20 años del NO al ALCA
Por Natalia Carrau*
Se cumplen 20 años de un momento histórico para el sentir de nuestra Patria Grande, para los proyectos políticos de transformación social que se impulsaron y para la disputa por un imaginario colectivo soberano. El 5 de noviembre de 2005 los gobiernos progresistas recientemente asumidos en la región reafirmaron su rechazo a la propuesta de EEUU: el Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA).
Las organizaciones y los movimientos sociales fuimos protagónicos en articular y zurcir una oposición amplia y diversa para evitar la firma del ALCA con una campaña continental que visibilizó los riesgos que implicaba un proyecto de anexión como el propuesto por Washington.
EEUU siempre tuvo una vocación histórica de crear una sola economía en América Latina y el Caribe, y de controlar todos los pilares de esa economía junto con su política y su sociedad. La práctica no fue lo novedoso. Lo novedoso fue la complejidad del instrumento y el despliegue de una campaña que implicó traducir los rígidos textos de negociación en un contenido crítico y accesible para ser procesado ampliamente por nuestros pueblos. Y por esto mismo también fue una campaña pedagógica.
Después del auge del neoliberalismo que dominó la década de los noventa y de las fecundas luchas de los pueblos organizados −por el agua, por la tierra, por las empresas públicas, contra la política injerencista de EEUU, por la verdad, memoria y justicia− nos enfrentamos a un instrumento sofisticado, presentado como moderno y ventajoso para nuestras economías.
Con el ALCA, los Estados no tendrían chances de definir sus propias políticas de desarrollo. Las preocupaciones estaban puestas en las compras públicas, la propiedad intelectual, los servicios y la desprotección de nuestros bienes comunes y el ambiente. En la letra chica de todos estos capítulos estaba la confirmación de una verdadera política continental de entrega. El marco general del ALCA buscaba correr la frontera del mercado y de lo privado, trasvasando elementos típicos de la racionalidad del mercado -eficiencia, competencia, seguridad jurídica, derechos de propiedad- al espacio de lo público. Empresas públicas, servicios públicos, compras del Estado, procesos de toma de decisiones públicas, quedaban comprendidos dentro del alcance de las cláusulas que proponía. Una verdadera ofensiva neoliberal que anticipaba lo que luego llegaría en otros envases.
Oponerse al ALCA pasó a ser sinónimo de oponerse al modelo neoliberal, a las privatizaciones y a la desregulación de la economía, al Consenso de Washington. Y de ahí que la derrota del ALCA se celebró como la derrota del consenso neoliberal. También permitió vernos como región y construir una agenda de integración donde casi todo estaba por hacerse. Las iniciativas de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) nacen después de la derrota del ALCA, al igual que las experiencias de participación social, con organizaciones y movimientos sociales presentes activamente en las propuestas, los espacios y las políticas de y para la integración regional.
La derrota del ALCA no fue simplemente rechazar el instrumento, sino una muestra de unidad y de poder en la diversidad. El periodo que se abrió luego estuvo signado por proyectos orientados a la soberanía, la integración y la preservación de los intereses de los países latinoamericanos. Nacía una nueva época marcada por un cambio geopolítico en la región, con una nueva correlación de fuerzas a favor de los proyectos de transformación social.
El cambio y la continuidad
Estamos lejos de esa época, pero el sabor del triunfo quedó y nos permitió ver como posible y viable el volver a la región, volver a nuestra Patria Grande. Con contradicciones y con escenarios de fuerte tensión, incluso en el dialogo entre gobiernos y movimientos sociales, esta época demostró que es posible un proyecto político más allá del neoliberalismo, y que la integración regional y la integración de los pueblos son herramientas fecundas para la emancipación de las clases populares.
En otro plano, lo que heredamos de esta época como aprendizaje fue la comprensión de que el llamado “libre comercio” no solo constituye una amenaza en términos de balanza comercial o de nuestra soberanía alimentaria. Representa un obstáculo mayúsculo a los esfuerzos de integración de nuestra región, para recuperar soberanía real sobre nuestros bienes comunes y construir políticas públicas regionales para los pueblos.
El libre comercio, incluso maquillado con capítulos laborales o ambientales, constituye un instrumento del modelo neoliberal que pone en el centro a las empresas transnacionales: las mismas que derrotamos en la defensa del agua, de las empresas públicas o de nuestros bienes comunes. Las mismas que hoy enfrentamos en la OIT cuando cuestionan la libertad sindical o la negociación colectiva. Las mismas que reproducen nuevos ciclos de despojo, guerras y genocidios. Aquí la continuidad.
Aunque se le llame “libre”, el comercio controlado y administrado por países centrales está muy lejos de ser libre. Es un comercio a la medida de los intereses de proyectos neocoloniales. Antes el ALCA y hoy los Tratados de Libre Comercio (TLC), encarnan un vínculo comercial de subordinación que nada tiene que ver con rebaja de aranceles. Los TLC proponen una desregulación y una mercantilización progresiva y expansiva a todos los órdenes de vida de nuestra sociedad. En la base de estos acuerdos sigue estando el poder real del capital transnacional, antidemocrático en esencia, cuyos dueños se encuentran en el norte global.
La esencia antidemocrática del libre comercio se puede apreciar en las cláusulas, compromisos y metodologías de negociación de los TLC: institucionaliza el lobby de las voces empresariales transnacionales en las decisiones de políticas, empuja a la dinámica mercantil los servicios públicos que son una base fundamental de sostenibilidad de la vida, impone los preceptos de mercado para la toma de decisiones de las empresas públicas menoscabando e ignorando la función social de las mismas. En todos los tiempos, el desmantelamiento de los servicios y empresas públicas, la imposición de principios de mercado para la órbita de lo público y estatal, ha significado un costo social enorme para nuestros pueblos. Aunque hoy se siga presentando como camino al desarrollo y el bienestar social, el libre comercio -dentro o fuera de la sigla TLC- es una ruta rápida a la subordinación de la que es mucho más difícil salir.
La disputa por un nuevo orden económico internacional es también una disputa por alejarnos de estas lógicas de relacionamiento comercial. Los TLC hoy, como antes el ALCA, mantienen y profundizan un orden global asimétrico, injusto y de subordinación. La puja por un mundo multipolar y por democratizar el multilateralismo debe considerar avanzar en nuevas formas de vínculo comercial entre los países, con el foco puesto en los derechos humanos y la justicia social, económica, ambiental y de género.
El próximo 4 y 5 de noviembre en Mar del Plata conmemoramos los 20 años de la derrota del ALCA y redoblamos la apuesta: el comercio debe centrarse en los pueblos, la cooperación y la integración regional, debe construir soberanía y región, y dar respuestas a las necesidades de nuestros pueblos. Los esfuerzos de nuestros movimientos y organizaciones sociales -sindicalismo, los feminismos, el movimiento por la justicia ambiental, los derechos de los pueblos indígenas y las luchas antirracistas y antocolonialistas- se mantienen intactos y se multiplican contra las nuevas-viejas formas de colonialismo, explotación y subordinación.
*Natalia Carrau es Integrante de Amigos de la Tierra América Latina y el Caribe
