólares en recursos energéticos potenciales al precio actual.

A eso se suman minerales estratégicos.

  • La Groenlandia controlada por Dinamarca guarda uno de los mayores depósitos de tierras raras fuera de China, además de uranio, zinc y hierro.
  • En Canadá y Alaska, los estudios geológicos confirman la presencia de níquel, cobalto y platino, minerales críticos para baterías y turbinas.
  • El norte de Rusia, además de petróleo y gas, concentra enormes reservas de paladio y platino, metales que ya hoy son indispensables para la industria automotriz y de semiconductores.

Recursos estimados del Ártico (USGS, 2024)

  • Petróleo – 90.000 millones barriles – 13% reservas mundiales – 40 billones USD
  • Gas natural – 47 billones m³ – 30% reservas no descubiertas – 40 billones USD aprox
  • Tierras raras (Groenlandia) – mayores reservas fuera de China – uranio, zinc, hierro
  • Níquel y cobalto (Canadá, Alaska) – depósitos estratégicos para baterías
  • Paladio y platino (Rusia) – reservas masivas para industria automotriz y chips
  • Principales países en disputa y recursos vinculados
  • Rusia – petróleo, gas, paladio, platino – rompehielos nucleares y gas de Yamal
  • (Alaska) – petróleo, níquel, cobalto – presión privada en exploración
  • Canadá (níquel, cobalto, platino) reclamos sobre Paso del Noroeste
  • Dinamarca (Groenlandia) (tierras raras, uranio, zinc, hierro) disputa con Rusia
  • Noruega (petróleo y gas en Mar de Barents) exportador clave a Europa

La paradoja es inmensa. El Ártico se derrite por el consumo de combustibles fósiles y, al mismo tiempo, se convierte en la última frontera para extraer más de esos mismos combustibles. La región que simboliza el colapso climático se transforma en el botín final del extractivismo global.

La disputa ya está en curso.

  • Rusia ha invertido miles de millones en infraestructura ártica: rompehielos nucleares, oleoductos que cruzan tundras, terminales de gas en Yamal y Murmansk.
  • Estados Unidos busca ampliar su presencia en Alaska y presiona por inversiones privadas en exploración.
  • Canadá reclama soberanía sobre el Paso del Noroeste y sobre porciones del lecho marino.
  • Dinamarca, a través de Groenlandia, disputa un sector que se superpone con reclamos rusos.
  • Noruega explota ya petróleo en el Mar de Barents y se posiciona como exportador clave a Europa.

El hielo, que antes era un muro, hoy se convierte en llave. Cada verano que el deshielo avanza, nuevas zonas se vuelven accesibles a perforaciones y prospecciones. El retroceso del casquete polar, calculado en 13 por ciento por década, abre la posibilidad de que hacia 2050 la extracción sea masiva, con plataformas que hoy parecen imposibles.

Pressenza


 

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