Trump agudiza la Doctrina Monroe: castigo a Colombia, cálculo con México
Por Daniela Pacheco*
En Colombia, la crítica al intervencionismo estadounidense ha sido históricamente marginal. No porque falten razones, sino porque durante décadas se nos enseñó a confundir subordinación con alianza y obediencia con pragmatismo. La presencia militar, las agencias de inteligencia, los acuerdos de “cooperación” y el tutelaje económico del Fondo Monetario Internacional moldearon una cultura política que rara vez se atrevió a interpelar el poder de Washington. A ello se sumó la fuerte presencia de guerrillas en el territorio y la prolongada “lucha contra el comunismo”, que sirvieron como justificación perfecta para la injerencia militar, el financiamiento de contrainsurgencias y la consolidación de una élite política y mediática alineada con los intereses de Estados Unidos. La relación se edificó sobre una idea de dependencia útil: “ellos nos protegen del mal, nosotros obedecemos”.
Esa obediencia ha tenido muchos nombres y rostros. Álvaro Uribe Vélez, por ejemplo, convirtió la sumisión a Washington en doctrina de Estado, consolidando un modelo de guerra interna funcional a los intereses del Pentágono y a la industria armamentista estadounidense. A su paso, presidentes como Juan Manuel Santos e Iván Duque continuaron esa línea de dependencia, adaptando el discurso según la coyuntura, pero preservando la estructura de un país cuya soberanía se negocia a cambio de “ayudas”.
Por su parte, Estados Unidos lleva décadas enfrentándose a China en los frentes comercial, tecnológico y energético, y ahora intenta trasladar esa rivalidad al terreno del narcotráfico. Con esa narrativa convierte la competencia económica en conflicto criminal y militariza una disputa que en realidad es geopolítica. No es casualidad que lo haga justo cuando China se acerca con fuerza como socio estratégico de Sudamérica. En su discurso más reciente, Trump acusó a China de “usar a Venezuela y al Caribe como rutas del fentanilo hacia Estados Unidos”, pese a que sus propias agencias aseguran que más del 90% del fentanilo incautado entra por México. La acusación no busca frenar el tráfico, sino reposicionar a China como el “enemigo” del nuevo orden imperial.
En ese contexto, los ataques en el Caribe y el Pacífico marcan el inicio de una nueva etapa de control regional. En septiembre, Estados Unidos lanzó una serie de operativos navales bajo el argumento de la “lucha contra el narcotráfico”. En uno de ellos fue asesinado un pescador de origen colombiano, a lo que Petro respondió de manera tajante; la soberanía no se discute. Esa respuesta lo puso de inmediato en la mira de Trump, que aprovechó para transformarlo en su nuevo enemigo regional. En cuestión de horas lo acusó de “proteger narcos”, suspendió la “cooperación” antidrogas y amenazó con sanciones y aranceles. Poco después, presentó un supuesto balance de guerra, en el que incluía tres mil arrestos, convirtiendo, nuevamente, la política exterior en espectáculo electoral.
En ese mismo discurso, Trump también apuntó contra México, afirmando que el país “está controlado por el narco”. Pero, a diferencia de lo que hace con Petro, no puede romper con México: necesita su cooperación para sostener su propia economía y para contener la migración. También sabe que Claudia Sheinbaum no es una figura cualquiera. Su política exterior equilibra diálogo y firmeza: cuida los intereses comerciales sin renunciar a una voz soberana en el ámbito internacional. Por eso Trump lanza críticas a México, pero evita convertirla en su enemiga directa. México representa la cooperación necesaria; Colombia, la desobediencia que hay que castigar. Lo anterior, aunado a que Petro encarna todo lo que el discurso de Trump no tolera: una izquierda soberanista, ambientalista, y latinoamericanista.
Recientemente, la operación injerencista se extendió al Pacífico sur, dejando catorce personas asesinadas. La Marina mexicana intentó, sin éxito, el rescate de un sobreviviente en aguas internacionales. La presidenta Claudia Sheinbaum manifestó su rechazo a los ataques, reiterando que México defiende el respeto a la soberanía y al derecho internacional. Este episodio terminó por evidenciar que no se trata de una disputa aislada, sino de una ofensiva regional: un mismo patrón de poder que combina militarización, castigo y propaganda para reafirmar la hegemonía estadounidense en el continente.
Como era de esperarse, la respuesta de Washington a las manifestaciones soberanas ha sido el castigo. El Departamento de Estado revocó la visa del presidente Petro junto a otras tres personas, con el argumento de que sus declaraciones “ponían en riesgo la cooperación bilateral”, dejando claro que desafiar la autoridad de Estados Unidos tiene precio.
Sin embargo, no se trata de un conflicto personal entre Trump y Petro. En el fondo, se disputa la posibilidad de que América Latina consolide una política exterior propia, capaz de articular sus intereses frente a las grandes potencias. El mensaje de Washington no busca disciplinar solo a Colombia, sino a toda una región que ensaya formas de cooperación más autónomas con otros actores internacionales.
No está en juego el destino de un solo gobierno, sino la capacidad del Sur global para actuar como bloque político en un mundo en reconfiguración. América Latina está siendo desafiada a definirse. Resistir la tutela del norte ya no puede ser una consigna; es, cada vez más, una estrategia de supervivencia.
*Comunicadora social y periodista. Latinoamericanista. Asesora de gobiernos progresistas. Analista política. Colaboradora del Instituto para la Democracia Eloy Alfaro (IDEAL).
